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HAGIOGRAFÍA San José, varón y casto

San José dormido

Es el que salva al Salvador de la primera persecución de la era Cristiana, huyendo a Egipto con su familia


Mírelo a San José, un santo como no se emparda. Como resignado desde siempre a ser un segundón en la vida del Salvador. Después de la primera infancia de Nuestro Señor Jesucristo, desaparece de la historia, se vuelve aire entre las páginas del Evangelio. María le avisa al Ángel que no ha conocido varón y aun así el hombre va y se hace cargo, como dicen ahora. Después de ella es el primero en creer, que no es poco.
Dicen que era artesano, quizás carpintero, oficio noble que sigue hasta estos días, pero que no ha traído la riqueza material a la mayoría. ¿Murió joven?, ¿murió viejo?, no se sabe, al cabo de unas pocas páginas es olvidado por las Sagradas Escrituras.
María está en los Evangelios hasta el final de los días de Nuestro Señor Jesucristo y más allá también. Junto a otras mujeres y a Juan, su discípulo más amado, que lo acompañan hasta que muere en la cruz. Es de creer —razonablemente —que para ese tiempo José ya estaría muerto.
En las películas modernas es encarnado por un actor de reparto, apenas el que da legitimidad a María ante los ojos de la gente. Si la repudiaba, como era costumbre en ese tiempo, podría haber sido lapidada. Pero él cree, eso que es evidente que no debe hacerlo.
En estos tiempos es inimaginable un acto de generosidad semejante. La mentalidad moderna por ahí hasta cree que un hombre resucitó luego de ser clavado en una cruz, pero se niega a entender que alguien tenga la voluntad para permanecer casto y al lado de una mujer durante toda su vida.
Trastocados los valores, el mundo no se entiende a sí mismo sin el pecado de la carne, constante, permanente, siempre presente, a mano. Cree que los demás son pecados, menos el de la carne, porque está en la naturaleza del hombre o porque simplemente renunció —o renunciamos todos—a combatirlo en su propio corazón.
Cuando Manuel tiene 12 años y se queda en el templo discutiendo con los sabios, María y José quieren reprocharle lo que ha hecho, pero Nuestro Señor le responde que está ocupándose de las cosas de su Padre. Nada dicen los Evangelios, pero José toma mansamente esa respuesta.
Se sabe que no es un simple, un pobre mentecato, porque un sueño le anticipa lo que luego pasaría a ser la primera persecución de la era cristiana, esa vez contra los Santos Inocentes. Toma a su joven esposa y a su hijo y huye a Egipto con ambos. No se paraliza por el miedo, confía en la aparición que tuvo mientras dormía, se sabe indefenso ante el régimen y escapa antes de que los judíos acaben con lo más precioso que tiene. Y, quizás sin saber el significado exacto de sus acciones, evita una muerte segura al Salvador, a manos de Herodes, el malvado rey.
Daban pena los que el 19 de marzo, el día que la Iglesia Católica eligió para recordarlo, los bobos propusieran que fuera el día del hombre. Porque San José no es el hombre que se quiere reivindicar hoy, opuesto a la mujer, casi como un calco del feminismo, pero de signo contrario. San José es algo distinto, el hombre que se perfecciona por amor la mujer para formar una familia, hacerla crecer, educar a los hijos en los valores cristianos y se completa en la mutua unión de dos corazones para hacerse uno, cada uno con sus características, no opuestas, sino complementarias.
También son penosos los que, en nombre del catolicismo y apoyados supuestamente en las ciencias, niegan la matanza de los Santos Inocentes, la llegada de los Reyes de Oriente, el Pecado Original, todos los milagros, la expulsión de los demonios, la Resurrección, la Cruz, el Gólgota, la virginidad de María. Pero otro día podríamos ocuparnos de esa pobre gente, resentida, artera y, como decían los radicales de antes, falaz y descreída.
Dicho todo esto, por supuesto, desde la más completa ignorancia de la profundidad de las Sagradas Escrituras, cualquiera que sepa un poquito más le dirá que San José es el santo varón a imitar por las jóvenes generaciones actuales: desprendido, generoso, inteligente, profundo, sencillo. Y casto, virtud que, si se aplicara un poco más, podría solucionar muchos de los problemas que aquejan al mundo moderno.
Si un católico no lee los Evangelios desde la fe está ciego, o es un quintacolumnista de los enemigos de la religión.
Juan Manuel Aragón
A 25 de marzo del 2024, en Señora Pujio. Armando un chala
©Ramírez de Velasco




Comentarios

  1. Casi no conozco gente que niegue y/o denoste a la religión católica. Los hay, pero en general hay gente que no cree, o que nunca ha sido formada en la fe.Creo que hay que ser más caritativo con los que no creen o no conocen, porque si no han stado expuestos o formaos en la fe católica, es natural que lesbresulte indiferente.
    De todos modos, la mayoría de la gente vive según los principios de nuestra cultura judeo-cristiana sobre los que se sustentan la fe católica, aunque no lo hayan meditado. Al haber abrazado los valores y principios de la cultura occidental, bajo los cuales nos regimos en nuestra sociedad, todos estamos adscribiendo a las bases del catolicismo. Y eso ya es un buen comienzo.

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