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ALGARROBO DAVUELTAO La verdad de la leyenda de la Almamula

Recreación de la leyenda

"Un buen día cayó por casa una chica conocida de Comisario Huarcuna, decía que había venido a visitarla a mi hermana"

Alguna vez, mediados de la década del 80, anduve en el pago aquel buscando rastros de unos ovnis que decían que habían bajado cerca de ahí. En el diario no quisieron la nota, así que guardé los apuntes y las grabaciones en una caja, después me cambié de casa varias veces, la di por perdida y hace una semana encontré todo en un ropero, en la pieza del fondo. Mando el artículo crudo, derecho al punto, como son los paisanos cuando se abren a la confesión con franqueza y verdad.  Por respeto a sus protagonistas, consigné los nombres y lugares verdaderos, tal como me fueron narrados. 
Si esta crónica llegara a caer en manos de extraños, aclaro antes que nada que, según la leyenda, la Almamula o el Almamula, es un animal como una mula oscura con ojos de fuego, cargada de cadenas. En eso se convierte la mujer que tiene relaciones impuras con un cura o y también el cura, otro tanto les sucede a los compadres, que se deben un inmenso respeto pues deben criar al ahijado en las santas costumbres cristianas y sin embargo se dan al placer carnal entre ellos.
Vamos a la desgrabación.
Siempre me llamó la atención que, de todos los mitos y leyendas que circularon en el pago, el único que jamás se había presentado era el de la Almamula. ¿Será que nunca tuvimos un cura y por eso nadie se le tiraba de galán a una mujer? La cosa es que cuando los changos decidimos formar el conjunto “Los cuatro de Algarrobo Davueltao”, nos dimos con que todos habían aparecido alguna vez por el pago, menos la famosa Almamula. Una vergüenza, tener un grupo folklórico y no haber visto en persona la leyenda más famosa de la provincia.
En Algarrobo me conocen por mi nombre y también por “Machaca”, porque soy más insistidor que burro alzao, y perdone la comparanza, amigo. Se me pone algo en la cabeza y machaco, machaco, machaco, hasta que lo consigo.
La cuestión es que por aquí ha pasado la famosa Telesita, según cuentan los más viejos, en la represa apareció varias veces la Mayu Maman, algunas noches seguimos oyendo cantar el kakuy en el fondo del monte. Y una vez nació un cabrito con dos cabezas, recuerdo que Ramoncito Ayala decía que era al revés: “Dos cabritos con un solo cuerpo”. Hasta duendes verdes de la siesta había, pero maimanta Almamula, nunca hubo una en el pago, en una de esas éramos muy pobres o algo, no sé, no le voy a decir.
Entonces me di a la tarea de buscarla. Me acuerdo que les dije a los otros changos del conjunto: “No podemos hablar de las leyendas santiagueñas si nunca hemos sentido la Almamula y el miedo porque se pasee con cadenas por los senderos del pueblo”. Uno de ellos me dijo que, si la oían, capaz que eso actuaba en ellos como una especie de Salamanca y los volvía más baquianos para la guitarra y el bandoneón, instrumentos del conjunto.
Mi tío Horacio, hermano de mi mamá era mi padrino y doña Sofía, una vecina, mi madrina. Pero me iban a sacar carpiendo si les proponía acoyuntarse para el asunto, gente seria, che. Se me ocurrió charlarlo al menos con él, pero después me arrepentí, porque era malo el viejo cuando se enojaba y me dije que lo mejor sería buscar por otra parte.
Y me acordé de mi ahijado.
Iba poco a visitarlo, primero porque vivía en Comisario Huarcuna, medio lejitos y también andaba distanciado con el padre, por unos pesos que me había prestado y nunca le devolví, eso que me reclamó varias veces.
—Estoy harto de que cada vez que te cobre me salgas con “eh, compadre, tengo tal problema”, págame y dejate de joder de una buena vez— me dijo un día. Desde entonces lo esquivaba.
Pero recordé que mi comadre seguía siendo muy buena moza. Además, de chicos habíamos sido medio noviecitos, en una de esas, si hacía las cosas bien, podríamos almamulear, pensé.
