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HOMBRE San José sigue siendo ejemplo

San José dormido, sueña

Un texto escrito al calor de uno de los tantos días que el mundo secularizado ideó para gambetear a los santos

Todos los días es día de algo, del perro, del gato, del niño, del padre, de la madre, del mono, del arquero, de la yerba mate, del bombo, del pasto hachado, de la madrastra, del piano de cola, de la Pachamama, del ropero, de la guitarra, del guiso carrero, de la enfermera, del abogado, del pañuelo usado. Todo lo que camina sobre la tierra, vuela en el cielo, nada en el agua, trepa las montañas, nada en las lagunas, patina en el hielo, surfea en las olas o esquiva a los acreedores, tiene su día.
Nada como un día sin connotaciones religiosas, sólo nuestro, bien masón y ateo, para recordar a los panaderos, a las mucamas, a los canillitas, a los aceiteros, a los carpinteros, a los periodistas a los lustrines, a los soderos, a los mozos, a los vendedores, a los empleados públicos, a los policías, a los ladrones, a los jugadores, a los abstemios y a los tomadores, nadie se salva, nadie zafa.
Ayer fue el día del hombre, para anteponerlo al día de la mujer, porque sí nomás, porque nosotros debemos tener uno, nuestro, indiscutible, con nuestros regalitos, nuestras tradiciones, nuestros agasajos y, como ellas, nuestro sacrosanto derecho a gastar el dinero en lo que nos ordenen los comerciantes, que son también nuestras pelotudeces.
Si se lo piensa bien, el día del hombre debiera ser el 19 de marzo, en que antiguamente, cuando el mundo no se había secularizado, la Iglesia Católica recordaba a San José Obrero y con él a todos los obreros del mundo. El más hombre de todos de todos los hombres, con pelos en el pecho y bien gruesos, imagínese. Un buen día viene la mujer que ama, pero con quien no cohabita y le avisa que un ángel le anunció que iba a ser madre. La perplejidad del pobre tipo es algo para lo que ningún otro se ha preparado jamás en la vida. Las dudas lo habrán carcomido junto a las vacilaciones del alma ante una noticia tan tremenda. Ella no conoce varón, según le repite, pero va a tener un hijo y está feliz con su maternidad.
Póngase en sus sandalias un solo momento: si no le cree puede repudiarla y hasta es posible que los demás hombres la apedreen por haberlo engañado. Podría haberse cargado, él solito, la historia de la humanidad, de una sola vez y para siempre. Elige el camino más difícil: si fuera su hermano, su cuñado, un amigo, el que le plantea el problema, en el mejor de los casos, usted le hubiera dicho, con toda razón y planteado ahora al menos que se desentienda del problema. Chau, que vea ella cómo se las arregla. Pero el hombre, José, le cree. Contra todo lo que un hombre tenía derecho a hacer en ese momento, no se la carga sobre la conciencia.
Y adopta a ese chico como suyo.
Cuando en un sueño un ángel le revela que será perseguido y le sugiere que escape, huye hacia Egipto: no quiere que el Salvador caiga con los demás, en la matanza de los santos inocentes, primeros mártires innominados de todas las terribles persecuciones que vendrán después contra los cristianos. Muchos siglos después surgirían los eruditos, los sabios de luengas barbas que vendrían a desmentir, que no eran tantos inocentes, que no hay registros de esa matanza, que es una tontería creer, porque Herodes era una bellísima persona, según lo atestiguan los castillos que levantó. Sin libros, y quizás analfabeto total, José acepta la premonición de su sueño y huye con esa mujer y ese chico, por esos arenales, con rumbo incierto. Es el mismo José de las dudas iniciales, el que nunca tocará a esa mujer que a hecho votos de virginidad, como él los hizo de castidad. ¿Eso es un hombre en el sentido actual de la palabra? Quizás sí, quizás no.


Ahora tenemos un día para el viento, un día para la lluvia, un día para nublado y otro día del sol invicto, un día para las bicicletas, otro para el auto y otro más para el avión, para las lanchas, los buques, los monopatines, las motocicletas, las patinetas, las botas puestas, los zapatos lustrados o salir de a pie.
Ya no es la Iglesia Católica la que recuerda a los santos, antiguos, vetustos, pesados, jugando a las estatuas en los oscuros, perdidos y siempre vacíos templos de casi todas las ciudades del mundo. Ahora es la sociedad civil la que impone su respeto por el aire, la tierra, las plantas, los ríos, los mares, la ecología, el medio ambiente y el comuesito de la protección de la vida silvestre. Va de nuevo, ¡viva!, ¡viva!
¿San José, dice?, deje de embromar hombre. Lo nuevo es festejar porque lo mandan los comerciantes, los saldos que les quedaron del día de los enamorados, del niño, del abuelo, del comienzo de clases, del carnaval, si hasta las Santas Pascuas de antes ahora tienen olor a negocio de la Absalón, a depósito de supermercado, a peluquería, a bolsa de harina. ¿no lo sabía?, en la Pascua no resucitó nadie, son macanas que enseñan a los chicos para que hagan la comunión, puros cuentitos, la Pascua es rosca o huevo de chocolate y en la Navidad, debajo de un arbolito de plástico y telgopor de nieve, nos ha nacido un Papá Noel con los colores de la Cocacola.
¡Qué viene con la Santa Iglesia Católica, esa de los santos de estampita y las cien mil vírgenes, una para cada superstición! Lo moderno es el comercio, el liberalismo, el individuo, el yo único, que se salvará de la pobreza vendiendo lo que sea al precio que fuere, con tal de hacer unos pesitos y vivar la libertad, olvidándose, por supuesto, de la igualdad y la fraternidad, que también estaban inscritos en el mapa de los antiguos revolucionarios, que cortaban cabezas sólo para erigir a la Razón, como madre divina de todo lo creado, siempre que les diera la razón a ellos, pues cuando no, es sinrazón de pueblos atrasados.
Como nosotros.
Juan Manuel Aragón
A 20 de noviembre del 2024, en la Lugones. Viendo pasar los autos.
Ramírez de Velasco®

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