Ir al contenido principal

LEYENDA Los nombres de la hija descarriada

Imagen de ilustración

Se cuenta lo que le sucedió a una chica que se volvió alegre, por nombrarla suavemente, todo enancado con otras historias (algo) truculentas y bien chismosas

Lo que se va a contar a continuación sucedió en lo más profundo de la selva, antes de la llegada de los españoles. La historia fue narrada en un asado en la pensión La Pulga Loca, por un vendedor que decía ser de Curuzú Cuatiá, Corrientes, vendedor de libros de texto en las escuelas, allá por fines de la década del 80, principios de la del 90. Venía una vez al mes y a veces se quedaba hasta tarde jugando al truco o conversando, en el comedor, mesa de hule, sagitaria en frasco de vidrio, San Cayetano pegado en la pared, bajo la galería de aquella casa de la Catamarca 365 que muchos bien recuerdan.
El día que se enteró de que la hija menor era la más atorranta del pueblo, el tipo se volvió loco. Un amigo, de esos que nunca faltan, le avisó que hombre que veía, hombre que tumbaba. No respetaba marca, señal, pelaje, tuse, caronas, peleros, nada.
—Los muchachos en el café dicen que es más fácil que la tabla del uno —le avisó el compadre. —No ha de ser para tanto, capaz que tiene uno o dos noviecitos —se esperanzó el padre.
—Vos creé lo que quieras, pero los muchachos dicen que, si no la hablan para tener algo, es solamente por respeto a vos, porque si fuera otra...
El hombre, a quien le decían Cabezón, se sintió enrabiado, frustrado, triste. Ese mismo día encaró a la menor de sus cinco hijas. Ella no solamente no le negó nada, sino que le dijo que era su vida, que no la molestara ni le reprochara nada y que iba a seguir de esa manera el tiempo que ella quisiera.
Es obvio que, para ser una historia del tiempo de los indios, tiene detalles modernos que la hacen poco creíble. Pero el muchacho aquel, Gustavo, un rubio que decía que sus abuelos habían venido de Ucrania, pero más criollo que el dulce de leche, sostenía que la contaba así porque de otra forma no se entendía bien la leyenda.
El caso es que el padre, como haría cualquiera, quiso sacarla a la hija de esa vida. Le preguntó si necesitaba plata y ella le dijo que no.
—Lo hago porque me gusta, papá, no soy ninguna callejera, vos no me has criado así —le respondió.
Todas las noches le rezaba a Diosito para que la hija abandonara aquella fea costumbre que había agarrado. Le pedía con fuerzas que le mostrara el camino que lo llevara a componer a la hija. Pero Dios callaba.

A la pensión iba gente de toda clase, vendedores de rifas que nunca se sorteaban, hombres exiliados de sus casas, un porteño que, con la excusa de ser corredor de jabones Llauró, había escrito una maravillosa novela titulada “Recreo”, que después perdió o tiró al diablo, varios cordobeses que eran conversadores de primera, policías, un empleado de Vialidad, otro de la Municipalidad, estudiantes crónicos de Ingeniería, una ratonera. Entre ellos, solían caer algunos por unas semanas, se iban y a los meses volvían. Entre esos estaba el correntino, muy popular, porque la noche antes de irse hacía un asado para todos los inquilinos: en tiempos de aguda escasez como aquellos, se agradecía semejante regalo del Cielo.
La cuestión es que al tiempo la hija del hombre aquel se empezó a tumbar también a otras mujeres, sin discriminar si eran jóvenes, viejas, madres o incluso abuelas. No le hacía asco a nada, bicho que caminaba, chau, lo encaraba. Y las mentas de sus nuevas hazañas llegaron a oídos del padre. Que, como se imaginará, había probado de todo para componerla, desde dejarla encerrada, amenazarla con no darle más cama y comida, dejarla sin comer durante varios días y hasta llegó a tener el impulso de golpearla, pero no lo hizo porque entendió que sería peor el remedio que la enfermedad: ella se iría de la casa y su comportamiento empeoraría.
Una vez un porteño, estudiante de Ingeniería en Computación, embarazó a la Lali, la patrona de la pensión. Era uno de esos changos medio rubios, que tanto gustan a las morochas santiagueñas. Ella era soltera, así que por ese lado no había inconveniente, el problema es que también salía con un viejo de la otra cuadra, que todas las tardes venía a tomar mate, hecho un galán. Algunas noches ella se vestía con sus mejores pilchas, se pintaba los labios y salía a cenar con el viejo, según decía. Y en medio de su romance ella apareció embarazada de este otrito. Los changos de la pensión sospechaban de las visitas nocturnas del correntino, desde que, mientras para todos había puchero de huesos pelados, él comía milanesas, a veces a la napolitana, ¡imagínese! ¿Cómo supo el viejo que el chango no era suyo?, bueno, porque era un noviazgo sin derecho a roce, dirá esta nota, para no perder su elegancia.
La cuestión es que tanto rezar para encontrar un camino y guiarla a la hija, una vez que el padre estaba rezando, se le apareció Dios en persona. ¡Sí señor!, porque los milagros existen y no solamente en la Biblia, en los Evangelios. Nuestro Señor, en su infinita sabiduría también se los concede a los hombres que los piden con fe. Le dijo al hombre:
—No puedo hacer que se componga tu hija, porque eso depende de ella —y agregó —pero puedo convertirla en otra cosa, y siempre va a estar en la boca de todos los hombres.