Como el compadre trabajaba a la mañana en la comuna del pueblo, decidí ir a visitarla. Compré una pelota de fútbol para mi ahijado, até el sulky y enfilé para su casa. Tal cual, el compadre andaba en el pueblo y el chango en la escuela.
—Si no están sus hombres, mejor le dejo la pelota y me vuelvo— le dije.
—Pero, cómo va a volverse así, venga, tomesé unos mates y después regrese.
No me acuerdo de qué me conversaba, yo la miraba fijo y de vez en cuando decía “ajá”, “¿será?” o “eso nomás ahi ser”. Ella parece que se dio cuenta y me preguntó:
—Lo veo raro compadre, ¿en qué piensa?
La miré fijo a los ojos y le largué:
—En usté, comadre, pienso en usté todo el día y más todavía de noche.
Primero se agarró a reir, creía que era broma, pero yo estaba serio, así que se puso colorada y después, apretando los dientes, me dijo:
—Mandesé a mudar, maula. Usté había sabido ser un mal hombre, un desgraciao, un bicho mal nacido. Agradezca que no le doy a decir nada a su compadre, porque lo va a matar. Salga de aquí y no vuelva nunca más, ¡trompeta!, ¡bandido!
Volví al pago silbando bajito, diciéndome a mí mismo que debía abandonar la ilusión de adjudicar una Almamula al pago. Al final de cuentas era una tontera que se me había puesto en la cabeza, quizás por un sentimiento de inferioridad, hasta por Los Pastitos había pasado uno, y nosotros nunca habíamos tenido uno propio, nuestro. Mucha gente no creía en esas cosas, sostenía que eran macanerías de pueblos atrasados, creencias de gente inculta, supersticiones superadas, en fin.
Un buen día cayó por casa una chica conocida, de Comisario Huarcuna, decía que había venido a visitarla a mi hermana. Cuando le alcancé un mate, me dejó un papelito en la mano y lo guardé en el bolsillo disimuladamente. Al rato me fui para adentro y lo abrí. Era de mi comadre, pedía verme el lunes siguiente a la nochecita, en lo de Barrientos.
Los Barrientos tenían un almacén y alquilaban habitaciones para los camioneros. Don Hugo Barrientos mataba dos pájaros de un tiro, porque además de la carga de harina, fideos, arroz, azúcar, yerba, le llevaban encargos aparte, como anilina, levadura, aguja e hilos. Los camioneros también mataban dos pájaros de un tiro porque dormían con las hijas de don Hugo, más rápidas que escupida en plancha.
Cuando fui estaba mi comadre. Para qué le voy a mentir, pasó lo que tenía que pasar. Mi compadre los lunes iba al pueblo, según decía mi comadre, a verla a la otra, una atorrantita que se había agenciado. Ella se desquitaba, nada más. La felicidad duró varios lunes seguidos hasta que los compadres se arreglaron y dejé de ir al almacén de los Barrientos.
Ese invierno sucedió algo en el pago. Era casi la madrugada, cuando sentimos un ruido como de cadenas que venía del monte y se iba acercando cada vez más. Nadie se animó a salir, para ver qué era. Pasó por el medio del camino, cerquita de las casas, y se fue alejando en dirección a los cercos. Al otro día era un solo comentario, unos habían oído más ruidos, otros decían que se había sentido olor a azufre, doña Javiera aseguró que respiraba fuerte. Cada uno le iba agregando detalles. Hasta yo mismo lo quise creer. Nadie se animó a rastrearlo, decían que traía mala suerte.
El viejo Pancho Soria había vuelto tarde de rodear leña, desató las mulas en la casa y una salió arrastrando las cadenas. Recién la halló al día siguiente, en la otra punta del poblado, en la puerta de un cerco de alfa, comiendo pastito, tranquila. Lo pené:
—No vaya a contar nada de la mula, dejelós a estos que crean lo que quieran.
No va a creer, amigo, desde que tuvimos Almamula —digamos— en el pueblo los otros changos de “Los cuatro de Algarrobo Davueltao” empezaron a tocar mejor, como que sonaban de una manera distinta, más original, con más fuerza, más entonados, hasta grabamos un disco y todo. ¿Lo quiere ver?, aquí está, mireló bien, estamos todos, ¿quiere que se lo ponga en el tocadiscos?
©Juan Manuel Aragón

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