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Una rutina que se interrumpe solamente domingo de por medio cuando la visitan los hijos, las nueras, los yernos
A veces cuando paso por la casa de doña Rosalía, siento el olorcito a tostadas que viene de la cocina, hora del mate –me digo– sentada, junto a la parra, todos los días a la misma hora. Cómo sabrá ser la vida de los que tienen contadas las costillas del tiempo que resta para que les pongan ausente en la cita de las seis de la tarde, pero no sé responder, eso que también estoy llegando a ese momento.Pienso que la vida no es tan complicada, sólo se trata de ir a trabajar, volver a la casa, darle cariño a la patrona, atender los chicos, regar las plantas y salir los domingos a la mañana de ojotas a leer un libro en la puerta de casa, antes de misa, mirando pasar los amanecidos del boliche de la esquina mientras cebo mis amargos.Cuando vienen los hijos, domingo de por medio, la casa de doña Rosalía rebosa de chicos. Las nueras y sus historias, los cautelosos yernos, los hijos cariñosos y con la bulla que meten alegran el barrio. Cerca del mediodía el aroma a asado invade el vecindario que se imagina los crocantes chunchulis, las costillas jugosas, los chirriantes chorizos y la morcilla puesta a último momento, porque ella quiere que la calienten un poco, nada más. El resto de la semana, la casa es silencio y desolación, salvo los sábados que viene la chica que la ayuda en la limpieza.
Muchos en el barrio piensan que doña Rosalía vive solamente para domingo por medio tener la visita de toda la parentela, pero hay quienes creen que ese día sufre lo indecible, porque se fue acostumbrada a la rutina de sus soledades y porque esa gente joven que la visita en la casa se fue haciendo desconocida con el tiempo.
A la mañana sale con su carrito: pasa de la carnicería a la verdulería y cuentan las comadres que siempre compra un tomate, una papa, un cuarto de carne molida, si pudiera pediría medio pimiento, que para ella es basta, porque además es flaquita y come como un pajarito.
También me digo que tendría que ofrecerle que venga a casa a matear, que cuente con nosotros para lo que guste mandar, si necesita algún trámite se lo vamos a hacer, toque el timbre con confianza cuando guste, porque somos buenos vecinos y no vamos a andar mezquinando nada a nadie. Pero capaz que lo toma a mal, que se pregunta éstos quién se creen que son.
A la oración cerrada, todos los días, como reloj suizo, el barrio la observa, luego de bañarse, acicalada como si viviera todavía el finado, sentada en la reposera de la puerta, abanicándose con una revista, tomando fresco bajo el paraíso, esperando quién sabe qué, doña Rosalía.
Juan Manuel Aragón
A 16 de septiembre del 2024, en la Besares y Belgrano, La Banda. Mirando pasar el tren.
Ramírez de Velasco®
Muy tierno… y un poco triste a la vez…
ResponderEliminarAsí se vuelve la vida con el correr del tiempo,soledad diaria, compañía para cumplir con el mandato que dicta la consciencia. Hermoso relato
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