Viejo cartel de almacén |
Entre el de Santiago y el de La Banda, a menos de tres kilómetros uno del otro, fundieron a varios Cachitos, sobre todo cercanos
Cuando llegaron a Santiago los grandes supermercados conocidos en todo el país, lo hicieron detrás de una fenomenal propaganda. No solamente tenían los precios más bajos, también ofrecían servicios de cajero automático, eran amigos de sus clientes, mostraban imágenes de gente feliz y contenta porque compraba ahí, en fin. Nada nuevo, por supuesto. Eran tan, pero taaan amigos, que muchos hasta se lo creyeron.Trajeron algunos conceptos nuevos, por lo menos para los viejos esquemas que manejaban los santiagueños, acostumbrados, casi todos, a Cachito, el almacenero de la esquina y a dos o tres supermercados, embutidos en un espacio no más grande que un garaje para un fitito.Eran inmensos, la playa de estacionamiento del primero que se instaló tenía una superficie más grande que el propio negocio. Adentro, entre otros detalles, las góndolas eran más altas, había muchísima variedad de productos y los precios eran inmejorables.Entre el de Santiago y el de La Banda, a menos de tres kilómetros uno del otro, fundieron a varios Cachitos, sobre todo cercanos, que no tuvieron cómo competir con sus precios, su aire acondicionado, su patio de comidas, su cine y el por entonces recién estrenado glamur de los santiagueños, de ir a comprar en su ciudad como si estuvieran en Miami o en Buenos Aires, al menos. Entre otras novedades, en el de La Banda familias enteras conocieron el fafú ("fast food", comida rápida, dicho en cristiano), chatarra que les parecía deliciosa.
Y la propaganda seguía, eran tan amigos de sus clientes, que cuando iban a comprar muchos sentían a los trabajadores como hijos, primos, nietos, parientes. Hasta llegaron a poner en un cuadrito la foto del empleado del mes y uno se sentía en pleno Estados Unidos, como si estuviera en Hartford que, como todos saben, es la capital del estado de Connecticut. Faltaban nomás los rubitos haciendo compras, pero por ahí uno veía a un menonita y ya se sentía protagonista de una película de Hollywood.
Hasta que, por razones que no vienen al caso, la cosa empezó a no andar tan bien que digamos. Dejaron de ser amigos nuestros y empezaron a parecerse al viejo Cachito, pobre y jubilado, que vive al frente del súper. Entonces retiraron la propaganda, ya no quieren ser parte de nuestra familia, volvieron a ser comerciantes ellos y clientes nosotros, puros y duros. Al menos Cachito te fiaba cuando la situación estaba medio jodida, estos ni aca, todo hacen a cara de perro.
Como ya no quieren vender tanta variedad de productos, primero bajaron la altura de las góndolas y después escondieron muchos productos imperecederos con la esperanza de volver a venderlos el día de mañana, cuando tengan asegurada la ganancia. ¿Amigos?, ¡minga!
Cualquiera está avisado de que hay productos importados que, o son muy caros o no se consiguen dólares para comprarlos. Pero, por lo que se sabe, no hubo problemas en las fábricas azucareras tucumanas, que siguen produciendo y vendiendo, porque de otra forma no tendrían cómo solventar la molienda que está en su apogeo.
Pero en el supermercado “Mire”, de Santiago, ayer no había azúcar para comprar de ninguna marca. Ni un granito. Nada de azúcar, o para decirlo en italiano, inglés, francés y guaraní: senza zucchero, no sugar, sans sucre, ndaipóri asuka.
Cachito el almacenero, al menos era sincero, te decía “los proveedores no me están queriendo vender”, y uno sabía que era verdad, por ahí si lo obligaban a vender a precios por debajo de su costo, te despachaba por la puerta del costado, incluso llegó a inventar, en el 75, la docena de diez. Pero nunca dejó al vecindario sin un artículo esencial por tenerlo escondido en el galponcito del frente. El sí que era pariente en serio de algunos vecinos.
Estos otros, en cambio suponen que, si ofrecen azúcar, ¡la gente tendrá la osadía de comprarla, cuando a ellos les conviene guardarla para engramparnos más adelante hasta el ojete! No se defienden de los precios, no temen la inflación, ni siquiera les importa que uno salga puteándolos, sólo quieren que no les compremos azúcar —artículo de primerísima necesidad— de ninguna manera. Nuestros parientes, los dueños del “Mire”, nos quieren joder, en una palabra.
Pero hace un cuarto de siglo no quisimos, no pudimos o no supinos defender a Cachito, vecino de toda la vida, que mandó a sus hijos a la escuela con los nuestros, compartió con nosotros asados en su casa, nos vendió al fiado cuando quedamos sin trabajo, diciéndonos: “Pagame cuando puedas, no hay problema”.
Ahora que los del “Mire”, sean quienes fueren esos ex parientes ricos y lejanos, no nos quieren vender azúcar para endulzar el mate cocido, nos acordamos del viejo y querido almacén de la otra cuadra. Si alguno se asomara a las viejas paredes descascaradas de aquel local, verá solamente la soledad de un pasado generoso y un cartel desvaído que dice “Ferro Quina Bisleri”.
Y ya que nos gusta tanto la moda del inglés, por detrás aparecerá el fantasma del viejo despachante haciendo el gesto de fáquiu ("fuck you"), expresión que no se traduce en atención a las damas presentes.
©Juan Manuel Aragón
©Juan Manuel Aragón
Buenaaa amigo Juan.
ResponderEliminarTantas anécdotas quedaron en la memoria de esos negocios. Una vez en Pozo Hondo, se juntaron unas mujeres y por culpa de las hijas comenzaron a discutir _ Vos has dicho que mis hijas son putas y no has visto las tuyas._
ResponderEliminarSi es cierto, las hijas mías son buenas y no andan pariendo como las tuyas ._
Tienes razón en eso, pero las tuyas que van a parir si andan culiando con CONDÓN. _ ¿ con don quieeennn dices que culiaann ? ja ja ja.
Muy fino..........y pertinente.
EliminarYo solo compro en mi barrio.Pero es así ,siempre gana el mas poderoso.
ResponderEliminarEl poderoso se cansa y lo aburres y desp. Te lastiman ... Siempre será así ...
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