Santiago añorado en un Argañarás |
Los músicos intentan complacer a su público más que tocar o cantar lo que les gusta
Una vez vino Eduardo Falú a Santiago a tocar en el teatro 25 de Mayo y mi padre me llevó a oírlo. Luego lo invitaron a la casa del escribano Franklin Ábalos y fue. Contaban que interpretó lo que le gustaba, música de Francisco Tárrega, Fernando Sors, tangos, algo de boleros, un poco de flamenco.
Era niño entonces y le comenté a mi padre. Me explicó que una cosa es lo que le gusta al músico y otra distinta lo que quiere el público. Dijo que seguramente Falú era un exquisito intérprete de la guitarra clásica, pero se ganaba la vida tocando y grabando para muchísima más gente que apreciaba el folklore.
En Buenos Aires vive cerca de un millón de santiagueños. Son quienes recuerdan el ranchito, las cabras, el baile en la enramada, la madre lavando la ropa en el patio de tierra, los pies descalzos, el quebrachal, las catitas. Reclaman un folklore que les recuerde el pago añorado más que el actual, con el que no tienen nada que ver.
Los santiagueños de Buenos Aires quizás quisieran volver al pago para salir a hondear urpilas en el parque Aguirre, jugar al carnaval a la siesta, en la calle, ir a bailar a Dorrego psicodélico, sentarse en Sirocco o el Trust pastelero, saludar a Papilo en la Libertad y Belgrano.
Y como no existe, festejan y hacen exitosos a los folkloristas que recuerdan ese Santiago perdido para siempre. Imagínese un folklorista cantando la Chacarera del Estadio, Zamba de la Avenida de Circunvalación, yaraví del Centro Cultural del Bicentenario. Es muy posible que lo abucheen.
No vayamos tan lejos. Suponga que alguien hace una chacarera que habla de una moza de bar, del colectivero, del empleado municipal, del albañil buscando la porlan: a muchos nos encantaría. Vamos, algunos nos hemos alejado del folklore porque sentimos que es mentira ese mundo de caballos, represas, mujeres llevando agua en la cabeza. Son realidades que ya no existen para la mayoría de los santiagueños que se quedaron en la provincia. Es más, muchos jóvenes de la capital, La Banda, Loreto, Añatuya, Pozo Hondo nunca han visto ordeñar una cabra, no saben lo que es un pashquil, jamás anduvieron en sulky y si les dicen “ensillá el mancarrón”, creerán que es quichua… o alemán.
¿Quiénes valen más, los santiagueños que viven en Buenos Aires, exigiendo a los folkloristas que sigan con la industria de la nostalgia o los que viven en Santiago y piden por favor, algo de realidad en sus letras? Por ahora van ganando los de Buenos Aires, quizás porque tienen más poder adquisitivo, como dicen los economistas. Uno de estos días podría davueltarse la tortilla para componer la chacarera “Remisero de la Santa Rita”, la baguala “Yendo a la escuela en el 120” o el gato “No lo banco a Coó el Guarachero”.
En serio changos, va siendo hora de que modernicen las letras, le compren un lavarropas a la madre y se anoten en una casa de barrio, a ver si así dejan atrás el ranchito. Y las vinchucas.
©Juan Manuel Aragón
Los santiagueños de Buenos Aires quizás quisieran volver al pago para salir a hondear urpilas en el parque Aguirre, jugar al carnaval a la siesta, en la calle, ir a bailar a Dorrego psicodélico, sentarse en Sirocco o el Trust pastelero, saludar a Papilo en la Libertad y Belgrano.
Y como no existe, festejan y hacen exitosos a los folkloristas que recuerdan ese Santiago perdido para siempre. Imagínese un folklorista cantando la Chacarera del Estadio, Zamba de la Avenida de Circunvalación, yaraví del Centro Cultural del Bicentenario. Es muy posible que lo abucheen.
No vayamos tan lejos. Suponga que alguien hace una chacarera que habla de una moza de bar, del colectivero, del empleado municipal, del albañil buscando la porlan: a muchos nos encantaría. Vamos, algunos nos hemos alejado del folklore porque sentimos que es mentira ese mundo de caballos, represas, mujeres llevando agua en la cabeza. Son realidades que ya no existen para la mayoría de los santiagueños que se quedaron en la provincia. Es más, muchos jóvenes de la capital, La Banda, Loreto, Añatuya, Pozo Hondo nunca han visto ordeñar una cabra, no saben lo que es un pashquil, jamás anduvieron en sulky y si les dicen “ensillá el mancarrón”, creerán que es quichua… o alemán.
¿Quiénes valen más, los santiagueños que viven en Buenos Aires, exigiendo a los folkloristas que sigan con la industria de la nostalgia o los que viven en Santiago y piden por favor, algo de realidad en sus letras? Por ahora van ganando los de Buenos Aires, quizás porque tienen más poder adquisitivo, como dicen los economistas. Uno de estos días podría davueltarse la tortilla para componer la chacarera “Remisero de la Santa Rita”, la baguala “Yendo a la escuela en el 120” o el gato “No lo banco a Coó el Guarachero”.
En serio changos, va siendo hora de que modernicen las letras, le compren un lavarropas a la madre y se anoten en una casa de barrio, a ver si así dejan atrás el ranchito. Y las vinchucas.
©Juan Manuel Aragón
Hay de todo en todos los mundos y mundillos. El agujero del mate ha sido ideado hace mucho. Es sólo conocer lo que hay.
ResponderEliminarCuanta razón hay en esta nota. Y esto me recuerda al más grande compositor popular de nuestra tierra, don Ata Yupanqui, quien para componer lo hacía en base a vivencias personales, recorriendo a caballo el norte argentino, pernovtando en ranchos y durmiendo en el suelo, tirado sobre uno cueros, junto a los perros, según él mismo lo reletara. No componía sentado en el patio de la casa mirando una estrellita. Lo hacía a pura vivencias personales, y así nació un hermoso repertorio y fructífero.
ResponderEliminarMe encanta el folkore
ResponderEliminarMe acuerdo muy bien ese día, cuando Eduardo Falu, tocó la guitarra en la casa de mis padres, después de tocar en el teatro
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