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ESCLAVITUD El telefonito de Aristóteles

Aristóteles

El sabio macedonio sigue teniendo valor en las cosas de todos los días, hasta hoy mismo: la justificación de la esclavitud es asunto vigente


Alguna vez se debería escribir un tratado a favor de la antigua esclavitud, institución caritativa que salvaba de la muerte a los pueblos que habían perdido una guerra, a cambio de que trabajaran para los ganadores. Esta relación entre vencedores y vencidos establecía también que el esclavo debía ser fiel a su amo, pero a cambio recibía cama, comida, remedios y a veces hasta un estipendio periódico. Uno de los que hablaron a favor de esta institución del mundo antiguo es, amigos que siguen este folio, el gran Aristóteles, estagirita, sabio de la antigua Grecia nacido en Macedonia, alumno de Platón y maestro de Alejandro Magno.
Hoy los pueblos vencidos sufren crueles castigos, aunque no hayan tenido nada que ver con las atrocidades que cometió su gobierno. La gente es obligada a consumir los productos que fabrican los vencedores, le gusten o no, y debe dejar de fabricar aquello a lo que estaba acostumbrada. Bajo el nombre "royalties" y "patentes", los vencedores esconden la explotación a los perdedores, a quienes además les infligen leyes que los obligan a despojarse voluntariamente de sus recursos naturales. Y por si esto no alcanzara, después los intiman a aplaudir y poner cara de felicidad por la usurpación de la que son objeto.
En caso de pestes o enfermedades, los vencedores abandonan a los vencidos. Y una vez que los recursos naturales se han agotado, los ganadores de la guerra, se van y dejan el campo arrasado, a ver qué hacen esos pobres infelices que alguna vez osaron enfrentarlos.
Hay otras ventajas en la antigua esclavitud, comparada con la moderna, como que los amos se ocupaban de mantener sanos y salvos a sus esclavos, pues los necesitaban, especialmente para tareas manuales. Hoy los modernos amos pagan un salario, muchas veces de miseria absoluta y se desentienden de la suerte de sus esclavos. Si por alguna razón no pueden desempeña más sus tareas habituales, los despiden sin miramientos. En países como la Argentina, los amos fueron muy compasivos con sus esclavos, de tal suerte que muchas veces los cuidaban hasta la ancianidad.
Pero la esclavitud moderna, según se está viendo en los últimos tiempos, es de las peores: la mental, pues obliga a quienes están en esa condición, a pensar de determinada manera, bajo parámetros que, muchas veces son inamovibles y fijos para una amplia mayoría de gente, amos o lacayos. 
Las creencias modernas van desde la creencia ciega en que el bienestar reside en el consumo de cosas de diversa índole, hasta teorías del disfrute eterno, pasando por la felicidad como logro inalcanzable y siempre más allá de lo imposible. Por ellas y para ellas el hombre trabaja como un burro, se desloma, se empecina y, obstinado y tenaz, busca maneras de adjudicarse todos los días un nuevo amo, despótico y cruel.

Leer más: El avestruz no esconde la cabeza, a pesar de que Plinio el Viejo haya dicho lo contrario

La complejidad del mundo actual ha hecho que los hombres lleguen a una servidumbre que es un millón de veces peor que la de los pobres negros norteamericanos del sur, cantando sus blues en inmensas plantaciones de algodón. Ellos por lo menos tenían la esperanza de largarse un buen día, a riesgo de morir en el intento. La actual esclavitud, al ser voluntaria es mucho peor, porque hace olvidar a cada uno cuáles son los lazos que lo unen con el amo. O peor, lo llevan a creer que es su amigo, su benefactor, su protector. Y no lo es. De ninguna manera.
Báh, digo, por ahí está empernado con una tarjeta, o varias, su jefe lo vuelve loco en el trabajo, la señora no deja de embromar por un lavarropas nuevo, quiere cambiar el auto, pero por más que hace números ve que le pasará el año y seguirá con el viejo, la calvicie le avanza y no lo deja dormir tranquilo, los años le pesan en un mundo hecho exclusivamente para la eterna juventud y la mujer de sus sueños es de plástico, prefabricada por los medios para tenerlo siempre insatisfecho y atrozmente onanista.
Descubra usted, si puede, con qué lo esclaviza el mundo de todos los días. Cuando lo tenga claro, para empezar, arroje lejos su telefonito, a ver si así empieza a ser un hombre libre. ¿No puede?, ¿imposible?, ¿de ninguna manera?, entonces deberá seguir trabajando para darle de comer. Lo lamento.
La culpa es de Aristóteles. Si puede, reléalo.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Ciertamente interesante el post. Aunque suene cruel, aquel que tenga mentalidad de esclavo y sea genuflexo ante los poderosos, tiene merecido lo le pasa y recibe.
    "La pobreza material fácilmente se cura; la pobreza de alma, es imposible de curar" – Michel de Montainge.

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  2. En todo de acuerdo. Dolorosamente cierto. Una fotografía comparada . Tan real. Excelente tu mirada Juan

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  3. Son tantas las falsas premisas y las falacias del artículo, que no sabría por dónde empezar. Solo poniendo en contexto el exceso de hipérbole (trabaja coo burro....amo despótico y cruel....un millón de veces peor....) me llevaría el resto del día.
    El sistema laboral argentino me recuerda a aquel viejo chiste del socialismo ruso....."Aquí las autoridades hacen como que nos pagan, y nosotros hacemos como que trabajamos"

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  4. BUENA DESCRIPCIÓN, MAS ESTO NO SERIA POSIBLE SIN LA COMPLICIDAD DE UN GRUPO DE MALDITOS DE ADENTRO.Y NO ES DE AHORA, VIENE DE BIEN LEJOS EN EL TIEMPO.

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