En el hipódromo |
Brevísimo repaso de la historia de una prenda que quedó caduca hace bastante tiempo
Más o menos hasta el siglo I después de Nuestro Señor Jesucristo, los hombres usaban túnicas, vestidos amplios. En ese tiempo invadió España una tribu de árabes bereberes, los zenetes, llevando al mundo occidental, el más fenomenal invento que ojos humanos han visto ni verán, el estribo. Hasta ese entones se montaba en pelo o con una jerguilla, pero al no tener algo seguro en qué sostenerse, la caballería de los ejércitos era un arma más o menos ineficaz. Se presentaba al principio de la batalla, lanzaba sus flechas y se mandaba a mudar, más no podía hacer. Pero apoyar el cuerpo en los estribos permitió lancear a los enemigos, combatir con espadas de manera más enérgica.Esos zenetes, que luego serían llamados jinetes, revolucionaron el arte de la guerra y, de yapa, abrieron las puertas a la aparición del tiempo más luminoso de la humanidad, la Edad Media, que terminó de definir la religión, el arte, la política, las costumbres, la economía, al menos de este lado del mundo. Además de entregar las más preciadas tradiciones occidentales, entre ellas los conceptos de municipio y de gremio.Pero volvamos a los zenetes. Hasta ese momento los hombres se vestían con túnicas o con calzones para ir a la guerra para no estorbarse con largas telas. Para andar a caballo precisaban otra prenda e idearon el pantalón. Desde entonces, quienes lo llevan son los hombres, para las mujeres quedó el vestido, la pollera, la falda.Durante siglos, el gran medio de movilidad fue el caballo, excepcionalmente los carros, los sulkys, las diligencias. Los españoles conquistaron América al tranco de sus fletes, desde el sur de lo que ahora es Washington, capital de los Estados Unidos, hasta la Patagonia. Y fueron los caballos los que posibilitaron la aparición del charro, el huaso, el gaucho, el coboi, el llanero. En cierta medida definieron a un tipo de hombres que en todas partes se manifestaba como un espíritu libre de toda atadura, receloso de la autoridad, gran compañero y amigo, respetuoso de la naturaleza, intrépido, valiente, temeroso de Dios.
Si las mujeres querían andar a caballo, tenían dos opciones. O se ponían pantalones y montaban como hombres o usaban unos aperos incomodísimos, hechos para no cruzar las piernas sobre el animal. Que, obviamente, debía ser muy dócil porque si no, en una espantada las tiraba al suelo.
A principios del siglo XX y sobre todo en la última parte, el caballo perdió casi toda su utilidad. Los chicos de ahora no los conocen, ya ni siquiera se imaginan que son coboi, montados en palos de escoba. En la Argentina al menos, es un animal usado por los dos extremos de la sociedad y un poquito en el medio también. La gente muy pobre tiene un caballo para llevarle el carrito en el que junta cartones para hacer unos mangos, los ricos los crían para jugar a deporte de príncipes o de reyes, el polo, las carreras. Y también están los que se disfrazan de gauchos y usan sus pashucos para desfiles, como los salteños, que inventaron hasta un apero de patrones palanganas, digno de mostrar a porteños ávidos de color local, cerros y Balderrama a orillitas del canal.
Y nadie más. Pocos chicos van a la escuela de a caballo o en burro, entre otras cosas porque el alambrado de grandes campos, dejó poco espacio para que los pobres del campo tengan uno. Deben comprar el alfa, el maíz, en fin, mantenerlos es muy caro, aún en la campaña santiagueña. Mejor la moto, el auto, el colectivo, la bicicleta.
Ahora que no hay caballos, que finalmente la humanidad se ha desprendido de ellos —para bien o para mal, es otra cuestión— estaría siendo hora de que los hombres, los varones, digo, abandonen el pantalón y vuelvan a la túnica, el vestido, la falda. También las mujeres debieran volver a su tradicional atuendo, ya que estamos.
¿Para qué quiere un tipo usar una prenda que le permite revolear la chunca por encima del lomo de un animal si nunca en su vida lo ha visto en persona y ya ni siquiera sabe nombrarlo? En los tiempos que corren, con semejantes calores, sería más lógico andar por el mundo de falda, con las partes ventiladas, antes que con, un incómodo pantalón, chupín en muchos casos, que comprime los sufridos compagnones, los llena de calor, los mortifica.
¿Usted es de los que sostiene que la Edad Media fue un tiempo funesto para la humanidad? Ahí tiene la oportunidad de sacarle la lengua a esa época y burlarse de los caballeros armados, los reyes, los príncipes de la cristiandad y la mar en coche. ¿Sostiene que es moda lo que no incomoda? Bueno, andar de pollera es lo mismo que salir a la calle en calzoncillos, fresco y natural.
Báh, digo, porque hasta el momento no he probado. Pero no lo descarto. Si adelgazo lo suficiente, un día le robo el batón amarillo a mi mujer y voy al quiosco de la esquina de casa, a ver qué dicen los vecinos.
Y que se haga agua el kibón.
©Juan Manuel Aragón
Muy buena reflexión acerca de los pantalones y su historia!! Jajajaja! Van a pararse a aplaudir los vecinos, si te llegan a ver de batón!! Un abrazo! Linda forma de iniciar el domingo, con toda la buena onda!!
ResponderEliminarDon Juan, le comento que a la noche, en la plaza Libertad, se reúnen algunos chicos y algunos varoncitos andan de faldas. Largo: hasta la rodilla, más abajito, Chanel que le dicen las chicas. Y también he visto en varias revistas que en las "alfombras rojas" de Hollywood y de Londres, los actores van a todo trapo con faldas también. Lindo les queda ooooohhhh... Ya está siendo tiempo que se haga una y haga la punta nomás. Nosotros los seguimos por atrás, con estos calores de Santiago. Lo mejor.
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