Ir al contenido principal

LEYENDA “Yo lo llevé a Peteco a la Salamanca”

El cantor popular de Santiago

Extracto de una entrevista a la señora a quien le encargaron llevar al músico hasta la famosa cueva


Este es el resumen de una entrevista realizada a Jorgelina Anríquez de Toledo, de la calle general Paz, barrio La Católica, en el 2010. Nunca había sido publicada y hoy ve la luz, en exclusividad para los lectores de Ramírez de Velasco.
En el 89, el gobernador César Eusebio Iturre me designó portera de la Salamanca, categoría 12, adscripta a la Dirección de Cultura de la Provincia. Laburo tranquilo, como toda la administración pública, báh. Por ahí caían a preguntar los requisitos para entrar. Para que no fueran tan molestitos, los teníamos impresos, pero no le voy a decir qué pedían porque no me acuerdo, hace tantos años ya. Eso sí, debían ser músicos y tocar al menos un instrumento, porque tampoco era cuestión de entregarle el certificado a cualquiera, ¿no?
Laburo sencillo, de siete de la mañana a una de la tarde. A veces me mandaban con expedientes a la Casa de Gobierno y a la vuelta me quedaba en el centro haciendo compras o visitaba a una amiga que tenía en la central de la Municipalidad. Los jefes me daban permiso cuando necesitaba faltar o retirarme temprano o salir a media mañana porque mi chango se enfermaba o debía preparar el cumpleaños de mi hija, cosas así. Trabajo lindo.
Los folkloristas siempre han sido buenos conmigo, me regalaban entradas para los festivales, discos, casetes. Todavía hoy, si lo veo a Horacio Banegas o a cualquier otro por la calle, seguro que me saludan muy bien. Son gente como usted o como yo, ¿ha visto?
El trámite era sencillo, llenaban el formulario y tenían que esperar turno, algunos aguaitaron varios años, venían cada dos o tres meses a preguntar y nunca les salió la autorización. A Peteco le salió en dos patadas, pero  ya le contaré cómo fue.
Otros, pobrecitos, mandaban papeles, hacían apelaciones, molestaban a los jefes por teléfono, dejaban regalitos, pero no había caso, no les daban entrada. Como le dije, pasaban años sin que les firmaran el expediente. Por qué, no le voy a decir, porque no sé.
Contaban mis compañeros más viejos que Sixto Palavecino había llegado un día a preguntar por los requisitos, lo recibió el director en persona, le dio cita para esa noche, lo llevaron en camioneta al campo, al de la Salamanca digo; entró, y cuando salió ya tenía el violín de Dios en las manos. Así, tal cual le cuento.
Algo parecido pasó con Vicente Eduardo Suárez, “Morenito”, que le decían, y Pedro Palomo, cuando ya eran el famoso dúo “Suárez Palomo”. No los dejaron ni preguntar qué necesitaban, que al día siguiente ya tenían la impronta de músicos geniales que los acompañó toda la vida.
Hubo otros, como un pianista famoso, de nivel digamos, tocaba Beethoven, Bach, Liszt y esos otros ñatos de música que usted la oye y se le hace que no termina nunca. Vino un día, pidió los requisitos, se los dimos y a la mañana siguiente trajo un currículum distribuido en tres carpetas bien gordas. Decía que había estudiado aquí, que había hecho cursos allá, que se había perfeccionado con un famoso maestro checoeslovaco, que había tocado en teatros de Europa, Estados Unidos, Australia, Japón, la Conchinchina qué se yo. Y nunca le dieron entrada.
Le pregunté al director cómo podía ser, si lo único que le faltaba era la Salamanca. Me explicó que no era cuestión de saber mucho, sino de tocar con las tripas, dejar el alma en cualquier interpretación, desde el Arroz con leche hasta El lago de los cisnes de Tchaicovski, porque no hay música que no sirva, sino musiqueros que la tocan sin el amor corriéndole por las venas. A veces bastaba con que una mujer dejara plantado a uno, para que al día siguiente agarrara la guitarra con otra impronta. Eso dijo y me quedó grabado, vea.
A veces llegaba uno, pinta de ushulito de medio del monte y lo recibían con honores, no dejaban ni que complete el formulario, le invitaban café, lo llevaban a la Salamanca y al día siguiente, mire lo que le digo, le pagaban el pasaje de vuelta al pago, en el Manso, en el Jaime Paz, porque no tenía plata para la vuelta, hasta lo iban a despedir a la terminal como toda una celebridad. “No domina la técnica, se ve que siempre tocó guitarras más ordinarias que ataúd con calcomanías, unos cajones de manzanas fabricados a hachazos, pero tiene la impronta de los cantores de antes y  lleva la música en el corazón”, dijo el director una vez.
A mí me tocó acompañarlo a Peteco a la Salamanca. Lo llevamos en una camioneta de Vialidad hasta un lugar, no sé si conoce ahí nomás de Cerco de la Finada Rosa, Salavina, Atamisqui, no le voy a decir, porque no me acuerdo. Tipo simpático, jovencito era, me preguntó por mi marido, por los chicos, conversamos de cosas del barrio, parecía uno como usted, como cualquiera. Iba tranquilo, como si fuera a tocar en la casa de Chaca o en una reunión con los amigos.
Cuando llegamos, se bajó, entró a una casa, había un viejo en la puerta y sentí que le decía “vamos pa la cueva”. Al ratito salieron, se dieron la mano y eso fue todo. Después, durante el camino vino cantando para mí y para Perecito, el chofer, viera de lindo. Yo nunca acompañaba a los folkloristas, fue la única vez, ¿por qué fui?, bueno, porque me pagaban con francos y los necesitaba para acompañarla de noche a mi mamá que la iban a operar de la vesícula en la Yunes.
Después mi jefe decía que luego de la Salamanca Peteco había conseguido ser y repito sus palabras "un cantor popular, dueño a la vez, de una creación original que trascendía el folklore para adentrarse en el alma de los santiagueños y de muchos argentinos". Y un montón de cosas más, pero no me acuerdo.
Cuando me jubilé, vino la intervención de Pablo Lanusse, cerraron para siempre la oficina. Sostenían que la suprimían porque provocaba mitos y leyendas que fomentaban la ignorancia del pueblo con trámites incomprobables para el lucimiento de unos pocos.
¿Ha visto el Iosep?, bueno, la Dirección General de la Salamanca funcionaba a la vuelta, en una casa que por fuera no parecía nada. Pero, oiga, ¿qué más quiere saber?
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Ansina hay de ser nomaj si Usté lo dice.

