Los girasoles de Van Gogh |
“Pasas a revistar, para ellos, en la categoría de admirador de Videla, del Proceso o directamente nazifachonipofalanjoperonista”
El nuevo terrorismo del mundo supuestamente civilizado, ya no es poner bombas para terminar con los privilegios de las clases dominantes. Ya se sabe que, de hecho, casi todos los terroristas de las décadas del 60 y 70, lo único que pretendían era la riqueza personal, el lujo, el confort, la buena vida, los habanos, las minas, como sus líderes máximos, Fidel Castro o más recientemente Daniel Ortega. Los terroristas modelo siglo XXI, pelean por las plantas, el Amazonas, el veganismo, la defensa de los animales y también —obviamente— por la riqueza personal, el lujo, el confort, la buena vida, los habanos, las minas.Ahora no ponen bombas, se dedican a manchar cuadros de autores famosos, Vicent Van Gogh y Claude Monet son las últimas víctimas de grupos de facinerosos que dan vueltas por el mundo, fanáticos del naturismo, la comida vegana, los animalitos, la corrección política y agregar una “e” a las palabras para ser inclusivo, ¿viste? Agregue a la lista el aborto libre y gratuito para todos y todas porque, según afirman: “Si sos mujer y te percibes hombre, te puedes embarazar y tener un hije”. Luego de decirlo te miran, esperando que no te les rías, pero vos te carcajeas y pasas a revistar, para ellos, en la categoría de admirador de Videla, del Proceso o directamente nazifachonipofalanjoperonista. Peronista del 45, obviamente.Bueno, decía, estos nuevos terroristas hoy como antaño la tienen fácil. Antes se metían con pacíficos ciudadanos a quienes lógicamente hallaban desprevenidos, para matarlos cuando salían de la casa (en Santiago muchos recuerdan a los descerebrados que pusieron una bomba en la calle Entre Ríos, a un pobre tipo, acusándolo de no sé qué y de no sé cuánto, pero se habían equivocado de apellido y no era el que creían). Ahora dañan obras de arte famosas, esas que no tienen precio de tan valiosas, para mostrar sus ideas al mundo entero.Empezaron atentando contra “Los girasoles” de Van Gogh y “Los almiares” de Monet. Por fortuna ambos estaban detrás de vidrios protectores y, más allá de las molestias ocasionadas, el asunto no pasará a mayores.
Los diarios fueron generosos, pues explicaron con lujo de detalles qué objeto tenían los grupos de ecologistas a los que respondían estos aprendices de terroristas, difundieron sus ideas y, en cierta manera, justificaron sus acciones.
Una que otra nota aislada en algún diario, criticó esta salvajada, no hubo un repudio masivo, quizás como medida preventiva, para evitar que, subidos en la ola de indignación mundial, estos bárbaros contagien a otros iguales o peores que ellos. Puede ser que hayan actuado como la televisión, cuando alguno se le ocurre correr desnudo por toda la cancha, que no lo filma para que no se propaguen los nudistas interrumpiendo partidos.
Pero en este caso parece haber algo más. Muchos están convencidos de que tienen razón, a pesar de que la experiencia y la razón informan que un mundo vegano es imposible, no solo por lo impracticable sino también por lo oneroso y mortífero que sería alimentar a toda la población mundial con frutas y verduras libres de pesticidas, de plásticos, de combustibles fósiles y, ya que estamos, de tierra.
Es gente que no va a dejar de mandarse un buen asado de vez en cuando y le entra con gusto a las milanesas, pero cuando termina de almorzar le da algo de culpa, porque siente que comió cadáveres de animales y todas esas otras macanas de las que hablan las veganas. “No como nada que tenga ojos”, dicen, como si los gusanitos de la lechuga fueran ciegos.
