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Algo nuevo podría estar cerca |
Cuando todo esté reducido a cenizas, emergerán como soberanas, tejiendo un nuevo orden entre los restos de lo que la humanidad dejó atrás
Cuando el mundo se acabó, quedamos como dueñas de lo que había y lo que no había, del arriba y el abajo, propietarias del mundo material e intelectual, amas y señoras de las ruinas de lo construido por la humanidad, desde los altos rascacielos hasta los microscópicos chips de computadoras, pasando por los juguetes de los niños, los castillos encantados, los paisajes paradisíacos; todo, todo, todo fue nuestro.Encaramadas sobre la voluntad de Dios y las obras de los hombres, por fin salimos de nuestras madrigueras para ver a la luz del día qué era eso entrevisto desde el fondo más oscuro de los albañales infectos a que nos condenó el asco de la humanidad, con sus razas, sus ideas, sus colores, sus odios y sus amores. Desde las noches paseando por las cocinas hasta el horrendo pisotón al que nos condenaron desde siempre.Al principio salimos asustadas y algo aturdidas por el estruendo jamás oído de sus bombas atómicas; entonces nos dimos a recorrer los restos humeantes con más curiosidad que ánimo de venganza. Al fin y al cabo, quienes nos habían dado de comer durante varios milenios ya no existían: se habían matado unos a otros con una furia digna de causas más nobles. Y con ellos había terminado también nuestros alimentos fáciles, al alcance de la mano.
Pero, con el tiempo, empezamos, como ellos, a edificar nuestra propia civilización basada, primero, en la subsistencia; después, en lograr una forma de agruparnos sin molestarnos unas a otras, siempre tratando de emular aquello pretendido, sin lograrlo, por la pobre humanidad. Aunque no se crea, lo venimos haciendo más o menos bien, intentando no chocar las antenas.
Costó un poco, lo confieso, porque en el mundo del cual veníamos estábamos acostumbradas a otra cosa: éramos violentas, salvajes, arbitrarias y siempre vencía la más fuerte. En ese entonces, salvo la prole, poco nos importaban las demás. Con el tiempo, fuimos aprendiendo. De a poquito, paso a paso, con mucho esfuerzo y más imaginación que inteligencia, construimos esto llamado progreso. Y quizás lo sea.
Hemos sobrevivido a múltiples catástrofes del mundo anterior. Porque antes de ese período éramos nada. Primero fue la era de los dioses; luego llegaron los ángeles y, al final, se instaló el reinado del libro. En el medio hubo peleas, deserciones, cambios de bando, traiciones.
En todas épocas de nuestra existencia hubo soberbia. Y la envidia era, según sabíamos el otro nombre de Luzbel cuando se apartó del lado de Quien todo lo creó.
Pronto, el Sol se apagará, y con él, quizás, nuestro pequeño reino. Hemos danzado entre las sombras de los dioses, los ángeles y los hombres, y si el cosmos nos reclama como polvo estelar, allí iremos, sin temor, con nuestras antenas en alto. Porque siempre hemos sido las últimas en reír, las eternas dueñas de los escombros, las reinas de lo que subsiste cuando lo demás se desvanece.
Nosotras, las cucarachas, sabemos esperar.
Juan Manuel Aragón
A 16 de julio del 2025, en Villa Matoque. Haciendo tortilla.
Ramírez de Velasco®
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