Corral de palos (ilustración nomás) |
Que cuenta lo que le sucede al autor cuando empieza a soñar y se le amuchan las saudades que trae el viento
A veces se surten los recuerdos y quedan los de hace mucho, al lado de uno de hace un rato nomás, se amontonan, después uno se va para otro lado y vuelve, con algún sonido o vaya a saber qué, otra vez en pie, llevando los pensamientos hacia atrás. Hace un rato cantaba una catita en la higuera de la vecina y, ese sonido chillón, hizo disparar la cabeza, a mil años luz de velocidad, a un tiempo que no es —y no será, Dios quiere —nunca más en la vida.Como que muchos años después, supe que a la enfermedad de las vacas que le decíamos “pisota”, en realidad era una epizootia. Me llevó unos días investigarlo en el diccionario de la Real Academia porque buscaba la palabra en la letra “p”. No sé cómo llegué a descubrir que se trataba en realidad de una epidemia que les agarra a los animales, como su nombre lo indica (del griego "epi", por sobre, y "zoo", animal), o sea, pero son como esos diarios del lunes, que uno dice: “Che, por qué no me di cuenta”. Pero ahí estaba la definición: “Enfermedad que acomete a una o varias especies de animales por una causa general y transitoria, y que equivale a la epidemia en el ser humano”.En esta que le digo, que quizás fuera la aftosa, los animales quedaban paralizados, como si se les agarrotaran las manos y las patas, se echaban, no comían ni tomaban agua y al final se morían de hambre y sed. Con lazos y palos tratábamos de salvarlos haciéndolos parar, pero cualquier esfuerzo eran inútil. Para algarabía de la cuervada, se volvían osamenta sin que nadie tuviera cómo hacer algo.
Durante ese verano de un mundo que seguía siendo niño, trabajamos intentando salvar los animales, que se morían irremediablemente. Mi abuelo debe haber perdido esa vez, unas cien vacas, tal vez más. Al año siguiente empezaron todos a vacunar en el pago. Un trabajo enorme vea, porque no era como ahora que las propiedades están alambradas. Los animales andaban al campo, tomaban agua donde había una represa y de vez en cuando debíamos salir a buscarlos porque se habían aquerenciado en otro pago, todo un trabajo que, a decir verdad, nos encantaba, quizás porque éramos de la ciudad y todo ese mundo era un descubrimiento a cada paso.
Por otra parte, cuando llegaron, a las vacunas debíamos llevarlas en el ómnibus, en una conservadora —tenían que estar frías —y luego meterlas en una heladera a kerosén que no siempre funcionaba bien, si se apagaba y las vacunas se calentaban, serían miles de pesos de mi abuelo tirados a la basura.
Para la ocasión el viejo hizo construir un brete en uno de los corrales, porque si no, enlazar y voltear cada vaca para inocularla, oiga, iba a llevar una eternidad de tiempo. Hecho de palos, igual que todos los corrales, aquel brete era una maravilla moderna, tanto que venían paisanos de otros pagos a observarlo y sacar idea. Después vendrían otros, hechos científicamente en la ciudad, en carpinterías especializadas, como los que salían en la revista “La chacra”, pero endemientras, el de casa era la sensación entre los vecinos.
¿Por qué le cuento esto? No sé, a veces me acuerdo de esos tiempos: del camino para llegar, que empezaba a ser de ripio en Clodomira y se hacía de tierra en Uturunco. Cuando bramaba un motor salíamos a ver quién podría ser, porque no eran muy frecuentes los autos en ese pago perdido, a orillas de un mapa de la provincia. De vez en cuando llegaba a casa un carnicero en sulky con la pesada (un poco de blando, puchero y costilla atado con palma, que venía con el precio “amediado”) o pasaba un verdulero con su carrito y las mujeres salían a comprarle semejante tesoro, porque la verdura y la fruta eran muy escasas.
Son recuerdos de saudades que quedaron atrapados quizás en algún algarrobo de aquella casa, con mi abuelo rumbo al calicanto, mi abuela zurciendo camisas bajo las cañas huecas, mis hermanos, chicos y bochincheros. Y mi mamá joven y linda, siempre radiante en sus veinticinco años, edad que nunca la abandonó.
Juan Manuel Aragón
A 3 de junio del 2024, en el Pozo Cincuenta. Aguaitando las palomas.
Ramírez de Velasco®
Buen día amigo. Me gustó lo que contó, pues yo me crié en una estancia , de eso se bastante y aportaré con algo. Un día con el grupo de changuitos encerramos una ternera en el brete que ud cuenta y al que le haga el amor reciviria 70 bolillas japonesas. Uno medio mudo,mudo se animo y en lo mejor de la movida la tambora comenzó a mezquinar y a dar saltos, el mudo se le prendió del cuero y nos decía " tengan, tengan " .
ResponderEliminarSoy pilpinto Santos por si les gustó mi historia de vida.
Muy lindo relato, con hermoso final.
ResponderEliminarLinda historia y con recuerdos de infancia
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