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Judíos orando en el Muro de los Lamentos |
Un juez argentino quiere corregir el diccionario de la Real Academia porque considera que incurre en “delito de odio”
Como “shalacos” son conocidos los vecinos del río Salado, pero así llaman los santiagueños a los venidos del campo, que tienen poca instrucción, no saben comportarse en sociedad o ignoran los modales en la mesa o en la vida. “Vascos” son los cabezadura, los que no entienden nada, los que, ante cualquier razonamiento bien fundado, dicen: “Sí, pero…”. Como “afrancesado” nombraban a un funcionario hace varios años, sólo porque era algo delicado o, digamos, no le gustaban mucho las mujeres, o andaba indeciso. A quien le hurtan algo le dicen que lo han “tucumaneado”, refiriéndose a cierta fama que tienen los oriundos de la provincia de Tucumán en el arte de robar. Si alguien es engreído entonces “se tira de porteño”. De los objetos, sobre todo tecnológicos, si son de mala o dudosa calidad, inmediatamente los califican de “chinos”. La “media francesa” es una práctica sexual que las abuelas de antes habrían calificado como cochina. Si alguien es fanático de una causa, es un “talibán” y la expresión aparece en los diarios sin ningún problema. Si es bruto es “gallego” y circulan chistes que los dejan como verdaderos bobalicones y si habla con acento alemán, es más que seguro que es un “nazi”.Las expresiones descritas no se pronuncian con un afán de odio racial o étnico ni por una especial antipatía que siente el hablante por unos u otros. Son simplemente imágenes o ideas aceptadas comúnmente por un grupo o sociedad con carácter, muchas veces inmutable. Así, al menos en el norte, un cordobés será siempre un “falluto”, aunque quien lo diga jamás haya conocido a uno que le falle en algo. Un chino será un hombre de cuidado en los negocios, acostumbrado a no pagar sus deudas, sin que eso implique asignar esa característica a los quichicientos millones de chinos que hay desparramados en el mundo. Y tenga cuidado cuando se adentre en un barrio de Las Termas de Río Hondo, porque ya se sabe, el termeño es estereotipado como cuchillero, aunque la mayoría de los vecinos de la “Ciudad Spa”, se horrorizaría ante la vista de una sola gota de sangre humana.Los diccionarios que registran estos vocablos no son anti nada, solamente constatan el uso del idioma y lo consignan en sus páginas. Así de fácil.
La noticia de los diarios dice que el juez federal Ariel Lijo ordenó que la Real Academia Española suprima inmediatamente del Diccionario de la Lengua Española la quinta acepción de la palabra “judío”, que describe a esa persona como “avariciosa o usurera” por “configurar un discurso de odio que incita a la discriminación por motivos religiosos”. Es para él, una ofensa contra la dignidad humana. El fallo dispuso también que el Ente Nacional de Comunicaciones disponga el inmediato bloqueo del sitio web hasta tanto la Real Academia cumpla con la decisión.
Pero tirarse contra el diccionario es, como dicen los periodistas, “matar al mensajero”. La misión de registrar un vocablo en sus páginas no debe supeditarse a la decisión de un juez, en este caso Lijo, por más que su decisión sea bien vista por el presidente Javier Milei, que lo propuso para que sea juez de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y quiera quedar regio con él y con su nueva religión.
En la Argentina al menos, salvo en pequeños grupúsculos que no tienen ninguna influencia en la sociedad, los judíos son iguales a los descendientes de españoles, italianos, ingleses, franceses, árabes o japoneses, y son tratados de la misma manera, obviamente. A todos les cabe algún apodo o la asignación de una característica especial, y no siempre a su favor, como que los criollos son todos vagos, los japoneses tintoreros o, en Santiago al menos que, si sos de apellido italiano y vives en la calle Lavalle sos manicero, aunque nunca hayas probado uno en tu vida.
El vocablo “enano”, es definido en el diccionario como “diminuto en su clase o especie”, ¿deberían los enanos acudir a la justicia para pedirle que le ordene retirarla? El idioma es una ameba que se va amoldando a diversas ideas para forjarse a sí mismo, sin ayudas oficiales, sin guías de grandes maestros, sin el precepto lo políticamente correcto como mentor de sus trabajos, porque entonces dejaría de ser lo que es para convertirse en la Organización de las Naciones Unidas, es decir, un organismo perfectamente inútil para siquiera encarar correctamente lo que dice que solucionará.
Un idioma amoldado a lo que los grandes centros de poder cultural del mundo quieren establecer como correcto, es lo mismo que pretender que la sopa no tenga sal ni fideos ni haya hervido carne, legumbres, hortalizas, verduras, porque entonces es agua. Permítase imaginar un plato repleto de agua hervida como sopa. Parece un chiste de gallegos, ¿no cree?
Ya tendrá su trabajo el juez Lijo, si llega a ser nombrado magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuando deba salvar de sus procesos judiciales a Milei, después de que deje de ser presidente, como para ir quedando bien con él de antemano, con nimiedades como suprimir todo un diccionario porque no le gusta una definición.
Juan Manuel Aragón
A 28 de septiembre del 2024, en Puerta Chiquita. Ovillando la lana.
Ramírez de Velasco®
Es posible que la próxima palabra que ordene suprimir es "chupamedias".
ResponderEliminarMuy buena acotación.
EliminarSería el colmo que Lijo llegué a la Corte Suprema. Con jueces como esos, a la Justicia se le caerán la venda y la balanza, y huirá corriendo de la Argentina.
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