Hipólito Yrigoyen |
Esta nota sostiene que la educación laica no está en la base del ascenso social de muchos argentinos
Por Juan Manuel Aragón, padre
Es indudable que la Argentina sufre un proceso de decadencia, aunque no conozcamos con precisión los motivos que nos han precipitado en él. Sin embargo, hay cierto acuerdo en que esta decadencia ha comenzado en 1930, ya sea por la repercusión universal de la crisis provocada por la caída de la bolsa de Nueva York en 1929 o por la caída de nuestro gobierno popular en septiembre del 30.En 1930 cumplía medio siglo nuestra ley de enseñanza común, laica y obligatoria. Llegaban a ocupar los más altos cargos de la sociedad –en el gobierno, en la administración pública, en la dirección de empresas, en las finanzas, en el agro –los ciudadanos que habían sido educados con las normas impuestas por la ley 1.420, y, sobre todo, se habían educado bajo sus pautas las enormes mayorías de los votantes en los comicios.Es cierto que esos comicios estuvieron suspendidos en algunos períodos debido a los golpes militares de 1930, 1943, 1955, 1966 y 1976, pero fueron mucho más prologados los períodos de gobiernos electos. Además, en esas etapas de falta de representación popular, gobernaron militares acompañados por elencos civiles que también habían sentido el influjo de la ley 1.420 en su educación.
¡Qué! ¿Pretenderemos suponer que una presunta mala educación debida a nuestra ley de enseñanza fuese la causa de la decadencia argentina? No. Una decadencia tan aplastante, tan agobiante, tan larga, después de haber pasado a mediados del siglo XX por un período eufórico en que pretendimos haber alcanzado la soberanía política, la libertad económica y la justicia social, seguramente ha de deberse a muchas causas más o menos complejas y a diversas circunstancias de las políticas nacional e internacional.
Fue muy discutida la ley de enseñanza cuando se la dictó. Políticos esclarecidos, hombres de estado previeron sus malas consecuencias. Sin embargo, años después se la aceptó con satisfacción y orgullo. Hasta se supuso –y aún hoy se mantiene –que esa educación pública laica fue un formidable instrumento de ascenso social, generaba movilidad social en el país, posibilitó que el hijo del inmigrante pudiera convertirse en profesional o empresario.
No. La ley de enseñanza laica se dictó en un período de notable progreso económico, de expansión de las fronteras agrarias debida a los baratos fletes debidos al vapor, ferroviarios y marítimos, y a las técnicas frigoríficas que permitieron exportar carnes de excelente calidad y no sólo sebo y charqui para consumo de esclavos de Cuba y el Brasil. En ese período de una plena ocupación que permitía y fomentaba la venida de inmigrantes se dicta la ley. Por lo tanto, ese progreso material y social se debe a enseñanzas anteriores, a una educación que ya existía, en buena medida impartida por los propios padres de los chicos, sus maestros naturales. ‘Por sus frutos los conoceréis’. El aumento de la riqueza logrado a fines del siglo XIX y comienzos del XX es fruto de educaciones anteriores; los resultados que se observan a partir de 1930 son frutos de muchísimas cosas, y también de la ley de enseñanza laica.
Fue un instrumento de ascenso social, ya que posibilitó que el hijo del inmigrante pudiera convertirse en profesional o empresario. No sólo profesionales o empresarios: los hijos de inmigrantes llegaron a la máxima magistratura de la nación. Sí. Vemos los casos de Bartolomé Mitre, Carlos Pellegrini, Hipólito Yrigoyen, presidentes de la República. Pero los tres educados con sistemas de enseñanza anteriores al de la ley 1.420.
Los períodos de progresos y de decadencia seguramente han de motivarse en causas complejas. Pero atribuir la posibilidad de ascenso social, que es notable a lo largo de nuestra historia, desde antes de la emancipación, a la ley de enseñanza laica sólo puede deberse a desconocimiento de nuestra historia.
Ramírez de Velasco®
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