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SANTIAGO Una ciudad religiosa

Puestero del mercado Armonía

“Salían con sus ejércitos a pelear con sus espadas flamígeras por la cristiandad que entonces, como ahora parecía muerta”


Después de todo Santiago es una ciudad religiosa, se dice el hombre aquel, porque a cada paso descubre signos de una piedad evidente, fuera de la que está oculta en las imágenes de los santos de los templos, a los que ha visitado uno por uno, buscando, justamente, esa inteligencia de lo sobrenatural que se esconde en cada una. Cree vivir en un lugar espiritual, con un soplo que trasciende sus calles, sus árboles, sus casas, su gente, sus campanarios y el gorrión que anida en el palo borracho de la plaza.
El viento con tierra ardiente de cada primavera comienza a llegar por la Belgrano norte o quizá cruza a las disparadas el río por el puente Carretero. Ese soplo se gestó —está seguro porque alguna vez que anduvo por ahí lo vio nacer— en la laguna de Huyamampa, entre su salitre y su barro a cielo abierto, en el que dicen que alguna vez los indios fueron dueños y señores del viento, la libe, el suri.
No está en las iglesias la cifra de lo que halló y tampoco en los espíritus que consultó, para él ninguno tiene la altura del aliento de un sitio que retumba en medio de un fragor de colectivos, camiones repartidores, carritos recolectores de basura y amas de casa que acuden con sus bolsos a hacer las compras en el mercado.
Cree que hay algo que religa a Santiago con los ángeles, no esos modernos fetiches de magos, nigromantes y embaucadores de palabras hueras sino los medievales, los que salían con sus ejércitos a pelear con sus espadas flamígeras por la cristiandad que entonces, como ahora, parecía muerta. Pero lo que antaño era un simple extravío del camino, hoy es un conjunto de herejías hechas y derechas (torcidas más bien).


Algunos domingos sospecha que las calles caminan livianas sobre el pavimento, mientras observa que los lapachos este año no han florecido como debían, quedaron en vela y solamente vistieron de lila sus copas; las hojas bajas seguirán en su ser hasta el año que viene. El invierno no trajo el frío que se esperaba ni la obscuridad que necesitaban las plantas para dormir ni el silencio de la ciudad por la noche. No importa.
Ha recibido una especie de llamado divino, razona que hay algo que camina, feliz, por las veredas de la capital de los santiagueños. En una de esas sea la Redención que todo lugar espera en sí y por sí mismo. Pero en una de esas es otra cosa, aunque no sabe qué.
Entonces observa que las palomas de la plaza Libertad piden pan y no les dan, piden pan y no les dan, piden pan y no les dan.
Juan Manuel Aragón
A 21 de septiembre del 2024, en Clodomira. Reventándome un suchi.
Ramírez de Velasco®

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