Parte de mi colección de "Naricita" |
Descubrimiento y experiencia de vida con los libros
De chico me enamoré de las novelas de tres autores, Mark Twain, Emilio Salgari y Julio Verne, también pasé por la colección completa de los libros de Monteiro Lobato, algo así como 22 tomos, encuadernados en rojo, de los que aún conservo 18. La última edición en español fue prologada por Cristina Fernández de Kirchner, quien también guarda buenos recuerdos de Naricita y Perucho, sus dos principales personajes. Los diarios de Buenos Aires, con la furia mordiente que los caracteriza, dijeron que eran libros de un racista, pero en su odio son capaces de cualquier gansada. Y disculpe usted esta crónica en primera persona para hablar de algo tan íntimo como el gusto por la lectura.Devoré los libros de la colección “Bomba”, creo que así se llamaba, y algunos clásicos a la altura de los chicos como Ivanhoe, Príncipe Valiente y el indestructible Robinson Crusoe. En el camino pasé por el Martín Fierro, que devoré con mucho gusto y asombro. Y también intenté leer “Don Segundo Sombra”, pero nunca pasé del primer capítulo, eso que lo encaré varias veces, hasta los 20 años. No sé por qué, me parecía soso, pesado, meloso. Pero es un texto alabado por tanta gente leída y escribida, que es evidente mi equivocación.
Hasta que, a los 12, con la escuela primaria a punto de terminar, agarré La Metamorfosis, de Franz Kafka. Un libro pequeño, casi un cuento muy largo, que creí terminar en una siesta que llovía en el campo. Pero no pude. A la mitad del libro sospeché que iba a terminar mal. Si hubiera alguien que no lo ha leído, va el argumento, un día el protagonista se despierta siendo una cucaracha o cascarudo enorme, pero no es un sueño, está atrapado en ese cuerpo monstruoso. Esa siesta pensé dos cosas, la primera que eso era verdadera literatura para grandes, y la segunda que no todos los libros planteaban una lucha de buenos, que al final ganaban, contra malos que perdían en la última página.
Al segundo libro de Kafka, me di con que la gracia estaba en su estilo, el kafkiano, justamente, pero el bichito de la lectura me había picado. Después agarré lo que venía, si era Borges, bueno, leía Borges, si era Ray Bradbury, leía Ray Bradbury, no sé, quichicientos libros. En todos me maravilla la habilidad de los autores para desarrollar una idea distinta y armar frases comprensibles con combinaciones de palabras que, ni en un millón de años se me ocurrirían.
Más o menos a los 30, cuando era inspector de Rentas de la Municipalidad, con carnet y todo, lo dejé para entrar, con mucho menos sueldo, como empleado de una biblioteca popular. Fue un año feliz, casi no iban lectores, así que me enfrascaba en un libro por día, no solamente cuentos y novelas, también encaré la poesía y algunas enciclopedias y biografías. Como me había hecho socio, los viernes, cuando terminaba la hora de trabajo, tomaba dos o tres libros prestados que devolvería el lunes siguiente. Llegué a conocer la biblioteca Ricardo Rojas, de la calle La Rioja, mejor que la palma de mi mano.
Al tiempo conseguí conchabo en un diario y me dediqué a la producción en serie de una literatura de tono muy menor, el periodismo. Me absorbió tanto que, en el tiempo que trabajé estable en un diario de Santiago, debo haber leído apenas dos o tres libros por año. Y si bien es un ejercicio mínimo de literatura, me sirvió para mantener la mano livianita.
Ahora, que voy para viejo, me doy cuenta de que la mesura me hará llegar a la ancianidad con menos achaques quizás. Pero no modero mis lecturas, sigo siendo un lector tan voraz y desordenado como cuando era joven. Y ruego al Cielo, cuando las plagas que me acechan empiecen a mascar en serio mi cuerpo, tener fuerzas para seguir levantando un libro, dedicándome a uno de los más grandes placeres de la vida.
Que Marcela se de vuelta en la cama, me saque el libro de los ojos y sepa que me he muerto con una página de Arturo Pérez Reverte estampada en la cara, desacomodándome los ya inútiles anteojos. Qué maravilla, ¿no cree?
©Juan Manuel Aragón
Al segundo libro de Kafka, me di con que la gracia estaba en su estilo, el kafkiano, justamente, pero el bichito de la lectura me había picado. Después agarré lo que venía, si era Borges, bueno, leía Borges, si era Ray Bradbury, leía Ray Bradbury, no sé, quichicientos libros. En todos me maravilla la habilidad de los autores para desarrollar una idea distinta y armar frases comprensibles con combinaciones de palabras que, ni en un millón de años se me ocurrirían.
Más o menos a los 30, cuando era inspector de Rentas de la Municipalidad, con carnet y todo, lo dejé para entrar, con mucho menos sueldo, como empleado de una biblioteca popular. Fue un año feliz, casi no iban lectores, así que me enfrascaba en un libro por día, no solamente cuentos y novelas, también encaré la poesía y algunas enciclopedias y biografías. Como me había hecho socio, los viernes, cuando terminaba la hora de trabajo, tomaba dos o tres libros prestados que devolvería el lunes siguiente. Llegué a conocer la biblioteca Ricardo Rojas, de la calle La Rioja, mejor que la palma de mi mano.
Al tiempo conseguí conchabo en un diario y me dediqué a la producción en serie de una literatura de tono muy menor, el periodismo. Me absorbió tanto que, en el tiempo que trabajé estable en un diario de Santiago, debo haber leído apenas dos o tres libros por año. Y si bien es un ejercicio mínimo de literatura, me sirvió para mantener la mano livianita.
Ahora, que voy para viejo, me doy cuenta de que la mesura me hará llegar a la ancianidad con menos achaques quizás. Pero no modero mis lecturas, sigo siendo un lector tan voraz y desordenado como cuando era joven. Y ruego al Cielo, cuando las plagas que me acechan empiecen a mascar en serio mi cuerpo, tener fuerzas para seguir levantando un libro, dedicándome a uno de los más grandes placeres de la vida.
Que Marcela se de vuelta en la cama, me saque el libro de los ojos y sepa que me he muerto con una página de Arturo Pérez Reverte estampada en la cara, desacomodándome los ya inútiles anteojos. Qué maravilla, ¿no cree?
©Juan Manuel Aragón
Sí.
ResponderEliminarA pesar de todos los años que le llevo de edad, habíamos leído casi los mismos libros con Juan Manuel, en nuestras respectivas infancias.
EliminarPrecioso el final. Todo lo demás lo comparto. Yo también, desde por lo menos los 10 años, devoré colecciones de libros. Tapa dura, amarillita... La mejor niñez.
ResponderEliminarJUAN MANUEL ARAGON, MI QUERIDO AMIGO, UD SE HABÍA LEIDO MUCHO, JUANCHO AHORA ESCRIBES PARA DIARIOS, ME GUSTA, LO FELICITO, ABRAZOS
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