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NICKELODEON El último grito de la moda

Mujer de ruleros

Cuáles fueron los soplos que nos mostraron que la modernidad había llegado al pago

A la vuelta del año, cuando regresábamos al pago, buscábamos en el aire del pueblo vecino, los imperceptibles soplos de la modernidad que al final acabarían por tumbarlo del todo. Ahora usted va y es un lugar que se enorgullece de ser igual a los demás, tiene barrios, una plaza con toboganes, una comisaría con 50 agentes de policía, todos bien comidos, quioscos, calles pavimentadas y hasta tuvo una rotonda que puso un intendente y el siguiente tiró abajo, y el otro cuando vuelva, si es que, anuncia que la construirá otra vez. La grieta de los pobres, digamos.
Una vez descubrimos que la vieja de uno de los almacenes más famosos en 50 kilómetros a la redonda, tenía un perrito chiludo y el pueblo observaba, entre desorientado y envidioso, que era posible tener estos animales de pura compañía, no esos alborotadores de nosotros, buenos para salir a quirquinchar o que hacían empacar la hacienda con tanto bochinche que metían.
Otra vez descubrimos que ya no teníamos dónde atar los fletes, de un año para otro habían sacado todos los palenques. Seguía yendo gente de a caballo, en sulky, en zorra, de los pueblos de la vuelta, pero cuando le quise reclamar al comunal, me respondió que eran cosas del pasado, que ya se acostumbrarían los campesinos a no usar medios de locomoción (“¡medios de locomoción”, dijo, lo juro por esta), antiguos, fuera de moda.
Otro verano instalaron una confitería “La Estrella”, con un enorme televisor, mesas de billar, barra y, decían, algunas chicas con horario nocturno que, a todos les sonreían y a unos pocos les cobraban. “Es un pub con todas las de la ley”, lo describió uno de mis hermanos y, desde entonces cuando podíamos, íbamos a tomar unas birras.
Recordábamos a nuestro padre, al abuelo, que tanto habían luchado para tener electricidad en el pago, haciendo notas, peticiones, viajes a la capital a entrevistarse con funcionarios, mostrarles el adelanto que sería para todos, no solamente para encender la luz levantando la palanquita, sino que también se podrían instalar modernos criaderos de gallinas, silos para guardar los granos, modernísimas carpinterías, fábricas metalmecánicas y tantos otros sueños de viejos pioneros, duros, morochos, fuertes. Para que al final, cuando llegó la luz, la usaran solamente para poner televisores, hornos a microondas y una luz roja en el pub “La Estrella”, indicando al mundo que estaban en onda.
Nobleza obliga, hay que decir que siempre hallábamos que, en el fondo, casi todo seguía como había sido entonces, cuando el mundo era un pibe y andaba de pantaloncitos cortos y una honda en el bolsillo de atrás. Aquí y allá quedaba uno que seguía criando cerdos y en invierno choriceaba, otro que tenía parejeros a media cuadra de la comuna, más allá había una zorra con las varas apuntando al cielo y se veía que había sido usada hacía poco. En los suburbios, que comenzaban a cincuenta metros de la calle principal —y casi única —la vida seguía siendo la de enantes, la de siempre, sin los engolamientos, las delicadezas y los empaques de la modernidad.
Un año no pudimos ir todos, sólo fue mi hermano, el del medio. A la vuelta contó que todo estaba perdido, en apenas doce meses el pueblo había cambiado del todamente su fisonomía y ya era lo mismo que verá hoy cualquier viajero que llega por primera vez. Qué había pasado. Contó que había ido al baile. En lo esencial seguía siendo el de siempre, con programa, ¿ha visto?, suena la música, las parejas salen a bailar, luego ponen una pieza que le llaman “separadora”, las parejas se sientan, los hombres van a la cantina a comprar algo y ellas vuelven cada una a su mesa. Es como mezclar y dar de nuevo varias veces en la noche. Si usted está bailando con una guaina y le gusta la partida, tiene que sacarla de nuevo, eso si no viene otro y la invita, porque las chicas no pueden rechazar a nadie, eso no se hace, es parte de mala educación.
Contaba que en un momento de la noche hubo un revuelo en la puerta, ¡llegaban las chicas Melián!, eran, por ese tiempo las más lindas del pago. Mi hermano relató que no lo podía creer, pero todas tenían ruleros y algunas los habían sujetado con un pañuelo, costumbre que seguramente habían visto en la ciudad y quizás creían que era para llevar como el último grito de la moda. El fin de semana siguiente, hubo varias de ruleros y hasta llegó una con la toca puesta. Entonces supimos que el tiempo aquel se había extraviado y caminaba derecho hacia un olvido que desde entonces es definitivo.
Hoy en el pueblo hay madres que se enorgullecen cuando cuentan al forastero que sus hijos son de Nickelodeon, no de Disney y gracias a Dios ya no trepan árboles como antes, cuando éramos salvajes, jugábamos a las bolitas y los malos eran los gauchos y los buenos la polecía.
¡Malhaya los nuevos tiempos, barajo!
Juan Manuel Aragón
A 27 de mayo del 2024, en el puente de la Dormida, Sacando bagres.
Ramírez de Velasco
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