El barrio no se enteró del escándalo que se mandó el viejo de la otra cuadra con la Lali, principalmente porque era casado y tuvo que hacerlo en voz baja. Por ahí dicen que quiso levantarle la mano, pero los inquilinos la defendieron —porque el porteño pisador ya se había mandado a mudar —y el viejo tuvo que conformarse y ayudarla a criar al chango.
Esa noche que le digo, después de cenar, Gómez contó que finalmente Dios convirtió a la hija del hombre aquel en yerba mate, para que siguiera estando en boca de todos, pero de buena manera.
—A partir de hoy vos te vas llamar Ñacanguazú, que significa “cabezón” o “de cabeza grande” —le dijo.
—Anahí, que significa “la más pequeña de la familia”, en guaraní.
Uno de los muchachos se desconformó con la historia, dijo que era una tontera:
—Le hubiera puesto otro nombre —dijo.
—¿Cómo querías que la llamase Dios?
—No sé, Taragüí, Cruz de Malta, Playadito o, de última Yiyí.
—¿Y a él?
—No sé, Rosamonte, ponele.

Hasta hoy se acuerdan los muchachos de la pensión.
Juan Manuel Aragón
A 1 de mayo del 2024, en Cruz Loma. Rastreando la majada.
©Ramírez de Velasco

Comentarios

  1. Muy buena leyenda con todo el mejor humor .Felicitaciones y por más leyendas 👋👋👋

    ResponderEliminar
  2. Me encantó!! Gracias 💖

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

HISTORIA La Casa de los Taboada

La Casa de los Taboada, recordada en El Liberal del cincuentenario Por qué pasó de manos de una familia de Santiago al gobierno de la provincia y los avatares que sucedieron en la vieja propiedad Los viejos santiagueños recuerdan que a principios de 1974 se inundó Santiago. El gobernador Carlos Arturo Juárez bautizó aquellas tormentas como “Meteoro”, nombre con el que todavía hoy algunos las recuerdan. Entre los destrozos que causó el agua, volteó una pared del inmueble de la calle Buenos Aires, que ya se conocía como “Casa de los Taboada”. Y una mujer que había trabajado toda la vida de señora culta, corrió a avisarle a Juárez que se estaba viniendo abajo el solar histórico que fuera de la familia más famosa en la provincia durante el siglo XIX. No era nada que no pudiera arreglarse, aunque ya era una casa vieja. Venía del tiempo de los Taboada, sí, pero había tenido algunas modernizaciones que la hacían habitable. Pero Juárez ordenó a la Cámara de Diputados que dictara una ley exprop

RECUERDOS Pocho García, el de la entrada

Pocho García El autor sigue desgranando sus añoranzas el diario El Liberal, cómo él lo conoció y otros muchos siguen añorando Por Alfredo Peláez Pocho GarcÍa vivió años entre rejas. Después de trasponer la entrada principal de El Liberal, de hierro forjado y vidrio, había dos especies de boxes con rejas. El de la izquierda se abría solo de tarde. Allí estaba Juanito Elli, el encargado de sociales; se recibían los avisos fúnebres, misas, cumpleaños. Cuando Juanito estaba de franco su reemplazante era, el profesor Juan Gómez. A la derecha, el reducto de Pocho García, durante años el encargado de los avisos clasificados, con su ayudante Carlitos Poncio. Pocho era un personaje. Buen tipo amantes de las picadas y el vino. Suegro de "Chula" Álvarez, de fotomecánica, hijo de "Pilili" Álvarez, dos familias de Liberales puros. A García cuando salía del diario en la pausa del mediodía lo esperaba en la esquina de la avenida Belgrano y Pedro León Gallo su íntimo amigo Orlando

HOMBRE San José sigue siendo ejemplo

San José dormido, sueña Un texto escrito al calor de uno de los tantos días que el mundo secularizado ideó para gambetear a los santos Todos los días es día de algo, del perro, del gato, del niño, del padre, de la madre, del mono, del arquero, de la yerba mate, del bombo, del pasto hachado, de la madrastra, del piano de cola, de la Pachamama, del ropero, de la guitarra, del guiso carrero, de la enfermera, del abogado, del pañuelo usado. Todo lo que camina sobre la tierra, vuela en el cielo, nada en el agua, trepa las montañas, nada en las lagunas, patina en el hielo, surfea en las olas o esquiva a los acreedores, tiene su día. Nada como un día sin connotaciones religiosas, sólo nuestro, bien masón y ateo, para recordar a los panaderos, a las mucamas, a los canillitas, a los aceiteros, a los carpinteros, a los periodistas a los lustrines, a los soderos, a los mozos, a los vendedores, a los empleados públicos, a los policías, a los ladrones, a los jugadores, a los abstemios y a los tomad