Belgrano en su caballo entero |
Algunas veces la conversación en las confiterías de Santiago se pone picante, aunque usted no lo crea
“La esclavitud fue un gran paso en la historia de la humanidad”, larga en la mesa del Barquito, Cacho Gómez. “¡Eh!, no digas eso”, le responde Albertito, pero el resto ni lo mira. Los muchachos saben que Cacho siempre lanza algún bolazo, esperando que alguien pique y trenzarse en una discusión de las buenas.
—Está bien que te guste provocar, pero no puedes decir eso, es casi un pecado— suelta Albertito, creyendo que todo va a quedar ahí nomás.El otro está serio, observa al resto, como si preguntara: ”¿No es evidente lo que digo?”. Pero siguen sin mirarlo, saben la que se viene y prefieren quedarse callados, además, justo en ese momento está pasando una morocha por la vereda. Mirá si van a preferir una discusión, antes que disfrutar del paisaje.Cacho sigue:
—Suponte que hay una guerra contra el Uruguay.
—Ahá— dice el otro.
—Y ganamos…
—… ¿eso qué tiene que ver?
—Buéh, este también. ¿A la final, quieres que te diga por qué era buena la esclavitud o no?
—A ver, decime.
—Bueno, suponé que ganamos la guerra y medio Uruguay queda para nosotros. ¿Qué hacemos con los uruguayos?
—Les quitamos las casas y solucionamos el problema de la vivienda en la Argentina— se mete Perico.
Entonces arremete Cacho de nuevo:
—Les quitamos las casas, sí, pero, ¿qué hacemos con los uruguayos?
—Que se caguen por infelices, para qué nos han provocado— vuelve Perico a la carga.
Ahí aprovecha Cacho para lanzar una estocada.
—¿Ves?, eso es lo que digo. Con la mentalidad actual, si ganamos los condenamos a vivir en la calle. En la antigüedad, en cambio, los convertían en sus esclavos, les daban cama y comida, si se enfermaban los curaban…
—… por interés, para que laburen— acota Albertito, que cree haberlo pescado al otro.
—Por lo que fuera— retruca Cacho —pero ustedes quieren que se caguen, mientras los salvajes de antes los mantenían vivos, sanos y bien comidos para que rindieran en el trabajo.
—Pero, vos habías sabido estar muy loco. Capaz que ahora dices que estás de acuerdo con la trata de esclavos de la actualidad.
Cacho está embalado, pero tranquilamente le dice:
—Insultá lo que quieras, pero vos sos el que acepta la esclavitud moderna.
—¿Yo?, a ver, explícame por qué—lo reta el otro.
Los demás ahora se hacen de mirar para otro lado, pero están bien atentos a la discusión.
—Si me das dos minutos sin interrumpirme, sólo dos minutos, te lo explico.
—¡Meta!, ¡a ver!
—Por hache o por bé, los gremios nacionales de casi todos los rubros, acuerdan con las patronales, un salario que siempre está cerca de la línea de la pobreza. A los que arreglan por sueldos que están muy por arriba de eso los critican ferozmente, les dicen hijos de puta, como a los camioneros, los petroleros. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, pero no sé dónde quieres ir—balbucea Albertito, sabiendo por dónde viene la mano.
Entonces el otro lanza sus estocadas finales:
—Varios gremios de Santiago, no quiero decir todos, pero sí muchos, hacen la vista gorda, por unos sucios pesos, cuando las patronales pagan la mitad del salario y exigen jornadas de extenuantes 10 o más horas de trabajo— ahora todos prestan atención a la conversación —y esos empleados y obreros, preferirían mil veces ser esclavos para tener un plato de comida decente, en lugar de matarse por la mitad de un salario de hambre.
—Bueno, pero…— alcanza a murmurar Albertito.
—Y todavía los verduguean con macanas como “hay que ponerse la camiseta de la empresa”, “cuando las cosas mejoren los vamos a tener en cuenta”, “este mes has llegado tarde y sólo te he descontado el 30 por ciento del sueldo”, “¿vos crees que me gusta pagarles una miseria?”, “el negocio no está dando”, “te quisiera ver en mi lugar”, ”en Tucumán pagan mejor pero tienen más clientes”, “no te quejes, porque tienes las propinas”, “agradecé que te doy trabajo”, ”¿para qué quieres estar en blanco?”.
Reacciona Perico:
—Hay otra que es genial, esta la oí yo, con estas dos orejas fieras que tengo: “Si el barco de la empresa se hunde, ustedes se van a ahogar primero porque van abajo, yo voy a viajar en los camarotes de arriba”.
