Abandonada estación de trenes de Clodomira |
“No voy con rumbo fijo, sé que en cualquier parte hallaré el sitio para dejar estampada la verdad de a puño que llevo en el corazón”
Algunas noches de invierno, antes de acostarme, pongo el despertador a las 2 de la madrugada, luego me visto muy en silencio para que no me oiga nadie en casa, especialmente la patrona, me calzo zapatillas, calzoncillo escopeta, pantalón de frisa y veinte mil camperas, agarro mis elementos y me largo en la bicicleta.Por qué solamente en invierno, preguntará usted. Y le responderé que en este tiempo la gente no es tan propensa a andar de noche y por las calles. Para lo mío, digamos, lo ideal es no dejar rastros, el frío que acurruca a los vecinos bajo las frazadas hace más fácil la tarea que me propuse casi como una obligación religiosa.En ocasiones llevar la palabra de escritor a los barrios más alejados de la ciudad tiene sus riesgos, aunque he comprobado que la gente duda de que un viejo con una ridícula gorra, pedaleando la madrugada lleve algo de valor. Por eso será, digo, que nadie nunca intentó asaltarme ni me vio sospechoso de algo.No voy con rumbo fijo, sé que en cualquier parte hallaré el sitio para dejar estampada la verdad de a puño que llevo en el alma casi como como una herida marchita, alegre corazón que entrega la vida, blanda y húmeda esperanza delante de los sueños de todos los hombres que son y han sido en este mundo.
A veces llego a Villa del Carmen, el barrio Siglo XXI o voy por la Independencia hasta Maco, Maquito o, un poco más allá, San Pedro, siempre llevando en la mochila el elemento con el que escribiré las palabras con las que seguramente conmoveré hasta las lágrimas, a los vecinos más sensibles de esta ciudad.
Sé que con la escasa luz delantera de mi bicicleta es tarea harto peligrosa, sobre todo por los tardíos automovilistas que, a esa hora, suelen circular sin poner mucho cuidado en la conducción de sus vehículos. Uno que otro me ha puteado de mala manera al esquivarme a último momento con un volantazo providencial. Pero nada me arredra en esas noches, llevo un mensaje claro y entendible a todos los barrios de esta ciudad casi cinco veces centenaria.
Necesaria aclaración antes de seguir: si usted tiene un alma puritana, un espíritu quisquilloso, el ánimo de los biempensantes, abandone en este punto la narración, porque lo que se va a revelar más adelante es la terrible constatación de una verdad universal, pero en palabras que rechazará de plano. Dicho de otra forma, no se arriesgue a sufrir una contrariedad, sólo por haber persistido en la lectura de esta crónica personal.
Hay varios que andan en lo mismo, no solamente en la capital de los santiagueños sino también en otros lugares de la provincia e, incluso, más allá de sus fronteras. En Tucumán mismo hay gente que se da a la misma poética actividad y sé que en Salta y Jujuy, otros han tenido la idea y la llevan adelante. Pero no hay conexión entre nosotros, no es una fraternidad ni una orden ni un club, ni tenemos reglamentos. Sólo lo hacemos por destacar lo bueno de la vida, lo que llena el espíritu.
Sigo contando: cuando creo haber llegado a un sector de la ciudad apropiado, detengo mi bicicleta y oigo los sonidos del barrio, debe estar en un silencio sólo interrumpido por algún perro en la lejanía, algunas veces un gallo, pero en el frío cortante de la invernal noche, no hay ruidos cercanos.
Entonces pedaleo más despacio, en cualquier momento aparecerá el lugar exacto para dejar estampada la verdad que llevo grabada a fuego en mi memoria de santiagueño en su sexta década de transitorio paso por el mundo y quiero que los hombres y mujeres de aquel barrio lo recuerden todos los días, al ir al trabajo, a la escuela, a hacer las compras o salir de paseo.
En un determinado momento hallo el lugar apropiado, lo miro durante unos larguísimos segundos, meto la mano en la mochila, saco el aerosol negro y corro hacia el muro viejo y algo descascarado a dejar mi mensaje que tendrá solamente nueve letras. Escribo VIVA LA URA.
Y después vuelvo a casa, pedaleando.
Feliz de la vida.
©Juan Manuel Aragón
©Juan Manuel Aragón
Un espíritu rebelde...rss
ResponderEliminarExquisito relato. Atrapante
ResponderEliminar¿ Autorreferencial? Cuyo indicio dedicado a las castas moralistas no alcanza, en lo mínimo, a anticipar el trascendental final.
Perdón Juan. Creo que hay un error . Se dice "Viva la Uuuva pa que no se acabe el vino "
ResponderEliminarAsí decía ... Mi mejor enemigo
ResponderEliminar😱. ☺️☺️☺️
ResponderEliminarMe has hecho reir y disfruté el relato
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