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OPINIÓN El dueño de la necesidad

La generosidad es un don

¿De quién son las cosas, más allá de lo que dice el Código Civil?

Las cosas son del que las necesita, le digo a menudo a mi hija y se lo repetía siempre, cuando en un tiempo no tan lejano, unos parientes, a quienes no daré el gusto de nombrar porque no tengo el gusto, me imponían el Código Civil a rajatabla y me veía llorar de impotencia ante sus embates.
Esa gente lleva grabados en la frente y se sabe de memoria los artículos que establecen quiénes son parientes en primero, segundo y tercer grado, qué recibirá la viuda con o sin hijos y qué pensó Dalmacio Vélez Sarsfield o en quién se inspiró para resguardar los derechos hereditarios de cada uno. Los rige una idea tan vieja como Napoleón Bonaparte o Justiniano, el emperador romano.
Vienen siendo iguales desde que Matusalén era joven.
Igual le insistía a mi hija: “Las cosas son del que las necesita”. No como una concesión del que tiene, sino como un deber natural de los hombres de bien, porque les corresponden. Si no es así, para qué comulgar primero en la fila, para qué bendecir la mesa con unción, para qué visitar al Obispo o hacerse amigo del cura, si nada de eso abrirá las puertas del Cielo.
Quizás se trate de compartir una vez, ¡una sola vez en la vida! el medio pan que uno tiene, la camisa nueva que se compró, las zapatillas sin estrenar, para obtener un pase libre y entrar por la puerta grande de la eternidad. Pero, aun sabiéndolo no lo harán, porque no lo ordena su adorado Vélez Sarsfield. El Código Civil calla ante ciertos asuntos y deja abierta la puerta de la voluntad. Entonces no.
Repito, las cosas son del que las necesita. No es solamente ceder el asiento en el ómnibus, total, me bajo dentro de dos paradas. Tampoco regalar la ropa vieja para que la aprovechen otros, conocidos o desconocidos o donar dinero para una institución de bien público, así sea el seminario en que los muchachos estudian para ser curas. Y mucho menos contarlo, porque en ese momento, todo lo que hice se convierte en menos que nada. Basura.
Esa gente debería probar con algo que hacen los pobres de vez en cuando: darse, entregar el tiempo, las ganas y un pedazo de pan al vecino, al amigo, al desconocido. No solamente ponerle una mano en el hombro sino ir a la casa, cocinar para los hijos, lavar la ropa, limpiarle los pisos, el baño, la cocina. Pero, ¿no te digo?, Vélez Sarsfield no tiene regulado cómo se debe hacerlo, nada dice. Y ellos, ya se sabe, son legalistas para todo.
¿Sabe de quién son las cosas y no solamente un plato caliente sino todo aquello que entregado significa un desprendimiento? Acertó, del que las necesita. Van a leer este escrito, estoy seguro. Pero ni así, porque tienen las manos como garras, el corazón duro, la mente cerrada, el odio a flor de piel. El pico encorvado.
©Juan Manuel Aragón

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