    ResponderEliminar
  2. Salamanca 😈👏📝🕛🎸🎵🎼

    ResponderEliminar
  3. JUSN MANUEL EXCELENTE TU LEYENDA, MUY BUENA. JUANCHO ESTO ES CREACION TUYA?, ME GUSTO Y LE PASE A PETECO TAMBIEN LE GUSTO

    ResponderEliminar
  4. UNO SE OLVIDA QUE ES LLULLA DE TAN AMENO Y DESCRIPTIVO EL RELATO. Pero buéh; es la vocación atávica del Santiagueño, vivir (ó al menos situarse con artificios) en UNA REGIÓN INTERMEDIA de Mito y Realidad. Frondosa imaginación colectiva, que si uno tiene en cuenta, que LA CONCIENCIA ES OTRO ESTADO DE LA MATERIA, no es descabellado que SE MATERIALICEN LAS MITOLOGÍAS (después de todo, la misma especie humana y todo lo que ES y EXISTE es fruto de UNA CONCIENCIA de la que cada humano es una hilachita) Y ese es EL PATRIMONIO DE SANTIAGO DEL ESTERO; creo que desde Avellaneda a Copo y Desde Moreno a Guasayán, todo el mapa de la querencia Santiagueña, ES UNA SALAMANCA.
    (después de todo, la vida es un Sueño ... un estado intermedio de la Consciencia)

    ResponderEliminar
  5. Yo sabía de la SALAMANCA ,mi padre impresionante nos contaba cada cuento que yo creía que eran cuentos pero ahora veo que era realidad.

    ResponderEliminar
  6. Me encantaria haber conocido la Salamanca.Se entronca con muchas historias de mi pais : paraguay

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

HISTORIA La Casa de los Taboada

La Casa de los Taboada, recordada en El Liberal del cincuentenario Por qué pasó de manos de una familia de Santiago al gobierno de la provincia y los avatares que sucedieron en la vieja propiedad Los viejos santiagueños recuerdan que a principios de 1974 se inundó Santiago. El gobernador Carlos Arturo Juárez bautizó aquellas tormentas como “Meteoro”, nombre con el que todavía hoy algunos las recuerdan. Entre los destrozos que causó el agua, volteó una pared del inmueble de la calle Buenos Aires, que ya se conocía como “Casa de los Taboada”. Y una mujer que había trabajado toda la vida de señora culta, corrió a avisarle a Juárez que se estaba viniendo abajo el solar histórico que fuera de la familia más famosa en la provincia durante el siglo XIX. No era nada que no pudiera arreglarse, aunque ya era una casa vieja. Venía del tiempo de los Taboada, sí, pero había tenido algunas modernizaciones que la hacían habitable. Pero Juárez ordenó a la Cámara de Diputados que dictara una ley exprop

RECUERDOS Pocho García, el de la entrada

Pocho García El autor sigue desgranando sus añoranzas el diario El Liberal, cómo él lo conoció y otros muchos siguen añorando Por Alfredo Peláez Pocho GarcÍa vivió años entre rejas. Después de trasponer la entrada principal de El Liberal, de hierro forjado y vidrio, había dos especies de boxes con rejas. El de la izquierda se abría solo de tarde. Allí estaba Juanito Elli, el encargado de sociales; se recibían los avisos fúnebres, misas, cumpleaños. Cuando Juanito estaba de franco su reemplazante era, el profesor Juan Gómez. A la derecha, el reducto de Pocho García, durante años el encargado de los avisos clasificados, con su ayudante Carlitos Poncio. Pocho era un personaje. Buen tipo amantes de las picadas y el vino. Suegro de "Chula" Álvarez, de fotomecánica, hijo de "Pilili" Álvarez, dos familias de Liberales puros. A García cuando salía del diario en la pausa del mediodía lo esperaba en la esquina de la avenida Belgrano y Pedro León Gallo su íntimo amigo Orlando

HOMBRE San José sigue siendo ejemplo

San José dormido, sueña Un texto escrito al calor de uno de los tantos días que el mundo secularizado ideó para gambetear a los santos Todos los días es día de algo, del perro, del gato, del niño, del padre, de la madre, del mono, del arquero, de la yerba mate, del bombo, del pasto hachado, de la madrastra, del piano de cola, de la Pachamama, del ropero, de la guitarra, del guiso carrero, de la enfermera, del abogado, del pañuelo usado. Todo lo que camina sobre la tierra, vuela en el cielo, nada en el agua, trepa las montañas, nada en las lagunas, patina en el hielo, surfea en las olas o esquiva a los acreedores, tiene su día. Nada como un día sin connotaciones religiosas, sólo nuestro, bien masón y ateo, para recordar a los panaderos, a las mucamas, a los canillitas, a los aceiteros, a los carpinteros, a los periodistas a los lustrines, a los soderos, a los mozos, a los vendedores, a los empleados públicos, a los policías, a los ladrones, a los jugadores, a los abstemios y a los tomad