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SANTIAGO Se viene una revolución sin balas

Reloj en hora

No habrá gritos ni palabras ni gestos, ni siquiera será algo distinto o genial, anómalo o fuera de la ley: lea la nota si quiere enterarse


Algún día, alguien producirá una revolución en Santiago. No usará balas, ni palabras, ni gritos, ni gestos. Ni siquiera hará algo distinto, algo genial, algo anómalo o fuera de la ley. Será mucho más sencillo: empezará a tiempo. Anunciará la presentación de un libro, la salida de un colectivo, una visita, una cena, una fiesta, y, a la hora que dijo que comenzaría, simplemente comenzará.
Es posible que, a esa hora, no haya nadie todavía. Este revolucionario deberá tener nervios de acero, porque tal vez hable ante un auditorio vacío, cante para el aire, inicie el viaje solo o sople las velitas sin que nadie le cante el “Feliz cumpleaños”. Pero ese será el punto de partida para que otros hagan lo mismo en una provincia que ha hecho de la informalidad de los horarios una ley sacrosanta. Alguien tendrá el coraje de empezar.
En el anuncio anterior deberá decir: “El recital de chacareras comenzará a las nueve de la noche en punto, con los que estén en el teatro. Los que lleguen tarde quedarán afuera, aunque hayan pagado un palco especial que cuesta un huevo y la mitad del otro”. A esa hora exacta, el músico entrará al escenario, recibirá el aplauso de sus parientes, porque serán los únicos que le habrán creído, entregará su arte y luego hará un bis, dos bises, tres, cuatro y cinco. A los que queden afuera se les dirá que no se les devolverá la plata, porque fue un contrato libremente aceptado por ambas partes. Ahí decía que comenzaría a las nueve de la noche. ¿Y a qué hora comenzó? A las nueve. Entonces, listo, a quejarse a la quejería.
Es posible que, al día siguiente, muchos comercios que atienden de ocho a doce abran sus puertas exactamente a las ocho, como acostumbran en otras provincias, y no a las ocho y media o nueve, beneficiando así a los clientes que creyeron en el anuncio. De paso, en la ciudad podría haber un horario de carga y descarga de mercaderías, y no como se ve en muchos lugares: en pleno mediodía, en una calle cualquiera, descargando pollos, estacionados en doble fila y haciendo que el tránsito sea un caos. Todo porque a los repartidores no se les da la gana de despertarse temprano para hacer su luburo.

Leer más haciendo clic aquí sobre otro asunto bien santiagueño, la provincianía de la siesta

En la actualidad, los únicos que respetan el horario son los cines y las misas, sin importar los espectadores que estén a tiempo o los fieles que lleguen puntuales. Si algún despistado acude tarde, se pierde el comienzo de la cinta o no cumple con el precepto dominical y debe escucharla de nuevo toda entera. El resto del mundo hace el cálculo: “Los negocios cierran a las ocho u ocho y media. Si a los asistentes les damos tiempo para llegar, entonces debemos poner el horario a las nueve, pero, como todavía no estarán todos los que queremos, empezamos a las 10 menos cuarto, dándoles quince minutos más de la rigurosa media hora santiagueña”.
Otra revolución, más difícil todavía, sería que los asistentes lleguen a la hora indicada y, dos minutos después, al ver que no comienza el asunto, se levanten todos al mismo tiempo y se vayan, calladitos y en orden. Pero, es mucho pedir en una provincia que se acostumbró al maltrato.
La última vez que Atahualpa Yupanqui estuvo en Santiago, a principios de la década del 80, cuando comenzó su recital, al parecer dejaron entrar a alguien que se presentó tarde. Atahualpa dejó de tocar, esperó a que este último asistente se sentara y le preguntó: “¿Ya estás?”. Y siguió tocando. Todo el teatro se dio vuelta para mirar al sacrílego que había cometido semejante atrevimiento. Algunos recuerdan todavía hoy, tantos años después, quién fue el osado.
Es comprensible. Atahualpa venía de una civilización superior. A Cerro Colorado ya habían llegado los relojes, más o menos hacía un siglo y la gente se manejaba con ellos, no por una cuestión de modernidad ni nada por el estilo, sino simplemente como una señal de respeto por el prójimo.
Para la mayoría de los santiagueños es un artificio relativo, que marca más o menos la hora y que no sirve para nada. Cuando llegue la revolución, muchos se han de acordar de esta página, pero, como siempre, será media hora tarde.
Juan Manuel Aragón
A 27 de noviembre del 2024, en Libertad y Colón. Aguaitando el semáforo.
Ramírez de Velasco®

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