La pelota está llena de sangre |
“No se había enfriado del todo el cuerpo cuando ya los buitres revoloteaban a su alrededor”
Ha muerto un hincha en estadio de Gimnasia de la Plata, luego de lo que, dicen, fue una brutal represión de la policía. En estos días, las radios, los diarios, la televisión, se mostraron compungidos, dolidos, por una injusta muerte más en lo que debiera haber sido una fiesta y, desde hace mucho, es un campo de batalla.César Regueiro, de 56 años, era hincha de Gimnasia y había ido con la familia a vivir el partido que mantendría su equipo favorito con Boca Juniors. Murió por un por paro cardiorrespiratorio no traumático, según la autopsia, mientras era llevado por una ambulancia al hospital San Martín, luego de una brutal represión de la policía a cientos de simpatizantes.No se había enfriado del todo el cuerpo cuando ya los buitres revoloteaban a su alrededor, primero fueron los políticos, atizando el fuego de sus eternas disputas para seguir con la pelea por lo que aún queda en pie en la Argentina. De todos los partidos políticos, incluso el que gobierna, salieron a pegarle a las autoridades bonaerenses o a sus policías.Un momento en que era preciso el silencio, para que todos reflexionáramos —como sociedad civilizada— sobre lo que sucedió en los últimos años para que debamos llevar policías a una fiesta a la que iremos nada más que amigos, fue usado por todo el arco político argentino para lanzar piedras sobre los demás, en la deplorable pose de “yo no fui”.
El periodismo ahora se queja por un camarógrafo al que un policía le acertó con una posta de goma. Los periodistas deportivos deberían estar en la primera fila de los señalados como culpables de la violencia en el deporte, especialmente en el fútbol. Cualquiera que los mire por la televisión, sabrá que tienen programas en los que varios gritones se insultan de arriba a abajo sin solución de continuidad. Empiezan el programa chillando, siguen chillando, van a un corte entre chillidos, vuelven del corte y sus gritos son lo único que llena el aire de programas con muy buen rating, si vamos a decirlo todo.
Ya se ha repetido hasta el empacho que sus títulos inducen a la pelea con sus apelaciones a un lenguaje más propio de quienes cubren una guerra que de reporteros de juegos. Van de “Duelo de Necesitados” a “Se Juegan el Todo por el Todo”, pasando por “Los Locales Quieren la Revancha” o “Se Espera una Dura Batalla por el Título”. Y también que son los propios periodistas quienes lanzan más nafta al fuego, lanzando siempre el titular más espectacular para su medio.
Pero hay algo más todavía, la Omertá con que pretenden ocultar algunas acciones cuando hablan de los famosos “Códigos del Fútbol”. Muchos periodistas deportivos de Buenos Aires dicen lo mismo: “Si yo hablara…”, y se quedan callados, dando a entender que saben mucho más de lo que dicen. Cabría aclararles que les pagan para que hablen, se expresen, y no cubran de silencio situaciones que podrían perjudicar el deporte.
Si hay una mafia que va desde los barrabravas a los trapitos, con paradas obligatorias en los dirigentes y a veces en los futbolistas y el director técnico, deberían denunciarlas con nombre y apellido. ¡No se callen!, ¿no ven que su mutismo apaña el próximo delincuente, policía o civil, que matará a un hincha desprevenido?
Millones de pesos se mueven en el mundo del fútbol como para que, a altura del tiempo de descuento, nos vengan a decir que se trata una pasión de multitudes. Se trata de un negocio de tres o cuatro dirigentes por club, repartiendo dinero a diestra y sobre todo a siniestra, para seguir manteniendo aquella ficción. Las multitudes al parecer incentivan su pasión con las palabras de odio que destilan los periodistas cada vez que anuncian que rodará una pelota sobre la verde alfombra de una cancha cualquiera.
Pero, más que todo, quienes seguimos las crónicas periodísticas del fútbol llamado “grande”, quisiéramos saber, si es que hay un Código, que lo muestren. No queremos ver un partido en el que todo es gracia, destreza, fuerza, habilidad, alguien que mueve los hilos detrás de los jugadores. Si lo hay, bueno, pues que nos digan su nombre, su apellido, su domicilio, sus otras señas particulares, así no sospechamos de todos los resultados, como lo hacemos ahora.
