Pipino el Breve |
El 24 de septiembre del 768 muere Pipino el Breve, hijo menor de Carlos Martel, padre de Carlomagno y carolingio en convertirse en rey
El 24 de septiembre del 768 murió Pipino el Breve. Nacido en Jupille, cerca de Lieja, Bélgica, en el 714, fue el hijo menor de Carlos Martel, y padre de Carlomagno. Fue mayordomo de palacio de Neustria entre el 741 y el 751, con Borgoña y Provenza, mayordomo de palacio de Austrasia (747-751) y rey de los francos (751-768). Además, fue el primer carolingio en convertirse en rey.Tras la muerte de Carlos Martel, asumió el cargo de mayordomo de palacio en Neustria y Borgoña, mientras su hermano Carlomán gobernaba Austrasia y otras regiones. Desde un principio, ambos hermanos lucharon para sofocar rebeliones internas y restaurar el orden. En 743, colocaron a Childerico III en el trono de los francos, aunque este rey merovingio solo fue una figura nominal.La educación de Pipino tuvo una fuerte influencia religiosa, habiendo sido formada por los monjes de Saint-Denis. En su gobierno mantuvo una cercana relación con la Iglesia, continuando con las reformas eclesiásticas impulsadas por su padre, junto a la evangelización de los sajones de la mano de San Bonifacio. Tras la retirada de Carlomán a la vida monástica en 747, Pipino se convirtió en el único gobernante del reino franco. Sin embargo, debió enfrentarse a su medio hermano Grifón, quien encabezó una revuelta, pero Pipino logró consolidarse como líder indiscutible.
Uno de los momentos clave de su reinado ocurrió en 751, cuando, con el apoyo del Papa Zacarías, obligó a Childerico III a entrar a un monasterio, asumiendo así el título de rey de los francos. Esta decisión no fue respaldada por toda la familia, lo que derivó en nuevas revueltas, lideradas por el hijo de Carlomán, Drogo, y nuevamente por Grifo. A pesar de estos desafíos, Pipino logró imponerse, convirtiéndose en el primer rey carolingio y comenzando una dinastía que marcaría la historia de Europa.
Ya como rey, mostró un claro interés en consolidar su poder y extender su influencia. En lo interno, reformó las leyes de los francos y continuó la reforma eclesiástica, asegurándose de que la Iglesia franca se mantuviera bajo su control. A nivel externo, se alineó con el papado, especialmente cuando el Papa Esteban II solicitó su ayuda para proteger a Roma de los lombardos. Este apoyo no solo consolidó la relación entre la Iglesia y la monarquía franca, sino que también permitió la creación de los Estados Pontificios, base del poder temporal del papado durante siglos.
En 754, el Papa Esteban ungió a Pipino ya sus hijos, Carlos y Carlomán, consolidando la legitimidad de la nueva dinastía carolingia. Esta unción, realizada en Saint-Denis, marcó un hito en la relación entre la Iglesia y el poder monárquico, estableciendo un vínculo sagrado entre ambos. Además, otorgó a Pipino ya sus descendientes el título de "patricio de Roma", un reconocimiento importante del papado y del Imperio bizantino.
En cuanto a sus campañas militares, demostró ser un líder formidable. Logró expulsar a los omeyas islámicos de la Septimania y sofocó las rebeliones en Aquitania, lideradas por Waiofar. Sin embargo, sus esfuerzos en Germania no fueron tan exitosos, ya que las tribus sajona y bávara continuaron resistiendo. A pesar de sus intentos de subyugar estas regiones, la tarea de consolidar el dominio sobre ellas quedó en manos de sus sucesores, especialmente de su hijo Carlomagno.
Su alianza con la Iglesia fue crucial para su reinado. Estableció un fuerte vínculo con el papa Esteban II, quien buscaba protegerse de las amenazas lombardas. Respondió a esta solicitud de ayuda, lanzando varias campañas exitosas contra los lombardos y asegurando la protección de Roma. Además, consolidó su poder en Italia al entregar varias ciudades al papa, lo que contribuyó a la formación de los Estados Pontificios. Esta colaboración entre la monarquía franca y el papado sentó las bases para una relación duradera que influiría en la política europea durante siglos.
No todo fue pacífico durante el reinado de Pipino. A pesar de sus éxitos, se enfrentó a desafíos internos constantes, como las rebeliones de su hermano Grifo y las resistencias en las fronteras del reino franco. Sin embargo, a través de alianzas estratégicas, victorias militares y reformas políticas, logró mantener el control de su reino. Además, instituyó una reforma monetaria en 755 con la adopción del denario de plata, que contribuyó a la estabilidad económica del reino.
En sus últimos años repartió el reino entre sus hijos Carlos (futuro Carlomagno) y Carlomán, según la tradición franca. A su muerte en 768, fue enterrado en la abadía de Saint-Denis, junto a su esposa Bertrada y su hijo Carlomán. Aunque su reinado fue eclipsado en gran medida por el de su hijo Carlomagno, Pipino el Breve dejó un legado duradero al consolidar la dinastía carolingia y sentar las bases para el futuro Sacro Imperio Romano Germánico.
Su reinado no solo marcó el fin de la decadente dinastía merovingia, sino que también desarrolló un nuevo paradigma de gobernanza en el que la Iglesia y la monarquía trabajaron juntas para consolidar el poder. Aunque los desafíos no faltaron, la capacidad de Pipino para forjar alianzas, sofocar revueltas y expandir su territorio lo consolidó como uno de los monarcas más importantes de su tiempo, preparando el terreno para el surgimiento de Carlomagno, cuyo reinado eclipsaría el de su padre, pero cuyo legado fue posible gracias a los cimientos que Pipino desarrolló.
Juan Manuel Aragón
Ramírez de Velasco®
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