Ir al contenido principal

BISABUELO Enanos de jardín

La familia de antes

A quienes pretenden que no se tiren abajo las casas viejas de Santiago, el consejo es que las compren y las conserven como quieran


Aviso para los que quieren conservar Santiago como era antes, con sus comercios, sus casas antiguas, sus patios enormes, sus frescos zaguanes, su fondo con limoneros. Cómprenlas y déjenlas tal cual, no las cambien, instalen las momias de sus viejos habitantes, lleven de nuevo a los niños que antes fueron, hagan que por la puerta pasen las marchantas con gallinas vivas, algarroba, tortilla al rescoldo, tamales, huevos caseros, mandarinas robadas en fincas de La Banda.
Compren todas las casas del centro si quieren, nadie se opone ni los detiene, son dueños. Píntenlas del color que más le guste, barnicen sus puertas, instalen camas de bronce y pongan pelelas debajo de cada una, conserven el baño con inodoro y cadena, bañera con pie, espejos biselados, máquinas de afeitar a puro yilé y bidet marca “Pescadas”, celeste y bien visible. Pongan macetones inmensos con amarantas en los patios, un toldo verde en cada uno y enanos de jardín escondidos tras los granados y una diamela adornando la puerta de entrada.
No se olviden del comedor con gran mesa cubierta con mantel verde de hule duro y en el medio un centro de mesa con bananas, manzanas y uvas de vidrio, instalen un televisor blanco y negro con agujas de tejer plantadas en una papa, así captan bien la señal de Canal 7 y lo ven a Rogelio Jorge en sus maravillosas y nunca bien ponderadas peroratas filosóficas o disfrutan de El Zorro a las 6 de la tarde y la señal de ajuste a la medianoche, después de las boludeces alegres del cura José Ceschi, ¡ay!, los modernos franciscanos.
Vuelvan a la gran sala con enormes alfombras y una araña de ocho mil cristales mirando todo desde arriba, ceniceros de bronce, lámparas antiguas que están en la familia desde principios del 1900, sillones dorados, una mesa ratona poblada de macanitas acumuladas en cien viajes a las sierras de Córdoba o a Mar del Plata y el gran cuadro del bisabuelo presidiendo las reuniones familiares.
Repitan la operación en las ciento y pico de casas que quedan en Santiago, pero no vayan a vivir a una de ellas, quédense en sus barrios cerrados, en sus fincas del sur de la ciudad, en la tranquilidad de los algarrobos y chañares alejados en que viven, apartados de la chusma que todos los días invade el centro, se mete en las tiendas, repta por las calles peatonales, hace fila para comprar panchúquer, pregunta precios en las galerías, atruena con sus motocicletas por la Pellegrini, invade las confiterías, hace mear a los chicos detrás de cualquier auto y pasea sus pantalones rotos o mueve el culo en calzas que muestran desaforadas, intimidades remotas de gordas de guiso carrero, queso y dulce de batata.


