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LEYENDA El Hombre de la Bolsa

Monstruos de antes

Soy el infeliz que no tiene dónde caerse muerto, el que canta en las esquinas por unos sucios pesos


Aquí, como me ve, soy uno de los mitos legendarios más conocidos no solamente de este humilde pueblo provinciano, sino quizás de toda la Argentina, he pasado de boca en boca, de madres a hijos, de abuelas a nietos, arrorró que cambió de horario para presentarse todos los mediodías, cuando los chicos se niegan a tomar la sopa. Soy mentado, casi siempre por voces femeninas:
—Hacé caso, si no le digo a tu padre cuando vuelva, o llamo al Hombre de la Bolsa.
De tanto nombrarme me bajaron el precio, como quien dice. Los chicos temen más a la reprimenda o la tunda del padre que a mi presencia quizás inocua, intrascendente, fugaz e imaginaria. No soy mucho más que eso, un hombre, una bolsa, un mito, una sopa. Hay otros hombres que andan por el mundo de lo mágico cargando bolsas, uno es Papá Noel, siempre presente en este tiempo de calor, Navidad y nieve de telgopor. Y los ladrones que llegarán a las casas que queden solas, para saquearlas a la hora de los pitos, las matracas y las mutuas felicitaciones.
Para el tilingaje que no para de reproducirse y crecer, yo vendría a ser el Señor de la Bolsa que está en la esquina, mirando su casa de manera sospechosa. Ya se sabe, esa gente no teme ofender a Nuestro Señor, mentando cual comida a la última cena, mucho menos temerá llamar a la policía para que pongan preso a un pobre tipo que esperaba a la mujer, como quien no hacía nada. Soy quien alguna vez tuvo en cuenta todas esas reglas impuestas quizás por la parte más enferma de la sociedad, hasta que un buen día se sacudió el pescuezo, como suelen hacer los perros cuando algo les pica, y me las saqué de encima porque eran una molesta carga. Puse mi bolsa al hombro y me di a la tarea de recorrer mundos.
Soy el infeliz que no tiene dónde caerse muerto, el que canta en las esquinas por unos sucios pesos, el que viaja a dedo esperando el vehículo que lo lleve a otro ningún lado del globo, igual que este, el que pide limosnas en la puerta de los templos, el que aguarda en la madrugada el turno en un hospital, el que viaja de colado en los trenes de carga, el que hace un fueguito a la orilla del camino y le agrega poleo al agua, porque no le alcanzó para un mísero saquito de té.
Soy una amenaza para los chicos también, pero en otro sentido más profundo que el de las madres cuando se enojan, pero nunca cambian la fórmula para gritar:
Hacé caso sabandija, tomá la sopa, si no, cuando vuelva tu padre le digo que te has ido con el Hombre de la Bolsa a ver qué le regalan los caminos.
Saben que es muy posible que sus hijos, abandonen para siempre el cuáquer, el fideo de cabello de ángel, las letritas y se lancen a la aventura de esperar la adultez sólo para largarse a los caminos a enfrentar la libertad más absoluta, con la nada entre ellos y las tuscas a la orilla de la vía.
Soy un mito sin historia, nada se cuenta de mi vida, no se sabe quién soy, de dónde vengo, qué funciones cumplo, a quién le gané, contra quién perdí y por qué, hace tanto que doy vueltas por los caminos, las calles, los fondos entrevistos de los baldíos sin que nadie haya hecho averiguaciones, aunque sea para establecer mi nombre y apellido, profesión u ocupación, domicilio y otras señas particulares.
Quienes algún día encaren la monografía de mi vida, sólo dirán, era un hombre y llevaba una bolsa. Todo lo demás serán especulaciones, engorrosas elucubraciones sobre falsas premisas, impostaciones de la voz para decir que era la conciencia derrumbada de madres acobardadas de soportar hijos malcriados, aguante de la imaginación de chicos con ansias de nuevos juegos.
Por ahora sigo siendo el Hombre de la Bolsa, ocupando el último escalón de la escala zoológica de los homínidos, el que pide comida tirado en los portales, con tres perros flacos y una bolsa en la que quizás haya una jarra enlozada para todo uso, una colcha por si llega el frío, un par de lienzos para cambiarse de vez en cuando y en el fondo, primorosamente envuelta en un plástico, la agrietada foto de ella.
Vengo siendo el Hombre de la Bolsa desde hace un siglo y la yapa, quizás todos los que andamos por la calle, lo seamos, lo más probable es que ninguno lo sea.
Pero, quién sabe.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Cristian Ramón Verduc24 de diciembre de 2022, 9:05

    Muy bueno. Me ha gustado.

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  2. Muy profundo, Juan. Pará pensar.

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  3. Todavía lo recuerdo y juro que es capaz de hacer temblar al niño que alguna.vez fui.

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