Plaza Independencia |
Apena el regreso a lo que otrora fue el Jardín de la República
A los tucumanos de la histórica, extensa y ancha diáspora que ha tenido la provincia, por un lado nos alegra volver de vez en cuando, sobre todo porque nos hallaremos entre los parientes, los amigos, la tonada que tanto se extraña en otros pagos, la vista de los cerros azules y el latido de una ciudad extraña y remotamente propia, pariente lejana, digamos.Pero también nos duele porque a la vuelta del año, en el regreso de tanto en tanto, siempre la hallamos más sucia, más descuidada, más avejentada, mohosa. Y no es que uno esté llegando del Canadá, Bélgica, Japón, Alemania, sino de la vecina provincia de Santiago del Estero, aquicito nomás.En Santiago muchas veces nos quejamos por el desorden del tránsito, bueno, comparado con Tucumán, haga de cuenta que vivimos en un cantón suizo, con montes nevados, molinos de aspas anchas y vacas lecheras pastando en un verde prado. Entre los ñañitas, cruzar una calle en una hora pico provoca que a), te agredan verbalmente (te puteen, báh), los automovilistas porque pasaste cuando el semáforo te habilitaba b), te agradan verbalmente (te reputeen), los automovilistas porque pasaste cuando el semáforo no te habilitaba c) tengas que pegar un pique de cinco o diez metros (y los reputees), para que no te pasen por arriba o d), termines insultando de arriba abajo a un taxista (y la puta madre que lo parió), porque directamente te encaró con el auto y si no saltabas a último momento, te pasaba por encima.Hasta se han perdido los varitas, antaño unos señores municipales que dirigían el tránsito desde un alto púlpito callejero, con una calidad que no se ha visto ni se volverá a ver en estos pagos. Hace unos años habrían sido reemplazados, según cuentan los parientes tucumanos, por unos bandoleros que andan por la calle recaudando, según aducen, “para el jefe”, en banda y en poblado. Cada tanto aparece la noticia de que uno o varios fueron filmados cobrando una coima, pero al parecer no los sancionan ni les pasa nada, porque nunca abandonan su voracidad por esa forma de percibir rentas.
Mugre |
El centro y hasta tres o cuatro cuadras de la plaza Independencia a la redonda tiene una roña de varios años adherida a la calzada, a las veredas, a los portales, bajo las marquesinas, frente a los negocios, en los porches, a la entrada de las galerías, en todas partes. Por ahí es notable una costra de algo que parece una mezcla de tierra, hojas secas, algo aceitoso y quién sabe qué sustancias más.
Consulto a los parientes por el hedor de cloaca, de las calles del centro de San Miguel y se sorprenden, che, como si se hubieran acostumbrado, no sienten nada, no lo huelen. Ninguno sabe que es la cachaza de los ingenios que vuelcan en los cercos de caña lo que produce, año redondo, una nauseabunda pestilencia que se repta por las calles de lo que otrora fue una ciudad, cuya gente la creía parecida a París, oh, la, la.
Alguno quiere salir con que en Santiago les tenemos envidia porque nadie nos dice el Jardín de la República. Si eso es un jardín, me quedo entre los quebrachales, oyendo chillar las catitas, en medio del tierral que levanta el viento norte.
Antes de volver, una cuñada me advierte: “Si vas a escribir algo de Tucumán, decí que de noche, en muchas calles del centro no hay luz y que se podrían evitar muchas situaciones desagradables si al menos pusieran un foquito por cuadra”.
Sabe qué amigo, no sé de qué partido político es el intendente de Tucumán, no importa, porque la higiene no es un tema de debate, si sos limpio, sos limpio, seas radical, comunista, federal, conservador, unitario, peronista, lomo negro, bandera blanca, antipeludista o yrigoyenista de la primera o la última hora. Y San Miguel es esencialmente, una ciudad sucia.
Desde la ventanilla del Urquiza, de regreso a Santiago, observo a los muchachos que lavan los autos en la avenida Papa Francisco, a orillas de lo que supo ser el aeropuerto Benjamín Matienzo. Cuando pasamos de la estatua del hombre montado en un perro, me digo que estamos llegando al maloliente canal que da la bienvenida al viajero, después viene el río Salí, cloaca infecta a cielo abierto. Por suerte, luego llegaremos a la ruta 9 y miraré por la ventanilla un paisaje más agradable.
Viditay, ya me voy, y se me hace que no he 'i volver.
©Juan Manuel Aragón
Toda la razón no es el tucuman que conocí a no ser las amigas de siempre
ResponderEliminarJuan Manuel una pena...
Todo pasa Juan
Arq lopez ramos
Lejanos días en que ibamos a San Miguel de Tucumán a disfrutar de sus calles limpias y los canteros llenos de geranios, que nadie tocaba y todos cuidaban. Ahora no puedes caminar ni por cerca de las peatonales de noche, las calles oscuras, silenciosas y peligrosas ( los mismos habitantes de la ciudad te lo dicen) Ojalá haya pronto un cambio, para bien, en las costumbres y en los cuidados de la que fuera una maravillosa ciudad, luminosa y limpia, como la merecen nuestros hermanos y todos nosotros. Para que vuelvan los lejanos días de ese pequeño Jardín del Norte Argentino.
ResponderEliminarEs el típico caso del fenómeno de Naturalización y Familiarización social, por medio del cual una sociedad se acomoda o amolda a un cambio gradual, y termina aceptándolo como normal hasta que se vuelve prácticamente invisible...e incluso deja de ser percibido como un problema. Es por eso que son percibidos por los que llegan de afuera, que no estuvieron sometidos al acostumbramiento gradual. Es, si se quiere, un mecanismo de defensa para hacer un problema aceptable, tolerable, hasta internalizarlo y considerarlo como parte del "modo de ser de la realidad.
ResponderEliminarSe puede asimilar a la analogía del sapo en la olla, en la que se va calentando el agua imperceptiblemente, y para cuando el sapo se da cuenta ya es tarde.
Los cambios graduales pueden ser naturales, internos, o incluso inducidos por los gobiernos, como es el caso de la pérdida de la libertad de expresión en Santiago. Generalmente son fenómenos raramente reversibles.
Muy triste
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