El templo de Mailín |
“El gobierno y los buitres que revoloteaban a la vuelta, se entusiasmaban con el petróleo, consultaban los libros de viejos gurúes mentirosos”
En las picadas la vista se va lejos, llega hasta donde la hendidura del bosque es una fina línea que une la tierra con el cielo. En medio de esa lejanía, algo se mueve, muy pequeño recortado contra el horizonte, serpenteando en un camino de sulkys que se hizo sobre la picada de YPF, cuando andaba haciendo temblar la tierra a explosiones, para ver si había petróleo debajo de Santiago. Y no había.Todavía recuerdan en el pago las rogativas, las misas, los Rosarios que debía el Cielo por haberle pedido con ganas que hubiera petróleo en una excavación que hicieron en Mailín. Todos rezaban, los ministros, los subsecretarios, el Obispo, los curas, los laicos y los fieles, los que creían y los que no. Y el Gobernador, por supuesto, nacido en Mailín, que por esos días se dio una vuelta a ver cómo iban los trabajos, ponchito al hombro, ojos de bovino cutipando ataco.Muchos santiagueños imaginaban esas máquinas como cigüeñas, extrayendo petróleo mañana, siesta, tarde y noche, y Santiago entrando en el club de provincias con regalías y ese Gobernador, que no tenía capacidad ni para ser director de escuela, salvando lo que quedaba de una gestión que llevó a todos al borde del abismo, a unos cuantos lanzó al vacío, entre ellos a él mismo y a todo el resto dejó el culo pal norte, pidiendo la hora referí, ¿no ve que el partido ha terminado? Y no, amigos, la vida es un partido que no se acaba hasta que suena el silbato final, pero uno no lo oye porque ya está del otro lado, en un mano a mano con San Pedro.Mailín, cuatro casas, un templo, una plaza y el desamparo se cernían sobre ese pueblo que una vez y media al año juntaba cientos de miles de peregrinos dejando en dos días el dinero que aguaitaban más que la lluvia, que también se hacía la de mezquinar. El uso de un pozo ciego para cagar, abierto dos días antes con cuatro lonas a media altura a la vuelta, costaba lo mismo que un sanguche de milanesa, sin aderezos y medio crudo, mientras la fila para tomar gracia de la imagen pasaba a medio metro.
El gobierno y los buitres que revoloteaban a la vuelta, se entusiasmaban con el petróleo, consultaban los libros de viejos gurúes mentirosos, de hacha y quebracho, auscultando los porqués de tanto ocultamiento nacional, si a Santiago le correspondía, por historia, tener el petróleo que la rescataría de tantos años de polvo y olvido. Se repetía en la provincia, por aquellos años, la patraña de un destino truncado por las crueles provincias vecinas, envidiosas de nuestra alegría y la chacarera. Y la belleza de las mujeres que siempre florecieron por aquí, si vamos a decirlo todo.
Las velas de la catedral se encendieron todas, el órgano reunía a su alrededor a un coro de beatas de misa de siete como hacía mucho no se veía en el templo mayor de este lado del Salado. Cuando se cruzaban funcionarios, empleados u ordenanzas en la Casa de Gobierno, unos a otros se consultaban: ¿Vos qué sabes?, ¿habrá o no habrá?, ¿alguna vez Diosito nos regalará algo como a las demás provincias? Y todos cruzaban los dedos, hacían promesas a los santos, encendían velas frente a la imagen de la Virgen del Valle, San Expedito o el Gauchito Gil, para el caso todas las religiones debían empujar para el mismo lado.
Cuando salió la noticia de que no había (“no hubo, no hay y no haberá”, dijo el Mochi Únzaga), fue como si muchos se calmaran: Bueno, no hemos ganado la lotería, ahora debemos concentrarnos en seguir la vida, retomarla como venía desde antes de este tiempo esperanzado. El Gobernador se encerró aún más en su mutismo, que no era inteligencia sino parquedad de ideas. Y el resto siguió organizando sus protestas sobre puerta de la Casa de Gobierno que da a la Rivadavia. El petróleo de Mailín fue la última gran esperanza de conseguir dinero fácil. Luego de aquello se supo que si se pretendía el progreso no quedaba más que laburar o, aunque más no sea poner un kiosco de venta de caramelos.
El día siguiente de la visita de miles de fieles y promesantes, el pueblo quedaba como un basurero, millones de papeles y plástico volaban bajo el cielo santiagueño y un olor a aca era lo primero que sentían quienes se habían quedado o llegaban de pedo, porque nadie va por Mailín, a menos que ande perdido.
Fue el mismo aroma que dicen que le sintieron al Gobernador aquel cuando le avisaron que no había oro negro bajo la provincia. Desde ese día sus horas se comenzaron a contar de atrás para adelante y mucho antes de terminar su mandato, se mandó a mudar, dejando una bomba que explotó apenas un tiempito después de su renuncia. El puñado de sus escasos seguidores, sigue repitiendo como un Rosario mal rezado que la culpa de todo la tuvo el petróleo. El mundo de sus pesadillas estaba tan hecho añicos que ni siquiera lo pudo salvar el mismísimo King Kong, cuando vino a Santiago, directo desde el Senado Nacional, a prestarle una cuarta.
Pero de King Kong y su historia con el gobierno aquel, se hablará otro día.
Por hoy demasiado.
©Juan Manuel Aragón
Muy bueno. Y la frase " cutipando ataco " hace mucho que no la leía . Muy gráfica . Carlos Zigalini
ResponderEliminarPara Carlos Zigalini: Es casi seguro que a la palabra "ataco", para nombrar a cierto yuyo que en Santiago no recuerdo haber visto, la hayas escuchado en Tucumán o leído de alguien de Tucumán.
ResponderEliminarRecuerdo del Ataco que es una planta de colorvverd
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