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El cabo Paz |
Por Alfredo Peláez
Desde siempre, nadie sabe decir exactamente hace cuánto tiempo, cada santiagueño duerme religiosamente su siesta para descansar después del almuerzo. No sabe por qué, pero la siesta es algo que se ha hecho sistemático al modo de ser del santiagueño, está incorporado a su modus vivendi. Por decreto se dispuso, si es santiagueño se hace siesta.Pero hace 88 años, un día nadie durmió la siesta en Santiago del Estero. Un desprevenido seguramente dirá: "Algo malo tiene que haber pasado". Fue un 9 de enero de 1935. Hacía un calor insoportable, como 50 grados a la sombra o más. Ese día nadie durmió la siesta. Toda la gente estaba en la calle desde la mañana.El epicentro era el Regimiento 18 de Infantería. El hecho en cuestión fue el fusilamiento del cabo del Ejército Luis Leónidas Paz, pena que le impuso un Consejo de Guerra porque Paz mató a su superior, el mayor Carlos Sabella. La condena a muerte generó protestas en todo el país y en especial en Santiago del Estero, donde el día de la ejecución el comercio cerró sus puertas.Todo el mundo esperaba que el presidente, Agustín Pedro Justo indultara a Paz. “A la 1 de la tarde aún no había noticias, la ansiedad continuaba, pues se vencía la hora señalada para el fusilamiento. Poco después de las 2 de la tarde se anunció, sin confirmación primero y oficialmente luego, la ejecución del cabo Paz. Tenía 28 años. Era santiagueño, aunque su familia era de origen catamarqueño, y muy popular entre la gente por su actuación como jugador de fútbol en el Club Atlético Santiago.
El arresto que le imponía Sabella dañaba su carrera. Lo iba a postergar en el ascenso, y justo cuando tenía pensado casarse con su novia, Zoila Ledesma. Con tres intentos de solicitar la revisión de la sanción ignorados con aspereza por Sabella, Paz se desconsoló y descargó seis tiros en el cuerpo de Sabella. Fue detenido y se constituyó un Consejo de Guerra especial que lo condenó a muerte.
Un grupo de soldados, entre los que viajaban Sabella y Paz, acababa de volver de Tartagal, en tren donde estaba apostado en previsión de la posible escalada de violencia por la guerra entre Bolivia y Paraguay. Sabella, había prescindido del cocinero, de apellido Sierra, por reiterados incumplimientos. Le ordenó a Paz que lo bajara del tren, pero Paz apiadado no lo hizo. Cuando llegaron a Santiago, Sabella vio que Sierra se apeaba del tren. Indignado le aplicó, diez días de arresto. La sanción enfureció a Paz, pues la consideró injusta.
El 2 de enero, Paz pidió una entrevista con Sabella, para disculparse, pero el oficial se negó. Insistió y —fastidiado— el mayor ordenó su arresto. Pero antes de cumplirse la orden, en rápida reacción se escabulló, entró al comedor e hizo un disparo, para que los oficiales que flanqueaban al otro se apartaran. Ahí nomás apuntó a la cabeza de Sabella y le apagó cinco balazos.
La apelación ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina tuvo un resultado adverso y se confirmó la sentencia para el 6 de enero.
El anuncio de la terrible condena indignó a la población santiagueña. El pueblo se solidarizaba con Paz. Les despertaba simpatía por santiagueño, por deportista y por buena persona. Cuando administraba el rancho, se las arreglaba para repartir el sobrante de comida entre la gente que se acercaba al cuartel.
Muchos años después, Julio César Castiglione, quien fuera uno de los propietarios del diario El Liberal, contó: “En ese tiempo, tenía ocho años, vivía en la avenida Belgrano 632. La casa de mis padres estaba pegada a la ferretería de la Casa Bonacina, tenía rejas metálicas, como los tres balcones que daban a la calle y la puerta era de hierro. Recuerdo con alguna vaguedad que estaba en el patio, supongo serían aproximadamente las 4 o cinco de la tarde, cuando sentimos el grito de la multitud que avanzaba.
“Mi padre, que seguramente estaba prevenido, había cerrado con llave la puerta de calle y puesto el cerrojo a un portón que daba a un callejón conducente al garaje donde guardaba el automóvil. Como el griterío era ensordecedor y creo se habían detenido frente a casa y tirado cascotes, mi padre hizo disparos al aire con un revolver y la gente se dispersó.
Los recuerdos son vagos, pero nunca los perdí y eso me movió a escribir esta nota, que refleja un acontecimiento tan importante de mi niñez.
La orden se cumplió a las 2 y 5 de la tarde del 9 de enero de 1935.
©Ramírez de Velasco
Muy bueno, lo de rescatar esas imágenes de nuestra historia. Tengo también algunos detalles que solía narrarme mi padre, quien en ese momento tenía 14 años y vivía a una cuadra del Regimiento 18 de Infantería.
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