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DELINCUENCIA Apología de un ladrón

Gallinas en el árbol

“Dicen los que saben, que en las leyes del hampa este oficio figura en el último peldaño de la escala social”


El ladrón de gallina es un humilde trabajador nocturno. Es posible robarlas de día en un descuido de las amas de casa, pero es más fácil ampararse en las sombras de la noche luego de haber estudiado convenientemente el árbol al que trepa el ave para dormir, atraparla de un solo manotón, ponerla en una bolsa y huir raudamente con ella bajo el brazo. Algunos disimulan y silban bajito, por las dudas.
Dicen los que saben, que en las leyes del hampa este oficio figura en el último peldaño de la escala social, debajo incluso de la del soguero, quien —como su nombre deja traslucir— es el que hurta ropa tendida en el alambre del fondo de las casas, en la soga, báh. De vez en cuando el soguero se apodera de un caro par de zapatillas, una camisa o un pantalón de marca o, aunque más no fuere, el corpiño de una de las bellezas del barrio, que luego obsequiará a su novia tal vez con el afán de mejorarla.
En cambio, el ladrón de gallina nunca tendrá grandes pretensiones. Se conforma con un pucherito y una sopa de arroz que trasuntan la humildad de su exigencia: solamente procura comer un día más mientras aguarda que los tiempos le traigan una mejor fortuna. Desde este punto de vista, si bien es un delincuente como cualquier otro, por ahí podría disculparse debido a lo transitorio de su oficio.
Este tipo de delincuente, tan merecedor de la cárcel como el que más, sin embargo, tiene una leve disculpa: si bien es cierto que toma para sí, ilegítimamente un ave de corral de poca cuantía, total o parcialmente ajena, lo hace por necesidad, no tiene otro remedio, porque de otra forma su prole no comerá al día siguiente. Es lo que los leguleyos llaman un caso de fuerza mayor.
El que roba gallinas sería equiparable al compañerito que todos tuvimos, ladrón de lápices y borradores en la escuela si no fuera porque este último es un niño que está comenzando su educación, por lo que cabe suponer que, de continuar con su actividad, en el futuro podría convertirse en un boquetero, un escruchante, un descuidista o algo peor.
Mientras que, como se dijo, la carrera de ladrón de gallinas, es temporal y se mantendrá hasta que el hombre halle un trabajo, un conchabo, una changa para hacerse de los pesitos que lo ayudarán a seguir sobreviviendo.
En su chacarera “La colorada”, en cierta manera Atahualpa atenúa el dolo del ladrón de gallinas, cuando dice: “El zorro me llevó un pollo, // y una tarde lo rastrié, // vide que usaba alpargatas, // y eran del número diez”. Esa letra se inscribe en la más pura tradición de Santiago del Estero, cuya música era triste, pero con letras a veces picarescas o con algo de sorna. Luego la chacarera se hizo tarantela, la zamba bolero y la vidala está muerta o al menos goza de la presunción de fallecimiento, pero es otra discusión.
Este leve cuentapropista está disculpado de antemano. Cualquier ama de casa, si supiera que esa noche andará un ladrón rondando el paraíso del fondo, es posible que le entregue la gallina pelada, lista para echar en la olla.
Es casi seguro que ese ofrecimiento sería mal visto, lo digo con conocimiento de causa, porque quienes alguna vez hemos andado en la mala, pero bien en la lona, en la última de las miserias, al menos tuvimos conciencia de nuestra dignidad como para andar mendigando un pollo. Preferimos arriesgarnos a la dolorosa mordida del Sultán, antes que aceptar un plato de comida por lástima.
El ladrón de gallinas es un muerto de hambre, un pobre infeliz que no tiene dónde caerse muerto, pero al menos le queda algo de decencia como para ganar el pan tomándose el trabajo de bajar la comida del árbol por sí mismo, como quien descuelga una manzana.
No es un delincuente en el sentido legal de la palabra, sino solo un trabajador que hace una tarea no del todo católica, dicho en términos relativos.
Antes de condenarlo, levante la mano si cree que nunca estará en la obligatoria posición de hurtar por necesidad.
A ver, anímese.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. La proposición final plantea una falacia de falso dilema, o de tercero excluido, al proponer el hurto como la única respuesta al problema. Es imposible saber si uno nunca estará en la obligatoria posición de hurtar por necesidad, De lo que sí uno puede estar seguro es de que, ante tal situación, las personas honradas y honestas (o "personas sin iniciativa" como les dicen en Santiago), recurrirán a cualquier solución alternativa legal antes que el hurto.
    Si esto no es aclarado, el planteo del artículo hasta puede considerarse una apología del delito.

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  2. Quien no hizo desaparecer una manzana al verdulero , y fue la fruta más dulce , sin la necesidad de ser un delito ?

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