Si hay un Código, quisiéramos saber quién lo escribió, cuándo, con qué intenciones lo hizo, qué penas establece para quienes lo transgreden, cómo las aplica, qué medios usa para imponerse, cuánto paga por el silencio de cientos de periodistas deportivos que callan lo que saben y gritan sus estúpidas verdades en un programa cualquiera de televisión, quizás para esconder la dura realidad. Que un deporte que debiera ser una fiesta de toda la familia es en realidad una máquina sanguinaria con una feroz voracidad por el dinero y el poder. Si en el medio hay futbolistas, hinchas, periodistas, familias, dirigentes, policías, directores técnicos, trapitos, interesados, empresas que compran y venden jugadores que no quieren seguir el juego, peor para ellos.
La pelota no está manchada, es de sangre.
©Juan Manuel Aragón
El periodismo ahora se queja por un camarógrafo al que un policía le acertó con una posta de goma. Los periodistas deportivos deberían estar en la primera fila de los señalados como culpables de la violencia en el deporte, especialmente en el fútbol. Cualquiera que los mire por la televisión, sabrá que tienen programas en los que varios gritones se insultan de arriba a abajo sin solución de continuidad. Empiezan el programa chillando, siguen chillando, van a un corte entre chillidos, vuelven del corte y sus gritos son lo único que llena el aire de programas con muy buen rating, si vamos a decirlo todo.
Ya se ha repetido hasta el empacho que sus títulos inducen a la pelea con sus apelaciones a un lenguaje más propio de quienes cubren una guerra que de reporteros de juegos. Van de “Duelo de Necesitados” a “Se Juegan el Todo por el Todo”, pasando por “Los Locales Quieren la Revancha” o “Se Espera una Dura Batalla por el Título”. Y también que son los propios periodistas quienes lanzan más nafta al fuego, lanzando siempre el titular más espectacular para su medio.
Pero hay algo más todavía, la Omertá con que pretenden ocultar algunas acciones cuando hablan de los famosos “Códigos del Fútbol”. Muchos periodistas deportivos de Buenos Aires dicen lo mismo: “Si yo hablara…”, y se quedan callados, dando a entender que saben mucho más de lo que dicen. Cabría aclararles que les pagan para que hablen, se expresen, y no cubran de silencio situaciones que podrían perjudicar el deporte.
Si hay una mafia que va desde los barrabravas a los trapitos, con paradas obligatorias en los dirigentes y a veces en los futbolistas y el director técnico, deberían denunciarlas con nombre y apellido. ¡No se callen!, ¿no ven que su mutismo apaña el próximo delincuente, policía o civil, que matará a un hincha desprevenido?
Millones de pesos se mueven en el mundo del fútbol como para que, a altura del tiempo de descuento, nos vengan a decir que se trata una pasión de multitudes. Se trata de un negocio de tres o cuatro dirigentes por club, repartiendo dinero a diestra y sobre todo a siniestra, para seguir manteniendo aquella ficción. Las multitudes al parecer incentivan su pasión con las palabras de odio que destilan los periodistas cada vez que anuncian que rodará una pelota sobre la verde alfombra de una cancha cualquiera.
Pero, más que todo, quienes seguimos las crónicas periodísticas del fútbol llamado “grande”, quisiéramos saber, si es que hay un Código, que lo muestren. No queremos ver un partido en el que todo es gracia, destreza, fuerza, habilidad, alguien que mueve los hilos detrás de los jugadores. Si lo hay, bueno, pues que nos digan su nombre, su apellido, su domicilio, sus otras señas particulares, así no sospechamos de todos los resultados, como lo hacemos ahora.
Si hay un Código, quisiéramos saber quién lo escribió, cuándo, con qué intenciones lo hizo, qué penas establece para quienes lo transgreden, cómo las aplica, qué medios usa para imponerse, cuánto paga por el silencio de cientos de periodistas deportivos que callan lo que saben y gritan sus estúpidas verdades en un programa cualquiera de televisión, quizás para esconder la dura realidad. Que un deporte que debiera ser una fiesta de toda la familia es en realidad una máquina sanguinaria con una feroz voracidad por el dinero y el poder. Si en el medio hay futbolistas, hinchas, periodistas, familias, dirigentes, policías, directores técnicos, trapitos, interesados, empresas que compran y venden jugadores que no quieren seguir el juego, peor para ellos.
La pelota no está manchada, es de sangre.
©Juan Manuel Aragón
Te faltaron los gremios y las mafias. Pero en realidad pienso que la mayor responsabilidad la tiene la sociedad, desde donde salen todos los anteriormente nombrados. Una sociedad enferma y corrupta, solo puede producir gente enferma y corrupta, para ocupar cada una de las funciones descriptas en el artículo.
ResponderEliminarLa vida del carnaval engaña tanto que las vidas son breves mascaradas...
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