Formas de ver la vida |
La moda en el cabello de los hombres marca a quiénes admiran, más que cómo quieren lucir
En la década del 50 del siglo pasado hubo una moda tilinga de los hombres, buscando liberarse del sombrero, prenda presente desde siempre, en el guardarropa de ricos y pobres. A mediados de la década del 60, con los Beatles sonando en el mundo, la moda ya no necesitaba de una campaña para imponerse, sólo unos pocos viejos salían a la calle llevando algo en la cabeza. Del 60 en adelante, la moda fue la pinta de sucio, los más osados parecían piojosos y conseguían las mejores chicas en los bailes.Hasta ese tiempo, la cabeza de los hombres había seguido ideales heroicos: llevaban el pelo corto como los soldados de ambos bandos en la Segunda Guerra Mundial. Se entiende, los militares tratan de que su tropa no junte piojos y, el mejor remedio para que las liendres no crezcan, es que no hallen lugar para hacerlo.El triunfo de la Revolución Cubana, hizo que sus máximos líderes, Fidel Castro y Ernesto Guevara, se convirtieran en íconos mundiales de la moda. De tal suerte que hombres de todo el mundo intentaron parecérseles, si no en las acciones de guerra, al menos en la manera de vestirse. Antes de triunfar pasaron varios meses en el monte pasando las penurias propias de la guerrilla y. obviamente, no tuvieron tiempo de pasar por la peluquería.
El pelo largo se hizo sinónimo de rebeldía e inconformismo. A fines de la década del 60 y principios de la del 70, quien tuviera el pelo corto era sospechoso de ser amigo del régimen imperante, agente de los servicios de inteligencia o policía.
Después se empezó a ver que gente de toda clase de ideologías se dejaba el pelo largo, corto, usaba barba cuidada, descuidados vellos colgándole de la cara. Había y hay con el cabello cortado al rape que son de izquierda y otros que andan rotosos y de alpargatas por la calle que sitúan su pensamiento a la derecha del nacional socialismo. La izquierda más radical era como “El extraño de pelo largo, que sin preocupaciones va”.
Cuando la televisión se adueñó de la cabeza de la gente, dejó de leer y se le mezclaron ideas, doctrinas, credos. La moda se independizó de la ideología. Cada uno se empezó a vestir como se le daba la gana, los hombres se pusieron aros en las orejas, en la nariz, en las cejas, en los labios, en el pupo y quién sabe dónde más. Teñirse el cabello dejó de ser privativo de las mujeres y se extendió de tal forma entre el elemento masculino que pareciera que hoy para ser rubio platinado hay que ser morocho. Ya que están, se tiñen de morado, de verde o hacen combinaciones rarísimas.
La libertad, que antes se reclamaba como un bien para la sociedad, quizás por la imposibilidad de lograrla, se trasladó al propio cuerpo. En cualquier playa de la Costa Atlántica de la Argentina, si hay un hombre que no lleva un tatuaje en el cuerpo es mirado con curiosidad.
¿A quién imitan ahora los que están a la moda? Pregunta de difícil respuesta. Los cantantes, ídolos de multitudes, es casi seguro que están en el primer lugar; sus ideales no son heroicos, de hecho, lo único que desean es ganar dinero, pero es también una aspiración de muchos jóvenes que los siguen. Los súcubos e íncubos que pueblan las pantallas de televisión y de internet, también marcan estilos, formas y hasta maneras de hablar de las nuevas generaciones.
La hombría, el coraje y valores como la defensa de la patria han dejado de tener sentido en un mundo que reclama a los alaridos para que se los suprima hasta de los diccionarios. La modernidad aplastó a los hombres, llevando su sibaritismo a extremos nunca vistos en la antigüedad. Si no cree, piense en algún varón de su familia que no se bañe con champú, para peor, muchos eligen entre suave con sedosidad extrema o con extracto de trigo que deja el cabello fino, conservando el rubio químico.
Llegado a este punto, como la nota se hizo larga, debiera entregar alguna conclusión, una frase ingeniosa para cerrar, entregar un consejo o algo. Pero, para qué agregar más, entrelíneas está todo dicho. Si lo pescó, bien y si no…
©Juan Manuel Aragón
El pelo largo se hizo sinónimo de rebeldía e inconformismo. A fines de la década del 60 y principios de la del 70, quien tuviera el pelo corto era sospechoso de ser amigo del régimen imperante, agente de los servicios de inteligencia o policía.
Después se empezó a ver que gente de toda clase de ideologías se dejaba el pelo largo, corto, usaba barba cuidada, descuidados vellos colgándole de la cara. Había y hay con el cabello cortado al rape que son de izquierda y otros que andan rotosos y de alpargatas por la calle que sitúan su pensamiento a la derecha del nacional socialismo. La izquierda más radical era como “El extraño de pelo largo, que sin preocupaciones va”.
Cuando la televisión se adueñó de la cabeza de la gente, dejó de leer y se le mezclaron ideas, doctrinas, credos. La moda se independizó de la ideología. Cada uno se empezó a vestir como se le daba la gana, los hombres se pusieron aros en las orejas, en la nariz, en las cejas, en los labios, en el pupo y quién sabe dónde más. Teñirse el cabello dejó de ser privativo de las mujeres y se extendió de tal forma entre el elemento masculino que pareciera que hoy para ser rubio platinado hay que ser morocho. Ya que están, se tiñen de morado, de verde o hacen combinaciones rarísimas.
La libertad, que antes se reclamaba como un bien para la sociedad, quizás por la imposibilidad de lograrla, se trasladó al propio cuerpo. En cualquier playa de la Costa Atlántica de la Argentina, si hay un hombre que no lleva un tatuaje en el cuerpo es mirado con curiosidad.
¿A quién imitan ahora los que están a la moda? Pregunta de difícil respuesta. Los cantantes, ídolos de multitudes, es casi seguro que están en el primer lugar; sus ideales no son heroicos, de hecho, lo único que desean es ganar dinero, pero es también una aspiración de muchos jóvenes que los siguen. Los súcubos e íncubos que pueblan las pantallas de televisión y de internet, también marcan estilos, formas y hasta maneras de hablar de las nuevas generaciones.
La hombría, el coraje y valores como la defensa de la patria han dejado de tener sentido en un mundo que reclama a los alaridos para que se los suprima hasta de los diccionarios. La modernidad aplastó a los hombres, llevando su sibaritismo a extremos nunca vistos en la antigüedad. Si no cree, piense en algún varón de su familia que no se bañe con champú, para peor, muchos eligen entre suave con sedosidad extrema o con extracto de trigo que deja el cabello fino, conservando el rubio químico.
Llegado a este punto, como la nota se hizo larga, debiera entregar alguna conclusión, una frase ingeniosa para cerrar, entregar un consejo o algo. Pero, para qué agregar más, entrelíneas está todo dicho. Si lo pescó, bien y si no…
©Juan Manuel Aragón
Hola Juan Manuel, estoy de acuerdo con todo lo que dices pero al final añades, casi desmereciendo, el tema de los hombres que se bañan con champú. Bueno...soy uno de ellos y cuando compro Elvive RIZOS DEFINIDOS, porque tengo todo el cuerpo, salvo la espalda, cubierto de pelos y es mucho mejor tratarlos con champú que con jabón común. Quedan mas sedosos y es práctico. Aclaro, por mis investigaciones, que el champú de referencia tiene mucho cuerpo y no me hace falta usar a posteriori el acondicionador. Un abrazo.
ResponderEliminarDetesto los tatuajes, cuando sean grandes , o viejos, que ridículos se verán.cada uno hace lo que quiere, yo soy más antigua
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