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TELEVISIÓN Sin rencor

Luciendo su anteúltimo color de pelo

Una nota para recordar a uno de quienes envenenó el alma de los argentinos durante más de veinte años

Durante cerca de 20 años ignoró las críticas que sostenían que lo suyo era cancherismo resultadista porteño en polvo. Era el dueño del ráting. Si un programa de televisión de otro canal debía compartir su horario, sabía que perdería, así llevara a Albert Einstein a explicar la Relatividad en lenguaje llano, comprensible y en español.
Hizo de viejas vedettes venidas a menos, árbitros de la política nacional mientras las cámaras enfocaban los glúteos de señoras y señoritas que se prestaban al procaz juego de mostrar hasta la punta del viento del último centímetro de su cuerpo, con tal de seguir estando en el candelero. Sus gritos, sus caras, sus gestos, su pobre vocabulario, la estética de cabaret lo llevaron a la cima de la popularidad en este país. Llegó a comprar un club de fútbol en el exterior, transmitió desde España y se burló de cientos de incautos que cayeron ante sus cámaras sorpresa.
Un rostro de muchacho bueno, hijo de vecino de cualquier barrio del país, lo protegía de todo mal. Periodistas de nota, pensadores de primer orden se dedicaron a calcular, en su tiempo si la final de su programa la ganaría Fulano o Mengano y qué posibilidades tenía cada uno, es decir gente grande, che.
Desde arriba, como un titiritero feliz, él se reía de todos, a las carcajadas. Su voz resonaba en la mayoría de los televisores de Ushuaia a la Quiaca, y medio país se paralizaba para verlo. En las conversaciones en la oficina, en el café, en el colectivo, en la verdulería, en la cola del banco, siempre estaba presente. Era imbatible. “No me importan las críticas, a mí me divierte”, decían mujeres de barrio Norte de Buenos Aires, de Villa Nueva Esperanza en Santiago, de Posadas en Misiones, de Guatraché en La Pampa, y sus maridos también. En una sociedad corrompida y craquelé, lo veían también los chicos, destinatarios también de su humor sin matices, siempre con chistes gruesos, las más de las veces con un doble sentido sexual, obsceno y canfinflero.
Políticos de muchos partidos y de diferentes extracciones, consideraron que para ganar una elección o una vez en el poder, debían ir a su programa y se juntaban con quienes los imitaban, para risa de sus votantes, sin importarles la mofa de que eran víctimas. A algunos los llevó a cielos mucho más altos de los que hubieran podido llegar por sus propios medios, y a otros, que hicieron de la política un servicio y una entrega a la comunidad, los condenó por no conocer sus sagrados códigos.
Los periodistas de la orgullosa Buenos Aires le temían, nunca se animaron a abordarlo por la calle para preguntarle nada, como hicieron con personalidades que quizás merecían no ser molestadas en la vía pública. Quizás tenían miedo a que, desde su altura, y moviendo sus influencias, los fulminase, o tal vez por el respeto debido —o indebido —a quien se cree que es un protegido de los dioses.
Lo malo es que no cayó porque la sociedad al fin se dio cuenta de que lo que ofrecía era humo con colorcitos y algunas pobres mujeres semidesnudas, tampoco porque la mayoría pensó que debía emplear el tiempo en algo mejor, como pasear, conversar en familia, leer o gozar del silencio. Mucho menos porque la sociedad se percató de que sus vacuas palabras encerraban nada más que la trivialidad de un tiempo tirado a la basura.
Lo cierto es que un día perdió porque la moda cambió y no supo qué hacer ni cómo, para ganar plata en ese otro antro, internet, que ahora la gente busca para divertirse, pasar el tiempo, amodorrarse todas las noches en un vano intento de escapar de su realidad, dejarse timar consciente e irresponsablemente.
A nadie alegra observarlo cuando pasea su patetismo con el pelo pintado de colores estridentes, esperando la sonrisa de los grandes, que le devuelven el gesto, sólo por cortesía, sin detenerse mucho en su compañía, porque saben que por el momento es el 48, el muerto que habla.
¿Es posible que resucite, que vuelva a figurar en el candelero como antes? Es posible, y más todavía. Sólo debe hallar el medio que lo lleve a corromper, envenenar, el alma de millones con las carcajadas del estómago, como lo hacían sus compañeras de estudio televisivo, con alguna escena subida de tono y que parezca al mismo tiempo que es para toda la familia.
Si lo logra, es posible que quienes hoy dan vuelta la cara para no quemarse en su compañía, vuelvan a ser sus amigos y suden hasta conseguir una foto con él, la noche de los Martín Fierro. Si no puede volver al estrellato, los únicos que lo recordaremos seremos quienes no fuimos sus admiradores y hasta podría darse que, en un viaje en subterráneo, mientras visitamos la orgullosa Buenos Aires, lo topemos de frente. Yo por lo menos, lo saludaré en grande, si puedo con abrazo y beso, le preguntaré por la familia y hasta quizás le ofrezca unos pesos, porque quienes hemos visto destruir el alma de los argentinos, noche tras noche, año tras año, ¿sabe qué?, al final no somos rencorosos.
Juan Manuel Aragón
A 6 de julio del 2024, en Los Cardozo. Tomando sopa de amchi.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Toda la razon juan no se creo que se quemo solo
    De terror y muy cierto lo que escribes .gracias
    Arq lopez

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  2. Cristian Ramón Verduc6 de julio de 2024, 8:42

    El poder que maneja a la televisión, ha puesto en pantalla un par de cosas más y el tipo ha comenzado a estar de más, por ahora.

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  3. Clarito Juan querido..lucraba con la estupidez y la fomentaba..Severo..

    ResponderEliminar
  4. Por trabajo, en todos esos años me tocó vivir y trabajar en varios países de latinoamérica, en los que se ve televisión argentina y se solía considerar a La Argentina como un país más avanzado y desarrollado.
    En todo ese tiempo se volvió extremadamente difícil explicar a mi país.
    La gente frecuentemente me comentaba en confianza que no podían creer que se hubiera "normalizado" toda esa chabacanería y mal gusto en medios públicos, algo que ningún otro público apreciaría. Se naturalizó de tal manera decir malas palabras fuertes y obscenas,que hoy es moneda corriente en los medios. Eso no se ve en el resto de latinoamérica.
    Todas señales de una sociedad enferma, corrupta y decadente que todavía se sorprende de los funcionarios y políticos que les toca, que son los que produce esa misma sociedad.

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  5. Tengo el honor de no haber visto nunca un programa de ese personaje. Sólo pasar cuando alguien estaba viéndolo y mostrar mi disgusto me generó alguna discusión, pero nada más.

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