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Las manos que escriben el cuento |
"Sugería lavarse las manos, antes de acometer la tarea, pues las manchas de sangre que podrían haber quedado entre los dedos..."
Luis Roque Ruiz Alagastino, escritor santiagueño entregaba a sus alumnos lo que llamaba un sabio consejo para redactar un buen cuento. Fue un tiempo antes de que decidiera probar que sus teorías sobre la literatura estaban en lo cierto y cayera en la trampa que en sus palabras le habían tendido.En los talleres de escritura que impartía en la sala, al lado de la cocina de su ruinosa casa, recomendaba tomar un cuchillo de cocina mal afilado, oxidado y mellado, matar una vecina, regresar lo más tranquilamente posible, secar la sangre fresca en un repasador, luego sentarse en una silla cómoda y pelar una manzana con la misma arma. Una vez terminado el temblor de las manos, comenzar con el relato en una computadora cercana.En esa parte solía recordar, con una sonrisa, el poema del Mío Cid, en la parte que dice: “Mátente por las aradas, // no en camino ni en poblado; // con cuchillos cachicuernos, // no con puñales dorados; // sáquente el corazón vivo, // por el derecho costado”. Se reía luego, poniendo los ojos en blanco, como si estuviera viendo la escena, según declaró una alumna cuando le consultó el juez.
Sugería lavarse las manos, antes de acometer la tarea, pues las manchas de sangre que podrían haber quedado entre los dedos, es posible que ensuciaran el papel, en caso de que escribieran a mano o las teclas de la computadora, si preferían ser tecnológicos.
“Hay que ser apasionado, ardiente, vehemente”, planteaba en sus clases y agregaba que, así como no era posible amar lo desconocido, tampoco había que aventurarse a escribir sobre asuntos sospechados o imaginados. “Anímense, experimenten en carne propia los avatares de la vida y luego, cuando regresen a sus hogares, descríbanlo como quieran, ya sea con lujo de detalles u ocultando datos fundamentales que darán a conocer la final del relato o retendrán para ustedes mismos, porque de otra manera alguien podría descubrirlos”.
De joven había militado fervientemente en una asociación de escritores que daban una importancia capital a una poética de tipo literal, de forma que, jamás se permitían redactar un cuento si no era verdad del principio al fin. Para sus narraciones se nutrían de las crónicas policiales de los diarios. Algunos, los más osados, revisaban los expedientes de Tribunales, con el único fin de exponer con más crudeza los avatares de la vida, la muerte y las casi infinitas posibilidades que caben entre estos dos términos.
Unos cuantos, sin embargo, se separaron del grupo para, sostenían, sentir en carne propia los avatares propios de la vida y, de esa manera, plasmarlos en un relato, de forma más convincente. En los círculos literarios santiagueños los llamaron los ultras, porque habían llevado lo literal de la vida, a su máxima expresión. Entre ellos Ruiz Alagastino era uno de los más fervientes defensores de esta corriente extrema del pensamiento.
Cuando se allanó su casa, luego del feo asunto de la maestra que dijo haber hallado muerta en la puerta de su casa cuando volvió de comprar el pan, la policía halló en su computadora un escrito que decía: “Nunca había sentido un cosquilleo así en el cuerpo”. En el juicio confesó que solamente quería seguir tecleando, para formar palabras, que luego serían frases y oraciones y al final conformarían un bonito cuadro de una narración perfecta, pero para eso debía seguir libre. Ante el tribunal, que lo oía con curiosidad, sostuvo que cuando llegara a la página treinta o cuarenta, borraría lo escrito, pensaría en otro argumento y comenzaría de nuevo. También arguyó que debía seguir en libertad, por el bien de la literatura comarcana más que por su propia comodidad.
Al cabo de dos o tres años en la cárcel, envió su primer cuento hecho y derecho a un concurso, se titulaba: “La celda vacía”. Lejos de rechazarlo el jurado consideró que merecía el primer premio. Pero al abrir el sobre en que debía consignar su nombre y apellido, pues lo había mandado con un seudónimo, se dieron con que no había consignado sus datos.
Para que le concedieran la libertad anticipada prometió que nunca más escribiría.
Ojalá haya cumplido.
Juan Manuel Aragón
A 7 de Abril del 2025, en Bajo Hondo. Buscando el maneador,
Ramírez de Velasco®
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