Mientras siga siendo una moda de chicas ricas de las ciudades, todo bien. El problema es que, en un mundo agrietado por la radicalización de ideas poco felices, por calificarlas ligeramente, siempre se corre el riesgo de que chicos de clase media, bien comidos, mejor vestidos, muy informados, poco y nada leídos, a alguno se le ocurra poner una bomba en el Museo del Prado y, ya que está, que sirva como lección en favor de la ecología y terminar con las desviaciones burguesas en torno a la belleza, que mantiene la sociedad de consumo. O una patraña por el estilo.
Báh, digo. Estoy seguro de que este escrito muestra una parte mínima de un problema más profundo, que hunde sus raíces en el sistema educativo del mundo entero. Al que ahora se le ha dado por parir analfabetos con convicciones firmes, quizás la peor clase de ignorantes.
Sirva esta nota al puñado de lectores de este sitio, para pensar en una posible solución a un mundo que prescinde —con desprecio— de los libros y pretende levantar sobre sus ruinas, la anárquica sociedad de los bobos hijos de papá.
En fin, ¿no?
©Juan Manuel Aragón
Real Sayana, 25 de octubre del 2022
Una que otra nota aislada en algún diario, criticó esta salvajada, no hubo un repudio masivo, quizás como medida preventiva, para evitar que, subidos en la ola de indignación mundial, estos bárbaros contagien a otros iguales o peores que ellos. Puede ser que hayan actuado como la televisión, cuando alguno se le ocurre correr desnudo por toda la cancha, que no lo filma para que no se propaguen los nudistas interrumpiendo partidos.
Pero en este caso parece haber algo más. Muchos están convencidos de que tienen razón, a pesar de que la experiencia y la razón informan que un mundo vegano es imposible, no solo por lo impracticable sino también por lo oneroso y mortífero que sería alimentar a toda la población mundial con frutas y verduras libres de pesticidas, de plásticos, de combustibles fósiles y, ya que estamos, de tierra.
Es gente que no va a dejar de mandarse un buen asado de vez en cuando y le entra con gusto a las milanesas, pero cuando termina de almorzar le da algo de culpa, porque siente que comió cadáveres de animales y todas esas otras macanas de las que hablan las veganas. “No como nada que tenga ojos”, dicen, como si los gusanitos de la lechuga fueran ciegos.
Mientras siga siendo una moda de chicas ricas de las ciudades, todo bien. El problema es que, en un mundo agrietado por la radicalización de ideas poco felices, por calificarlas ligeramente, siempre se corre el riesgo de que chicos de clase media, bien comidos, mejor vestidos, muy informados, poco y nada leídos, a alguno se le ocurra poner una bomba en el Museo del Prado y, ya que está, que sirva como lección en favor de la ecología y terminar con las desviaciones burguesas en torno a la belleza, que mantiene la sociedad de consumo. O una patraña por el estilo.
Báh, digo. Estoy seguro de que este escrito muestra una parte mínima de un problema más profundo, que hunde sus raíces en el sistema educativo del mundo entero. Al que ahora se le ha dado por parir analfabetos con convicciones firmes, quizás la peor clase de ignorantes.
Sirva esta nota al puñado de lectores de este sitio, para pensar en una posible solución a un mundo que prescinde —con desprecio— de los libros y pretende levantar sobre sus ruinas, la anárquica sociedad de los bobos hijos de papá.
En fin, ¿no?
©Juan Manuel Aragón
Real Sayana, 25 de octubre del 2022
Buenos días un agrado en saludarlos/as!
ResponderEliminarNos comunicamos de República Vegana para informarle que llevando dos unidades de las marcas Kiwicha, Meltaim y Canvas tienen un 50% de descuento en la segunda unidad.
Gracias....pero paso. Con esos nombres suena a raticida o supositorios. En todo caso haga usted uso de ellos por donde más le satisfagan.
EliminarBuen artículo yo pienso lo mismo.
ResponderEliminarMuy bueno te felicito 👍
Maria lopez ramos