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Madrugador |
Un mate que susurra en la noche, tejiendo soledades y verdades en el silencio de las horas que no duermen
No es el mate de las ocho, compañero de tostadas crujientes, ni el que pasa de mano en mano entre risas y migas de bizcochitos. El de la madrugada es de otra estirpe, susurro en la quietud, secreto que no se comparte. No obedece al reloj ni a la costumbre; surge como un destello, es un faro para el que navega en la noche. Cuando la casa duerme y la ciudad apenas respira, alguien se levanta, enciende el fuego y escucha el murmullo de la pava, un canto antiguo que conoce de memoria.Este mate no se apura. No se ofrece, no espera compañía. Medita, que abraza al insomne, al que lee hasta que las palabras le queman los ojos, al que hurga en fotos viejas o garabatea ideas que se resisten a ser atrapadas. Lo ceba quien llora en silencio, quien ríe en su interior o quien simplemente mira la noche, buscando algo que no nombra. Es una ceremonia sin reglas escritas, pero con su propio orden: el agua, tibia pero nunca hirviendo; la yerba, con su ladera alta; la bombilla, centinela sigilosa que se acomoda pisando con cuidado un sueño ajeno.A las cuatro —o a las tres y media, o a las cinco menos cuarto— no busca alegrar ni unir. Es más bien rezo, tregua en la tormenta, espejo del alma. Las palabras que lo acompañan no son las del día, no son las del mundo. Son frases que nacen mudas, que no siempre se escriben, pero que limpian el alma como un río suave. Quien lo toma no siempre busca respuestas, pero a veces las halla.
Hay quienes lo han cebado con la radio susurrando desde otra voz insomne que habla en la distancia. Otros lo han bebido frente a la ventana, con la noche como lienzo y el rumor de los árboles como banda sonora. Algunos lo preparan para apurar el tiempo; otros, para anclarse y no naufragar en la marea de las horas vacías.
Este que le cuento, no.
Este pide soledad, una intimidad que el día no entiende. Es un pensamiento que se ceba despacio, que se saborea en silencio. Y cuando el alba asoma tras los lapachos de la puerta, cuando el cielo se tiñe de gris y las tazas del desayuno de mi gente reclaman su turno, se desvanece sin alarde. Queda en la memoria como un pacto nocturno, un gesto que no se enseña, pero que muchos, en su rincón de sombras, comprenden.
Hay rituales que no se nombran, que no tienen manual ni calendario. El de la madrugada es uno. Habita el reino de lo no dicho, de lo que se intuye en el hervor del agua, en el primer sorbo. No todos lo conocen. Pero quien lo ha vivido sabe que esa ronda solitaria vale más que mil conversaciones bajo el sol.
Y no se convida.
Obviamente.
Juan Manuel Aragón
A 2 de julio del 2025, en la calle del Olvido. Pavimentando sueños.
Ramírez de Velasco®
Maravillosas palabras, para expresar un momento único, insomne, de reflexiones silenciosas.
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