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LaTierra, llevada por una tortuga |
Hay verdades de Perogrullo que se repiten como si fueran adelantos maravillosos de modernos descubridores de la pólvora
Un tal Ignacio Iraola, encantado, mucho gusto, acaba de decir en uno de esos diarios de internet de Buenos Aires: “Hay que militar los libros, fomentar la lectura”. Militar los libros, vé po vos. Quizás el tío cree que es posible salir a la calle, con un bombo, un redoblante, platillos y una multitud rodeándolo, y gritar: “¡Vivan los libros!, ¡abajo los analfabetos!”. Si cree que leer es una gran cosa, bueno, no ha descubierto la pólvora.Cualquiera sabe que la lectura es una herramienta, como un martillo, que sirve tanto para dejar un clavo pegado a la pared, como para aplastarle la cabeza al prójimo. Es posible leer el “Martín Fierro” o “Memorias de una princesa rusa”, la Santa Biblia o “Cómo construir bombas Molotov con nafta y una botella”. Para empezar.Los libros vienen siendo de suma utilidad desde hace más de dos milenios, para mandar de viaje conocimientos de un lado al otro del mundo, llamarlos desde el pasado o entregar la complejidad que encierra la construcción de un puente colgante o el pensamiento filosófico de Manuel Kant. Entre muchas otras utilidades, por supuesto. Vienen siendo los más efectivos transmisores de toda la cultura, desde mucho antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. En los tiempos antiguos, los conocimientos pasaban de padres a hijos y se conservaban en la memoria.
Es una verdad más grande que frente de pelado, pero siempre se debe recordar que el maravilloso invento de las letras sobre el papel, como símbolos que significan palabras que, a su vez indican cosas, ideas, sensaciones, recuerdos, procedimientos, historias, mentiras y verdades, ha sido la base sobre la que se desarrolló la humanidad. Sin esos signos, es decir, sin letras, el mundo sería un conjunto más o menos desordenado de gente viviendo al qué me importa. En algunos lugares es posible que anduvieran todavía en carros tirados por caballos y en otros quizás seguirían sin idear la rueda, como en la América antes de la Conquista Española. Habría mucha menos gente, porque no habrían sido posibles las vacunas ni la medicina actual ni el agua potable ni los grandes campos sembrados ni el microscopio ni el colador de fideos, entre otros maravillosos adelantos.
Sobre los libros se asientan los perfeccionamientos de las otras herramientas que usa el hombre, el buque de guerra, el reloj, la energía atómica, la ropa. Incluso quienes están convencidos de que la tierra es plana, saben que, sosteniendo el elefante y la tortuga que la llevan sobre su lomo, están los libros, presentes, actuales.
También hay una porción de la humanidad que ha hecho de los libros recreativos, de poesías, novelas, cuentos, dibujitos para niños, casi una razón de vida; muchos los escriben, y son legión quienes los leen. A su alrededor se han fabricado ceremonias cuasi religiosas, como la famosa “presentación”, en la que uno o dos amigos del autor alabarán el texto o la vida del que lo escribió, el propio autor dirá unas palabras alusivas y, al final, firmará ejemplares mientras los asistentes comen sanguchitos y empanadas, acompañados de un vino y Cocacolas. A veces un músico alegra a la concurrencia, ya sea al principio, al final o en medio del ritual. Los escritores más famosos, prescinden de esta misa pagana y, en cambio, conceden entrevistas a los críticos de literatura de los diarios. Algunas ocasiones van a las ferias del libro, otra institución alrededor de la escritura, para firmar ejemplares, fotografiarse y conversar con sus lectores.
Estos libros que no son útiles, en el sentido de que no se leen específicamente para solucionar un problema de la vida diaria, como saber qué cuánto de levadura hay que ponerle a la harina para hacer un bizcochuelo o terminar la construcción de un rascacielos, son sin embargo muy apreciados, pues llevan en sí, un conocimiento importante del sentido inmaterial de los pueblos, entre otras utilidades cuyos resultados no entran inmediatamente en el mundo del comercio. Así es imposible estar al tanto cabalmente del espíritu de los Estados Unidos sin conocer la poesía de Walter Whitman, entre otros miles de textos, como que no se sabrá quién fue Hipólito Yrigoyen sin haber leído su biografía, escrita por Manuel Gálvez, entre otros —casi infinitos —casos.
Pero, todo lo que dice esta nota, ya ha sido dicho, de una manera más elegante y certera por autores más encumbrados y sabios. Por eso llama la atención que alguien, como ese Ignacio Iraola del principio de la nota, proponga fomentar la lectura, pues leer es un placer y militar en su favor es una tontería. Tan grande como que el día de mañana alguien proponga militar para fomentar el placer del sexo entre la juventud. Si alguien no sabe que es placentero porque se niega a practicarlo, pues que se joda solo. Qué quiere que le diga.
Juan Manuel Aragón
A 28 de julio del 2024, en Isca Yacu. Lavando la ropa.
Ramírez de Velasco®
A “militar los libros", el Sr. Comosellama podría haber agregado: "Visibilizar, empatía", etc. Así sería más completa la invitación a hacer lo que se hace.
ResponderEliminarBuena reflexión, Juan Manuel. El momento en que se registró la primera evidencia de escritura, hace 5000 años, se considera como el inicio de la "humanidad". Así de relevante es la escritura en la historia del hombre, que ha permitido que la especie humana evolucione y sobreviva (un milagro si se tiene en cuenta la abrumadora cantidad de especies que desaparecieron en ese período).
ResponderEliminarTal vez el nivel de conocimiento actual, el que nos toca disfrutar, sea muy limitado en relación al del futuro, pero igualmente ya somos privilegiados por lo que nos ha tocado en nuestro tiempo, gracias a los libros.