La pelea
El 7 de diciembre del 2019, Andrés Ponce Ruiz, un boxeador norteamericano con ascendencia mejicana, venció por nocaut en el sexto round, al campeón inglés Anthony Joshua, campeón de la Asociación Mundial de Boxeo, el Consejo Mundial de Boxeo y la Federación Internacional de Boxeo. Lo curioso del asunto, es que Andy Ruiz, tal como lo presentaban, era un gordito con grasa por todos lados, mientras el otro era un morocho con los músculos bien puestos, como se espera de un campeón mundial.Fue en el Madison Square Garden, de Nueva York, y el primero en besar la lona, en el tercer round, fue el mejicano (los especialistas tendrán presente de una manera más vívida aquel combate). Después de que le contaron hasta 8, avanzó el gordito, creyendo que la pelea se le iba de las manos más rápido que sueldo de jubilado, acortó el tiro, lanzó unos cuantos bombazos al voleo, medio mal dados. Y le davueltó la cara de un seco al negro, dejándolo prácticamente con los ojos fuera de foco. Dos o tres rounds después, en el séptimo, lo volteó para todo el viaje. Fue el triunfo del corazón, el coraje y la suerte, sobre el entrenamiento duro, el estado físico y la experiencia.Muchos telespectadores argentinos no conocían a Anthony Joshua y menos a Andy Ruiz, pero apenas vieron al gordito trepado al ring, no dudaron en estar de su lado y, a la distancia, hicieron fuerza porque ganara. No era solamente por querer que triunfara el que a priori, menos posibilidades tenía, sino también porque en estos pagos los británicos no son bien vistos.El espíquer avisó que la pelea estaba programada con otro boxeador, pero no había podido estar en esa velada o no había querido, y hubo que buscar un reemplazante: un mes antes, el único que hallaron a mano fue el mejicano y le avisaron que tenía la oportunidad de su vida.
Las encuestas favorecían 32 a 1 al británico, una guasada. El nuestro, digamos, no tenía ninguna posibilidad en los cálculos previos, al menos para los apostadores. La televisión no mostró las sonrisas que debe haber esbozado el público del rinsai, pero nadie duda de que muchos en sus casas también pensaron lo mismo: sería una carnicería.
Si la mira por primera vez, usted y cualquiera diría que fue una pelea callejera, de esas en que todo vale, hasta meterle los dedos en el ojo al ojo, pero se ajustó a todos los cánones del boxeo, salvo que había una distancia abismal entre la formación y la preparación de uno y el corazón y el ímpetu del otro.
Cuando pasó el tercer round, con dos caídas del inglés, todos pensaron quizás que en el cuarto se definía la pelea, ya fuera para un lado, porque el inglés se sentiría herido no solo en el cuerpo sino también en el orgullo, o para el otro, porque el gordito apretaría el pie del acelerador para liquidarlo. Pero pasó el cuarto, en el quinto el morocho pareció recuperarse, en el sexto se mostraba regio y cuando llegó el séptimo, desde el rincón le pidieron a Ruiz que acortara las distancias. Dspués de voltearlo por tercera vez con otro sambardazo, lo tiró a la lona una cuarta ocasión y fue basta. Después de la cuenta de protección, el referí le pidió a Joshua que diera un paso al frente, al no acatar la orden, fue evidente que estaba grogui. Y la pelea terminó.
Lo viera amigo, el mejicano saltaba de alegría como un chico: no era para menos. Es posible que haya enfrentado la pelea viendo cómo llegar con vida al décimo segundo round y al séptimo era campeón mundial. Aunque nacido en California, Estados Unidos, Ruiz siempre se había dicho mejicano así que en México celebraron su victoria como propia. Gozó de la fama y los cinturones de campeón hasta que le dio la revancha a Joshua que, esa ocasión no lo subestimó. Y le ganó, aunque no por nocaut sino por puntos.
A pesar de su aspecto y la sorpresa que causó cuando subió al ring, el gordito no era un improvisado. Como amateur tenía un récord 105 peleas ganadas y sólo cinco perdidas. También había ganado dos medallas de oro en la Olimpíada Nacional y la Nacional Juvenil de Méjico y obtenido el Campeonato Mundial de Peso Pesado de Ringside. Representó a Méjico en los torneos de clasificación de los Juegos Olímpicos de Pekín, en el 2008, pero perdió con Robert Alfonso y Óscar Rivas y no lo logró.
En esta parte de la nota, cuando se va terminando el espacio, debería haber una moraleja para alabar la fuerza de uno frente al menosprecio del otro o pontificar sobre la confianza en las propias fuerzas, como factor de peligro en las relaciones humanas. Pero, ¿sabe qué?, no. Mejor dejar esta historia como simple anécdota para contar en la oficina a los compañeros.
Uno se va volviendo viejo y los sábados a la noche, en vez de salir a andar tonteando por ahí, enciende el televisor y ve una película o, para acortar la madrugada, se prende a los canales mejicanos para ver boxeo tranquilo, no para andar buscando enseñanzas para la vida. A esta altura de la kermés, para qué, ¿no le parece?
©Juan Manuel Aragón
Comentarios
Publicar un comentario