Observan la naturaleza |
¿Qué puede salir mal en una excursión en Jeep, con guías, por la sabana africana, rodeado de turistas de varias nacionalidades?
Sos el único que habla español en esa caravana de Jeeps que se adentró en la sabana africana, vas callado, mirando todo con mucha curiosidad a turistas de todas las nacionalidades, ávidos de fotografiar leones, hienas, jirafas, elefantes, hipopótamos. Crees reconocerlos por la manera de hablar, los alemanes, los norteamericanos, el italiano que va con su esposa, una morena que tiene lo suyo. Los guías y el chofer son morenos africanos, hablan inglés, por supuesto.
Tienen la delicadeza de detenerse cada vez que un turista grita “stop”, ya sea porque le pareció ver un impala o quiere ir más despacio para observar mejor a los elefantes. De vez en cuando los dejan bajar a estirar un poco las piernas. Entonces los africanos bajan con un rifle, por las dudas se aparezca un león, una tropa de elefantes enfurecidos.No se han detenido en ninguna aldea por la que pasaron porque, al parecer, los nativos no son muy amistosos. Son cerca de las once de la mañana, el sol está empezando a caer a pique y has tomado toda el agua de la cantimplora que llevabas. Tienes ganas de hacer aguas.La próxima parada es bajo unos árboles muy sombreados. Vas hasta detrás de unos matorrales y te distraes viendo unas curiosas abejas que zumban en unas plantas con flores extrañas. Cuando te das cuenta, vuelves al camino. Pero la caravana se está yendo. Les gritas, pero no se detienen. Corres siguiéndolos hasta que no das más.Entonces quedas solo, en medio del silencio del África, cantan unos pajaritos innominados. Debes decidir rápido si vuelves o sigues adelante. Calculas que a unos cinco kilómetros hacia atrás había unas casas de las que salió una gente a saludarlos, parecía amable. Si sigues el rumbo que llevaban los Jeeps es probable que tardes menos en encontrarlos, cuando se den cuenta de que faltas, volverán a buscarte.
Empiezas a caminar rápido, pero casi despreocupadamente, ¿qué te puede pasar?, ¿no decías que todo esto era una puesta en escena para turistas desprevenidos, ávidos de color local? Has firmado un seguro para entrar al parque de esos animales, y los dueños no querrán pagar a tu familia, además sería mala propaganda para los organizadores estos safaris.
Un león ruge a lo lejos, como cuando vivías en la Bolivia y se lo sentía al del zoológico del parque Aguirre. Está lejos, piensas. Muchas veces has caminado en medio del bosque santiagueño, nunca tuviste miedo, salvo una vez que andabas en el barro y te ayudabas con un palo, como bastón, para no tropezar. En una de esas hubo un ruido seco, ¡clac! Habías cerrado con el palo una trampa leonera que seguramente alguno puso para un zorro, un chancho del monte. Sudaste frío esa tarde, si se te cerraba en el pie, habrías muerto en ese lugar hasta que alguien te encontrase.
Por eso ahora vas tranquilo. A lo lejos observas de nuevo los elefantes que fotografiaron los turistas como si hubiera sido lo último que hacían en la vida. Vos los mirabas y calculabas qué le contarían a la familia a la vuelta, sus aventuras maravillosas, los cocodrilos feroces nadando en peligrosos ríos y ellos cual Tarzanes, gritando de liana en liana.
Pasas rápido, pero calladamente, a unos cien metros de los elefantes, casi sin mirarlos, sin pararte a admirarlos, como para que no te noten. Los rugidos se sienten algo más cerca quizás, pero es tu impresión, ahora tratas de no tener miedo. Quizás el morocho chofer del Jeep en el que ibas ha notado tu ausencia o la turista dinamarquesa que iba a tu lado. ¿Eso que se oye a lo lejos es el bramido de un motor o es tu imaginación?
Caminas rápido, casi corriendo. Te hace calor y, para peor, olvidades tu gorra en el hotel, o quisiste pasar por alguien interesante delante de la señora del italiano, una típica Sofía Loren, con todo lo que tiene que tener para ser hermosa. Capaz que ella te recuerda y haga volver al resto a buscarte. De repente observas que al frente, como a cincuenta metros, un grupo de leones cruza cansinamente el camino de tierra.
Te detienes, observas que a tu alrededor no hay un árbol para treparse, un palo para defenderte. Lentamente, muy lentamente, te das vuelta para caminar hacia el otro lado y una leona te observa fijamente, echada en la mitad del camino, con una atención digna de otras causas, piensas. Tienes dos opciones, quedarte quieto o hacerte el macho, es decir gritar con todas tus fuerzas, como una señorita, para que te tengan miedo y se vayan.
Perdido por perdido, te largas a gritar con todos tus pulmones, levantas tierra con las manos, te sacas la camisa y la agitas. Al principio los leones se asustan y se retiran unos metros. Después, a pesar de que sigues gritando cada vez más, como chancho que lo han atado con alambre, levantas tierra con los botines, te agachas, te levantas, los leones vuelven, tuercen la cabeza, como si estuvieran curiosos.
No te has percatado, pero a un costado, a unos veinte metros, había una que te había estado observando, empieza a venir al trotecito hasta donde estás, lo mismo hace la leona que parecía sola, estaba con otras dos o tres más.
Al otro día, cuando vuelve la caravana de la excursión, el morocho de tu Jeep detiene la marcha y pide silencio a los turistas, en el centro del camino está uno de tus botines todo mordisqueado, alguien reconoce un retazo de tu camisa. Un francés dice en voz alta: “Oh, mon Dieu”, y se persigna.
Vuelven a la civilización, en silencio y sin detenerse ante nada, entre asustados y tristes. Quizás piensan en que tendrán algo que contar a sus amigos cuando vuelvan a su casa. Mostrarán fotos en que sales como actor de reparto. Un norteamericano gordito narrará a sus amigos de Hartford, Connecticut, que el brasileño miraba mucho a la italiana, todos lo notaron. La mujer lo corregirá: ”He was Argentine, darling”.
Juan Manuel Aragón
A 24 de marzo del 2024, en el 8 de Abril, Cantando vidalas
©Ramírez de Velasco
Al otro día, cuando vuelve la caravana de la excursión, el morocho de tu Jeep detiene la marcha y pide silencio a los turistas, en el centro del camino está uno de tus botines todo mordisqueado, alguien reconoce un retazo de tu camisa. Un francés dice en voz alta: “Oh, mon Dieu”, y se persigna.
Vuelven a la civilización, en silencio y sin detenerse ante nada, entre asustados y tristes. Quizás piensan en que tendrán algo que contar a sus amigos cuando vuelvan a su casa. Mostrarán fotos en que sales como actor de reparto. Un norteamericano gordito narrará a sus amigos de Hartford, Connecticut, que el brasileño miraba mucho a la italiana, todos lo notaron. La mujer lo corregirá: ”He was Argentine, darling”.
Juan Manuel Aragón
A 24 de marzo del 2024, en el 8 de Abril, Cantando vidalas
©Ramírez de Velasco
BUENÍSIMO JUANCHO QUERIDO...DESCRIBES JUSTO EL ESTADO DE TENSIÓN VOLUNTARIO A QUE SOMETEN LA GENTE QUE TIENE MUCHA GUITA...(al menos más que nosotros) Y NO SABEN DONDE Y COMO GASTARLA...
ResponderEliminarBastante Interesante Juan Manuel. Te mantiene intrigadohasta el final
ResponderEliminar