Moderno corte |
Los peluqueros de varones hoy deben ser más preparados que los de las mujeres por las nuevas exigencias que tienen algunos
En la remota antigüedad del siglo pasado el corte de pelo de los hombres era una cuestión bastante sencilla. Usted iba, se sentaba, le ponían esos trapos que le protegían la ropa del pelambre que caía y le preguntaban: “¿Cómo va a querer el pelo?”. La respuesta era casi siempre escueta, a saber: a), bien cortito, b), ni tan corto ni tan largo o c), retocalo un poco nomás. Listo, el peluquero sabía qué hacer.En las mujeres el asunto era más complicado. Los peluqueros debían saber qué largo querían, qué tipo de cabello tenían, cuál era la forma de la cara de cada una y el color que llevaban o al que querían llegar. Además, debían tener en cuenta si se había ido a cortar el cabello porque acababa de dejar con el novio y andaba en la búsqueda de otro, si estaban bien con el marido y solamente querían conservarlo, si pretendían un corte y un peinado para un casamiento, un cumpleaños, una fiesta. En fin. Toda una complicación.Algunas querían salir totalmente renovadas de la peluquería: si se cruzaban con el ex, que no las reconociera, que las viera más lindas, que ese mierda supiera lo que se había perdido. Otras, simplemente buscaban cambiar de ´look´ de vez en cuando, sentirse distintas, o renovar el interés del marido, del novio, del jefe. Entonces unas y otras se lo cortaban cortito, se cambiaban el color, se dejaban flequillos, se agregaban extensiones y hasta apelaban a las pelucas. El pelo, como decían algunos, el cabello para otros, era cosa seria entre las mujeres.
Cuando tuvieron que salir a trabajar, muchas eligieron el pelo corto o idearon maneras de recogérselo para que no molestara, casi siempre sin perder la coquetería, tratando de estar a la moda y de agradar, ya sea a sus compañeros de trabajo, a su círculo social, a sus maridos o novios, a sus hijos o a ellas mismas, qué tanto.
Hoy, todo ese mundo femenino, antaño habitado exclusivamente por mujeres —o por súcubos que querían serlo —ha pasado también a ser parte del universo masculino. Hombres con pinta de varones hechos y derechos, son vistos en las peluquerías pidiendo un corte que les permita trenzarse el pelo o ponerse un rodete o, peor todavía, piden que en la cabeza se les vea la cara de Maradona, Messi o cualquiera de esos cantantes o artistas de variedades, que han hecho de una manera de vivir degenerada, el modelo a seguir.
Las peluquerías de hombres, antiguamente un sitio al que muchos iban a conversar un rato de fútbol, política, autos y mujeres, los únicos temas de charla que valen la pena, se han convertido en un constante cotilleo de muchachos hablando de aritos, la última amigovia del cantante de rap de moda (si eso llega a ser música, claro), tinturas de cabello, si queda mejor llevar morado, celeste con las puntas doradas o todo junto, modelos vistos en internet, dibujos esperpénticamente horripilantes que lucirán quizás con orgullo femenino en el próximo baile.
En tiempos antiguos, los hombres seguían modelos heroicos para llevar su ropa, su pelo y hasta su actitud intentaba al menos copiar sus gestos, sus maneras, sus respuestas, algunas actitudes. Hubo una generación que imitó los cortes de pelos de los soldados de la Primera Gran Guerra, otros intentaron parecerse a los soldados de la Guerra Civil Española de cualquiera de los dos bandos, a los de la Segunda Guerra Mundial, a los guerrilleros que bajaban de Sierra Maestra. Eran hombres que, de alguna manera querían emular a valientes soldados, no querían parecerse a los mariquitas que hacen ruidos de latas, se pintan las uñas, usan aros hasta en el upiti y se tatúan quién sabe qué guarangadas en qué partes recónditas del cuerpo, para nombrarlas de manera elegante.
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Ya se sabe, el soldado es un hombre que pelea por otros, por los que quedaron en la retaguardia, por sus mujeres, sus hijos. En un mundo masculino que ha renunciado a las mujeres y sólo quiere hembras para satisfacer sus apetitos más bajos, que reemplazó los hijos por los perritos y quitó de su vida a los otros, olvidó a Dios para concentrarse sólo en sí mismo, en su individualidad, en su intrínseco ser egoísta, es lógico que los hombres busquen la verdad en una inútil y falaz coquetería, un acto con poco de provecho, nada de beneficio y, obviamente nulo servicio.
El mundo de hoy es lo más parecido que hay al infierno del “yo, yo, yo, solamente yo, por las dudas yo y siempre yo”. A imitación de los personajes más rastreros de la farándula, muchos se dedican a hacer revoluciones imaginarias, toman fusiles, los cargan al monte, van cantando viejas canciones, al tiempo bajan, matan a sus enemigos, pero lo hacen de mentirita, en una rebeldía calculada para no perder los beneficios de la cama tendida por la mamá en la casa, la comidita caliente al mediodía, el padre deslomándose para darle con todos los gustos, el celular siempre último modelo. Y el porrito, por supuesto.
En lo demás, a la moda.
Tontos grandes.
©Juan Manuel Aragón
A 8 de diciembre del 2023, camino a Catamarca. Rezando un Rosario
Antes porque éramos. Ahora porque somos. Esto sucede a los que no son terraplaneros, están terminando la cíclica circunferencia del mundo cultural para volver a la etapa de piedra, porque ni aritos ni argollas en las narices recuperarán el estilo de aquellos nativos que descubrió Colon.
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