Isabella Damla Güvenilir como Elif |
Mientras fracasan las telenovelas argentinas tienen éxito las turcas y ser bobina no funciona en el mundo
Dicen que hay una crisis de las ficciones en la televisión argentina, atraen muy poco al público y casi no tienen rating. Hasta hace un tiempo al menos, las telenovelas turcas arrasaban: las veían las abuelas, las madres, las nietas, prendidas frente al aparato, fascinadas por dramas familiares casi homéricos que demoraban su resolución mucho más allá de lo imposible. Está visto que ese tipo de dramones siguen siendo los preferidas de la audiencia.Se basan en argumentos sencillos: de este lado los buenos, de allá los malos. Narran las peripecias de una niña pobre y buena en la casa de gente rica y mala que la odia. A los dos años de empezada la novela, la pobre huerfanita resulta ser la dueña de la mansión y medio año después recupera sus bienes, se reúne con su madre que creía muerta y todos felices comen perdices.Con esa fórmula o muy parecida (chica o chico pobre conoce a chico o chica rica y pese a las diferencias sociales, terminan enamorados o casados), escribió todas sus novelas María del Socorro Tellado López, más conocida como “Corín Tellado”. Tan mal no le fue, es la segunda escritora española más leída de todos los tiempos detrás de Miguel de Cervantes Saavedra y vendió la guasada de 400.000.000 (cuatrocientos millones) de ejemplares de las 5.000 novelas que redactó durante su vida.La uruguaya Natalia Oreiro actuó al menos una decena de esas novelas rosa filmadas en la Argentina que se vendieron en todo el mundo. De tal suerte que es ídolo total en Rusia e Israel, entre otros puntos del globo en que no pasaría inadvertida si los visitara, pues siempre habrá alguien que la reconocerá por sus trabajos. Algo parecida sucedía con los novelones de Abel Santa Cruz y Felipe Alberto Milletari Miagro, más conocido como Alberto Migré.
Por otra parte, un consejo que suele darse a los noveles escritores es que sus personajes tengan rasgos marcados y nombres distintos para no confundir a los lectores. Si uno se llama Alberto, el otro no debe ser Roberto, si a uno le dicen Cacho, el otro no tiene que se Cache o Cachito, porque confunde a los lectores. Salvo que uno sea un Gabriel García Márquez y un personaje sea José Aureliano Buendía, el hijo Aureliano José y el nieto José Aureliano, pero ya se sabe, los genios saben saltarse las reglas y por eso justamente trascienden su tiempo y se llaman clásicos, pero es otra historia.
Una novela que empezaron a pasar en la Argentina se trataba de un varón con nombre de mujer, que había tenido un hijo con una mujer que tenía amigos y amigas que actuaban los varones de mujer y las mujeres de varón. Estaba repleta de porteñismos intraducibles, en ambientes que daban por sentados esos extraños cambios de sexo. Todavía hay muchos aquí que creen que ser bobina da réditos en el mundo, cuando es nuestra característica más odiada.
No solamente no gustó en la Argentina, sino que venderla al exterior fue imposible. Quién iba a mirar una bazofia en el que los hombres eran mujeres, las mujeres hombres, todos de aspecto extrañísimo y con conversaciones propias de yuppies de la década del 90. No hacen novelas aptas para la abuela de 55 años y la nieta de 10, sino para pasar después de las 10 de la noche, cuando los chicos normalmente deberían dormir. Pero no son ellos los equivocados sino la sociedad, que todavía no está preparada para ver bodrios modernosos fabricados para psicoanalizadas superadas y zurdos con OSDE.
“Si la realidad contradice la ideología, peor para la realidad”, sostienen esos artistas que no ven un mundo que se hartó de esos pequeños tiquismiquis de burgués izquierdoide fofo queriendo ser siempre y a toda hora políticamente correctos, modernosos, sustentables y sostenibles, antidiscriminatorios, multiculturales, inclusivos, diversos, arcoíris y pañuelos verdes. Ideas huecas, detrás de las cuales ocultan una profunda falta de pensamiento propio, mucho resentimiento, rebeldía sin causa. Y muerte, obvio.
Si internet fuera el mar, tome esto como una carta en una botella, dirigida a los dueños y mandamases de los canales de televisión para pedirles que pasen una novela como las de antes, con buenos bien buenos de un lado y malos perversos del otro, con desencuentros increíbles y situaciones malignas difíciles de creer en otro ambiente que no sea ese.
En algunas novelas turcas no hay besos, ni escenas de cama, ni siquiera sexo sugerido. Y sin embargo funcionan. Queremos algo así en la televisión argentina, pero si no se puede, aunque más no sea pedimos un Chavo, pero local digamos, algo tan gracioso e inocente como lo que hicieron magistralmente los mejicanos. Aquí podía llamarse Pibe, Gurí, Chango, no sé.
Si actúa Natalia Oreiro, mejor.
©Juan Manuel Aragón
Juan Manuel: sabes estar en los temas; bien. Abrazo
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