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PUEBLO El horcón originario

El pueblo, hace varios años

El nacimiento de algunos lugares se parece, en provincias como Santiago, en que el mundo fue rural hasta hace relativamente poco


Dicen que fue el tatarabuelo del tatarabuelo o quizás el bisabuelo, el que plantó el primer horcón en lo que era solamente un abra en el bosque. Después levantó una casa y la cocina para hacer tomar matecocido las mañanas heladas de los algarrobales pelados, hizo un galpón para el sulky y la zorra, trazó el corral con dos palenques, la represa honda, un cerco de ramas, un chiquero para las cabras, dos arcos de quebracho para jugar a la pelota. Al final abrió una senda que llevaba al camino grande, con un cartel que indicaba “Parada los Díaz”, porque ahí era.
Los hijos se casaron con chicas de los alrededores y levantaron sus casas a imagen y semejanza del padre. Más tarde cavaron otra represa, hicieron más corrales, más cercos y pidieron nueva marca y señal para no confundir la hacienda entre los hermanos. Lo mismo los hijos de los hijos. Pero para entonces se organizaron de otra manera: de la capital les pidieron que trazaran las calles para llevarles la luz. Después construyeron la biblioteca popular y marcaron la plaza de ese lugar al que empezaron a llamar el pueblo.
Al cabo llegaron los políticos con sus promesas. Y luego de cada elección hubo fiesta porque ganaba uno y perdía otro. Para ese tiempo la senda que llevaba al camino estaba desaparecida en acción, muy pocos sabían indicar por donde había sido que llegó el tatarabuelo del tatarabuelo, por qué se había ido tan lejos del mundo. En el tiempo de los viejos decían que la silenciosa soledad del pago algunos era ruidosa y repleta de luz, pero ya se sabe que los veteranos siempre exageran.
Llegó otra generación y si bien el apellido Díaz seguía siendo mayoría en el pueblo, de la mano de las hijas y los hijos de las hijas, se agregaron otros apellidos que comenzaron a tallar igual que los otros. A la generación siguiente los que pasaban por ahí reparaban en la casualidad de una villa con tantos apellidos iguales y rasgos tan reconociblemente parecidos. Los memoriosos sostenían que había unos cuantos que se habían ido a Buenos Aires y de ahí quizás más allá también, formando una rama que andaba por el mundo llevando esos rasgos más allá de las fronteras y los idiomas.

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Al cabo de los años nadie sabía dónde estaba el horcón originario en el que el primer abuelo dejó grabado a cortapluma el nombre de la abuela envuelto en un corazón, a nadie le importó saber dónde quedaba la primera represa, el originario cerco y el fundamental galpón que guardaba el sulky en que llegaron a ese páramo olvidado, haciendo una mancha de gente en medio del bosque inmenso, a cuya vera discurría un camino con un cartel en que apenas se leía “Parada los Díaz”.
Juan Manuel Aragón
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Muy bueno Juan Manuel, tu relato es la realidad, con matices, de muchos parajes y pueblos de la provincia con mayor ruralidad del país. El horcón original se perdió en muchos de ellos y hoy algunos, entre los que me cuento, buscan sus orígenes de formas nuevas. Aunque igualmente difíciles, que llevan tiempos largos, en una cadena con eslabones que no sé si llegaremos a encontrar. Abrazo

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  2. Hermosa descripcion de como nacieron parajes, puestos y lugares que algunas se transformaron en pueblos con la bendición del ferrocarril.

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