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REALEZA Las tradiciones inglesas en manos de Meghan

La pareja

“Se hace la ofendida, afirma que alguien quiso decir que era medio morochita o sacó cálculos de cómo serían sus hijos”


Vivimos lejos del Reino Unido, por retazos de información que van llegando, sabemos o creemos saber algunas de sus costumbres, su manera de pensar, la idiosincrasia de su gente. Cuando murió Diana Spencer, primera esposa del rey Carlos III, por algunos detalles que se filtraron, creímos saber algo más: son fríos y odian mostrar sus sentimientos en público. Además, en general, son muy tradicionalistas, como que algunas prácticas o ritos les vienen de hace varios siglos y no tienen ningún interés en cambiarlas, modernizarlas o aggionarlas.
Cuando el Rey preside la apertura del Parlamento, tienen la tradición de que los alarbarderos de la corona, algo así como sus guardaespaldas, recorren las instalaciones del palacio buscando bombas, en recuerdo de un atentado que frustraron en 1605, ¡en 1605, oiga!, cuando los católicos lo quisieron volar para terminar con el rey Jacobo I. Bueno, como esa, un montón de costumbres.
Si bien tienen sus dramas económicos solucionados desde antes de nacer, los miembros de la monarquía inglesa tienen problemas que el común de los mortales ignora. Sus miembros más notorios no pueden caminar por la calle como usted, su vecino, el autor de esta nota, porque reconocido que fuere, al instante tendrá una multitud rodeándolo. Quizás ni siquiera pueden elegir sus amigos como otros hijos de vecino que lo hacen libremente, sin fijarse en pelos, marcas o señales. Por lo que se ve, sus amistades son siempre de su mismo círculo social. Bueno, cosas así, ¿no?
En Reino Unido al parecer la prensa amarilla es parecida a la argentina, pero mucho más cruel, como si se dijera Jorge Rial multiplicado por cien. Los periodistas buscan constantemente entre la familia real, para dar a conocer sus dramas, sus problemas, sus alegrías, sus metidas de pata, de una forma espectacular. Se valen de espías, cámaras, empleados infieles o despechados y de mil artilugios más para obtener sus noticias.
Haber solucionado el drama del puchero de todos los días, tiene sus desventajas entonces. Los reinaldos y sus consortes tienen obligaciones ineludibles, como cualquier hijo de vecino, pero como la prensa no les saca el caballo de encima, no pueden dar parte de enfermo tan fácilmente como usted, don, porque enseguida los cachan. Imagine el titular tamaño catástrofe: “Fraude” y la bajada de la nota: “El Rey debía inaugurar un hogar de huérfanos, pero se hizo el contagiado de coronavirus y lo vieron panchamente en el centro tomando café con los amigos”. O, dicho en inglés: “The King was supposed to inaugurate a home for orphans and he faked to be infected with coronavirus, but he was seen very Francisment in the center having coffee with friends” (traducción libre, jejé).
Y a toda esa institución pomposa, tradicional, repleta de lujos y de reverencias antiguas, extrañas y quizás inexplicables, un buen día llega una actriz norteamericana y se la quiere llevar por delante, los quiere comer crudos a sus reales parientes políticos, se encula con ellos la ñorse. La famosa Meghan Markle, casada con el príncipe Enrique de Sussex, no entiende muchas de las costumbres inglesas o le molestan y arrastra al marido a un choque frontal con su familia.
Se hace la ofendida, afirma que alguien quiso decir que era medio morochita o sacó cálculos de cómo serían sus hijos. Con esa sensibilidad biempensante del movimiento “black lives matter”, que quemó iglesias y destrozó monumentos en nombre de la corrección política, la pareja se lanza contra la monarquía inglesa con furia iconoclasta.
En el barrio, cuando se casaron la Claudia y el Cacho, los dos narigones, uno de los hermanos de él calculó que a los hijos no los iban acunar, sino que los iban a llevar como sifones y nadie se ofendió. Pero las nuevas generaciones, con sensibilidad de cristal no se bancan ese tipo de bromas, tienen una sensibilidad a flor de piel, sintiéndose injuriada ante el primer leve toque sin querer. Parecen futbolistas, tirados en el suelo, fingiendo muecas de dolor, a ver si consiguen un tiro libre, un penal.
Hubo quizás un roce por aquí, un comentario fuera de tono por allá, nada fuera de lo común en la relación entre nueras, yernos, suegros. No le reclamaron porque no llevó vitel toné para Navidad y ninguna concuñada le dijo: “A ver, morocha, correte un poquito para allá, así entramos todos en la mesa”. Igual, se hace la princesa impoluta.
Como en una mala película norteamericana, cree quizás que su sola presencia será suficiente para cambiar de un día para el otro las reglas de la monarquía inglesa, obliga al marido a vivir en California y lo hace cómplice de grabar notas y películas escandalosas contra aquello en lo que hasta anteayer nomás, él creía.
Ahora mismo están pasando un documental desbalanceado sobre la relación entre ambos y con la familia de él. Desbalanceado porque además de ellos, solamente hablan sus amigos, gente allegada, conocidos. No hay nadie que opine distinto, ni una voz discordante ni un juicio que discrepe con su postura.
Esta columna suele ocuparse de otros asuntos, si quiere más serios o no tan livianos como los asuntos del corazón de la realeza británica. Pero fue tan chocante verla a ella riéndose de la reverencia que tuvo que hacerle a Isabel II, que salió de un tirón, escrita con la indignación que el caso merece. De última, no está mal tomar un domingo de vez en cuando, para hablar de frívolas tilinguerías, asuntos menores de gente del otro lado del mundo.
Abajo, critique lo que quiera, diga que esta nota es superficial, que quién es uno para meterse con semejante asunto, no sé. Nadie lo va a atajar, meta, anímese.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Muy buen artículo, que pinta con buen detalle y realismo la situación. El tema en particular permite sacar muchas conclusiones sobre la realidad de esa gente.
    A propósito, me dió mucha tristeza y vergüenza cuando en La Argentina hubo gente notoria festejando y blasfemando sobre la muerte de la reina. No porque me interese en lo más mínimo, sino porque nos mostró ante el mundo como inferiores y resentidos. Mucho mejor hubiera sido ignorar el acontecimiento por completo, que por otra parte es lo que en mi caso ameritaba.

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