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Culandreras exponen en la Festiferia |
Cuando el mate con cedrón cura más que el ibuprofeno y la brujería se disfraza de ciencia, todo empieza a oler a progre
En los últimos tiempos, es como que hay dos velocidades en la comprensión de que lo nuevo casi siempre es mejor que lo de antes. Por un lado, está usté, amigo, que va de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Mira televisión de vez en cuando, a la tarde sale en chancletas a tomar mate en la vereda con la patrona, se junta con los muchachos del trabajo a festejar el Día del Amigo. Todo normal, como cualquier hijo de vecino.Y, del otro lado, ellos.
Los progresistas.Bochincheros, siempre discutiendo con palabras difíciles, haciéndose los defensores de la humanidad, peleando en todas las guerras del otro lado del mundo.
Y creyendo que lo antiguo es mejor, porque —¿ha visto? — el mundo moderno produce la alienación de los medios de producción que, combinados con las oligarquías locales, llevan a la preponderancia de lo material sobre lo espiritual, y blablablá. Porque ellos son espirituales, siempre mirando para arriba, las estrellas.
Además, quieren volver a las brujerías, a las culandreras, los hechizos, las maldiciones, la cura de palabra, por el rastro, las tiradoras de cartas, las artes del monte profundo, las lectoras de la borra del café, ¡las macumbas!, las pociones mágicas, la kombucha, los gorgojos otras alpargatas del número 10, para terminar con el cáncer. Se apoyan en esa parafernalia de supercherías que, a esta altura de la suaré los siguen enamorando igual que cuando se afiliaron al Perreté en la década del setenta.
Ahora se prenden a todas los mandingas que dan vueltas por el mundo, sólo porque no les gusta aguardar en la sala de espera de los sanatorios a que el médico los llame a su consultorio. Es decir, prefieren enfermarse y morir antes que dar el brazo a torcer de su odio a la medicina.
Creen en la ciencia cuando suben a un colectivo que los lleva y los trae de cualquier parte con un motor a combustión; confían ciegamente cuando compran tomates, sembrados, cuidados y cosechados con modernas técnicas agrícolas; no cuestionan cuando se calzan las zapatillas hechas con subproductos del petróleo; asumen que es normal entrar a un ascensor que los lleve al quinto piso, dan por hecho de que deben mirar el telefonito cuando les hicieron una transferencia.
Ah, pero en los médicos no creen, porque —de entre todas las profesiones liberales— son los únicos que no saben nada.
Van a la Festiferia del parque Aguirre, oyen a dos o tres charlatanes de circo hablando de las maravillas de la sanación natural, los yuyos del monte con que se curaban los ancestros, los sapos davueltados, los enormes beneficios pachamámicos del coshque yuyo, el mate con cedrón la cola de iguana, el lloro del hacha, la hediondilla, el chaguar, los bigotes de vieja, el agua de pozo curada con ceniza, la cáscara de quebracho blanco, las pilas Eveready hervidas en agua de raíz de mistol, y vuelven convencidos de que el resto del mundo está equivocado, y ellos —y nadie más —tienen la justa.
Esos ñatos sienten desconfianza de lo que llaman el “modelo biomédico occidental” y lo describen como mercantilizado, jerárquico, deshumanizante. Y patriarcal, obviamente. Dicen que los médicos no saben nada del contexto cultural, emocional y social de los pacientes, y están seguros de que, de esta manera, denuncian la influencia de las farmacéuticas, pues priorizan ganancias sobre el bienestar.
Sostienen que revalorizan los saberes ancestrales y populares (porque se creen muy nacanpop, no vaya a creer), tienen un enfoque holístico del asunto —signifique lo significare esta palabreja—, y buscan el empoderamiento (palabra fetiche), visto como una forma de autonomía frente al poder médico tradicional. Algunas feministas llegan hasta a reivindicar las brujerías como símbolo de resistencia histórica femenina frente a la represión.
Va de nuevo: la represión es patriarcal, porque hay palabras que no se les caen de la boca.
Y, cómo no, aluden a la ecología y todas esas cosas que no entienden, pero les vienen bien como arma arrojadiza contra los que no piensan igual.
Pero si usted les pregunta si tanto asco les dan los médicos, por qué no renuncian al Iosep, a Osde, a Swiss Médical, ¿sabe qué? Ahí nomás lo acusan de facho, conserva, negacionista, carcamán, ultraderecha, tincho, capitalista, reaccionario, machirulo, homofóbico, transfóbico, racista, clasista, gorila, cisheteropatriarcal, o cualquiera de esas palabras que suelen usar cuando se les acaban los argumentos.
Lo bueno de que insulten así es que son agravios que a usted no le dicen ni fú ni fá.
Y ellos quedan conformes porque tampoco saben muy bien qué significan.
Juan Manuel Aragón
A 23 de julio del 2025, en La Guarida. Observando el vecindario.
Ramírez de Velasco®
Así nomás es, Juan Manuel. Y que no se vaya a descubrir que también la estupidez se cura con cuero de iguana macho, viudo, tuerto del ojo izquierdo, porque se extingen las iguanas a la semana.
ResponderEliminarMás mejor es la grasa de iguana. Untesela en el lastimado y va a ver la sanación.
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