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GRIEGOS Edipo, el marido de Yocasta

Con la Esfinge

De dónde viene el nombre de uno de los complejos más conocidos por quienes se psicoanalizan


Más que a otro pueblo, los argentinos debemos una parte fundamental de lo que somos a los griegos. De allí vienen los ineludibles conceptos de la filosofía, la exacta ciencia, las bellas artes, el útil idioma, las necesarias comunicaciones, la feroz guerra y la tranquila paz. Entre todos colaboraron para entregarnos ideas que hoy son comunes, aunque muchos no sepan que las poseemos gracias a ellos.
Un caso es Edipo, hijo de Layo y nieto de Polidoro, de la estirpe de Cadmo. Su madre, Yocasta, era hija de Meneceo y nieta de Óclaso. Antes de nacer el tal Edipo, un oráculo advirtió a Layo que, si tenía un hijo, sería muerto por él y provocaría una serie de desgracias que arruinarían su estirpe.
Layo no hizo caso de la predicción, pero la recordó y entonces perforó los tobillos del chico para atarlo con una correa y de ahí viene el nombre de Edipo, que quiere decir “pie hinchado”. Luego lo entregó a un sirviente para que lo tirara, en cualquier parte. Hay quienes dicen que lo metieron en una canasta y lo arrojaron al mar, otros sostienen que lo entregaron a unos pastores. Pero todos coinciden que al final fue criado por Peribea y su esposo Pólibo, que era rey de Corinto, de Antedón o de Platea, no se sabe muy bien. Lo cierto es que fue criado por un rey.
El chico creía que era hijo de Pólibo. Un día salió a buscar unos caballos y se topó con Layo en una parte angosta del camino. Hubo una pelea y Edipo lo mató junto a un sirviente que iba con él. Y se cumplió una parte del oráculo. Otra versión avisa que no andaba buscando caballos, sino que volvía de Delfos, enterado de que mataría a su padre y se casaría con su madre. Después de matar Layo, como creía que era hijo de Pólibo, decide irse a Tebas.
Antes de llegar la encuentra a la Esfinge, un monstruo, mitad león y mitad mujer, que planteaba un enigma a los viajeros, si no lo respondían, se los comía. El bicho le pregunta cuál es el animal que de mañana camina en cuatro patas, al mediodía en dos y a la tarde en tres. Edipo piensa un rato y contesta: “El hombre”, porque de niño gatea, de adulto camina erguido y cuando viejo se ayuda con un bastón. La Esfinge luego de aquella respuesta, se sube a una roca y se mata de la rabia.
La gente de Tebas queda feliz con el muchacho que la había salvado de semejante monstruo. Para agradecerle, le entrega en matrimonio a la (todavía) bella Yocasta y lo proclama rey. Hay quienes afirman que la madre lo reconoce por las cicatrices que le habían quedado en los tobillos. Pero otros dicen que la ciudad estaba asolada por la peste y mandó a Creonte, hermano de Yocasta, a consultar a la pitonisa de Tebas, que le revela la verdad de la milanesa. Al saberlo, la horrorizada Yocasta se suicida y Edipo se perfora los ojos.
A partir de entonces se va para siempre de Tebas y se hace linyera, acompañado solamente de su hija Antígona habida con Yocasta. Sus otros dos hijos, Etéocles y Polínices, también habidos con su madre, se negaron a salir a su favor y Edipo los maldijo. Al final fue recibido por Teseo y se instaló en Colono. Después se murió.
Muchos años después, los psicólogos usaron la vida de Edipo para dar nombre al complejo que Sigmund Freud sintetiza como el deseo inconsciente de mantener una relación sexual con el progenitor del sexo opuesto y de eliminar al padre del mismo sexo. Toda una cuestión sobre la que hay más libros escritos que sobre el griego que se trincó a la madre por error.
Cuando, en una conversación culta alguien saque a relucir el tema de la psicología, repita esta historia y quedará como que sabe ¡uf!, un montón.
Siempre es útil leer Ramírez de Velasco para salir del paso en cualquier cuestión que se plantea en la vida, sobre todo en conversaciones de asados cuando, entre vino y vino, siempre alguien saca a relucir los mitos griegos como una manera de amenizar la espera entre los chunchulis y las costillas.
Siempre es preferible siempre hablar de estos asuntos, antes que hacer comentarios del auto que compró un conocido, narrar por enésima vez el último gol de Lionel Messi o recordar una cacería en la que mató un puma, aunque todos sepan que es mentira.
©Juan Manuel Aragón

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