—Pero, eso es de negreros— afirma Albertito.
Entonces Cacho lanza su puñalada final:
—¿Has visto que tenía razón?
El general Belgrano sofrena su cojudo de bronce en el centro de la plaza Libertad. Quizás sonríe, pero es una mueca triste, ¿ha visto?
—Suponte que hay una guerra contra el Uruguay.
—Ahá— dice el otro.
—Y ganamos…
—… ¿eso qué tiene que ver?
—Buéh, este también. ¿A la final, quieres que te diga por qué era buena la esclavitud o no?
—A ver, decime.
—Bueno, suponé que ganamos la guerra y medio Uruguay queda para nosotros. ¿Qué hacemos con los uruguayos?
—Les quitamos las casas y solucionamos el problema de la vivienda en la Argentina— se mete Perico.
Entonces arremete Cacho de nuevo:
—Les quitamos las casas, sí, pero, ¿qué hacemos con los uruguayos?
—Que se caguen por infelices, para qué nos han provocado— vuelve Perico a la carga.
Ahí aprovecha Cacho para lanzar una estocada.
—¿Ves?, eso es lo que digo. Con la mentalidad actual, si ganamos los condenamos a vivir en la calle. En la antigüedad, en cambio, los convertían en sus esclavos, les daban cama y comida, si se enfermaban los curaban…
—… por interés, para que laburen— acota Albertito, que cree haberlo pescado al otro.
—Por lo que fuera— retruca Cacho —pero ustedes quieren que se caguen, mientras los salvajes de antes los mantenían vivos, sanos y bien comidos para que rindieran en el trabajo.
—Pero, vos habías sabido estar muy loco. Capaz que ahora dices que estás de acuerdo con la trata de esclavos de la actualidad.
Cacho está embalado, pero tranquilamente le dice:
—Insultá lo que quieras, pero vos sos el que acepta la esclavitud moderna.
—¿Yo?, a ver, explícame por qué—lo reta el otro.
Los demás ahora se hacen de mirar para otro lado, pero están bien atentos a la discusión.
—Si me das dos minutos sin interrumpirme, sólo dos minutos, te lo explico.
—¡Meta!, ¡a ver!
—Por hache o por bé, los gremios nacionales de casi todos los rubros, acuerdan con las patronales, un salario que siempre está cerca de la línea de la pobreza. A los que arreglan por sueldos que están muy por arriba de eso los critican ferozmente, les dicen hijos de puta, como a los camioneros, los petroleros. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, pero no sé dónde quieres ir—balbucea Albertito, sabiendo por dónde viene la mano.
Entonces el otro lanza sus estocadas finales:
—Varios gremios de Santiago, no quiero decir todos, pero sí muchos, hacen la vista gorda, por unos sucios pesos, cuando las patronales pagan la mitad del salario y exigen jornadas de extenuantes 10 o más horas de trabajo— ahora todos prestan atención a la conversación —y esos empleados y obreros, preferirían mil veces ser esclavos para tener un plato de comida decente, en lugar de matarse por la mitad de un salario de hambre.
—Bueno, pero…— alcanza a murmurar Albertito.
—Y todavía los verduguean con macanas como “hay que ponerse la camiseta de la empresa”, “cuando las cosas mejoren los vamos a tener en cuenta”, “este mes has llegado tarde y sólo te he descontado el 30 por ciento del sueldo”, “¿vos crees que me gusta pagarles una miseria?”, “el negocio no está dando”, “te quisiera ver en mi lugar”, ”en Tucumán pagan mejor pero tienen más clientes”, “no te quejes, porque tienes las propinas”, “agradecé que te doy trabajo”, ”¿para qué quieres estar en blanco?”.
Reacciona Perico:
—Hay otra que es genial, esta la oí yo, con estas dos orejas fieras que tengo: “Si el barco de la empresa se hunde, ustedes se van a ahogar primero porque van abajo, yo voy a viajar en los camarotes de arriba”.
—Pero, eso es de negreros— afirma Albertito.
Entonces Cacho lanza su puñalada final:
—¿Has visto que tenía razón?
El general Belgrano sofrena su cojudo de bronce en el centro de la plaza Libertad. Quizás sonríe, pero es una mueca triste, ¿ha visto?
©Juan Manuel Aragón
Este escrito no lo comentan tus amigos empresarios che Aragon, porque sera
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