Intenten detener el tiempo atesorando ladrillos viejos de casas con tirantes podridos, oxidados techos de chapas agujereadas, puertas sacadas de quicio, plantas naciendo en el dormitorio que era de los principales, un colchón de lana viejo terminándose de podrir en el segundo patio, botellas de ginebra Llave vacías y varias colonias de ratas, ya famélicas de hambre y tedio porque no hallan qué comer en semejante desolación, esperando que termine el juicio de sucesión para ser desalojadas definitivamente por los dueños, seguramente nuevos ricos de los últimos tiempos. Venidos a más quién sabe cómo, esa gente de ahora que todo lo destruye y nada respeta.
Si añoran una casa en que luego se levantó un edificio de departamentos, compren cada uno de ellos, volteen la construcción y reconstruyan el pasado que tanto los atrapa y los desvela, fantasmas de un inolvidable pasado que quedó encerrado en viejas habitaciones con perfume a naftalina a fuegos de los infiernos de las siestas de antes, de camisón, sudor y Rosario, con las puertas trancadas en el sopor de cuarenta grados a la sombra.
Gasten su plata como quieran. Nadie se opone si desean volver al Santiago de hace cincuenta o cien años. Pero, por favor, no le pidan al Estado que les conserve sus recuerdos particulares, no es su función velar por las ilusiones, las efemérides, las saudades de cada uno. No tiene por qué lidiar con sus tilinguerías de niños ricos.
El que quiera vivir en el pasado de las cosas materiales, que las adquiera de su propio bolsillo y las haga funcionar. Si quiere el Rambler del padre, la máquina de coser Singer de la abuela, que los compre, si añora dar vueltas del perro en la plaza Libertad, sigue estando en el mismo lugar para que saque surcos profundos a las baldosas que van de la Catedral al Jockey Club por la vereda de allá o la de este otro lado, nadie los ataja, nada lo impide. Quién lo va a frenar si hace su santa voluntad y se la banca.
Pero recuerde también que nada hay más ilusorio que el pasado, un artificio de la mente que hace caminar para atrás a los disconformes con el mundo actual, porque no les hicieron el lugar que creían que les correspondía. Si no le gustan los altos edificios que levantaron en el último tiempo, si odia la modernidad allá usted, nada le impide abandonar la heladera, hacer charqui en el fondo, matar y pelar pollas de su gallinero y tomar agua del tinajón, refrescado a fuerza de sapos, oscuridad y telarañas de un tiempo que no es y no será nunca más.
Cuando quiera volverse a su finca de alfalfa, entre Clodomira y Condorhuasi, enfile tranquilo nomás, en el sulky, por la Libertad rumbo al río. Le cuento, hay una parte cortita para vadearlo tranquilo. No se olvide de llevar cantimplora con agua para el camino, sombrero de paja, alpargatas Rueda Luna y grasa de iguana comprada en la parte de arriba del mercado, ideal para las picaduras de víboras o el ataque de hígado
©Juan Manuel Aragón
De Santiago, a 31 de agosto del 2023

Comentarios

  1. Pensándolo bien , me quedo en El Come Anca y sigo contando cuentos, mitos y leyendas. Gracias Juan por hacerme reflexionar.

    ResponderEliminar
  2. Genial reflexión, Juan Manuel. Disfruté de esa etapa y de cada uno de los elementos de la.lista. todos pertenecen a una etapa que, por bien vivida que estuvo, no necesito repetirla. El mundo de hoy es mucho mejor, y si uno se queda con la nostalgia se le pasa el presente sin disfrutarlo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares (últimos siete días)

FÁBULA Don León y el señor Corzuela (con vídeo de Jorge Llugdar)

Corzuela (captura de vídeo) Pasaron de ser íntimos amigos a enemigos, sólo porque el más poderoso se enojó en una fiesta: desde entonces uno es almuerzo del otro Aunque usté no crea, amigo, hubo un tiempo en que el león y la corzuela eran amigos. Se visitaban, mandaban a los hijos al mismo colegio, iban al mismo club, las mujeres salían de compras juntas e iban al mismo peluquero. Y sí, era raro, ¿no?, porque ya en ese tiempo se sabía que no había mejor almuerzo para un león que una buena corzuela. Pero, mire lo que son las cosas, en esa época era como que él no se daba cuenta de que ella podía ser comida para él y sus hijos. La corzuela entonces no era un animalito delicado como ahora, no andaba de salto en salto ni era movediza y rápida. Nada que ver: era un animal confianzudo, amistoso, sociable. Se daba con todos, conversaba con los demás padres en las reuniones de la escuela, iba a misa y se sentaba adelante, muy compuesta, con sus hijos y con el señor corzuela. Y nunca se aprovec...

IDENTIDAD Vestirse de cura no es detalle

El perdido hábito que hacía al monje El hábito no es moda ni capricho sino signo de obediencia y humildad que recuerda a quién sirve el consagrado y a quién representa Suele transitar por las calles de Santiago del Estero un sacerdote franciscano (al menos eso es lo que dice que es), a veces vestido con camiseta de un club de fútbol, el Barcelona, San Lorenzo, lo mismo es. Dicen que la sotana es una formalidad inútil, que no es necesario porque, total, Dios vé el interior de cada uno y no se fija en cómo va vestido. Otros sostienen que es una moda antigua, y se deben abandonar esas cuestiones mínimas. Estas opiniones podrían resumirse en una palabra argentina, puesta de moda hace unos años en la televisión: “Segual”. Va un recordatorio, para ese cura y el resto de los religiosos, de lo que creen quienes son católicos, así por lo menos evitan andar vestidos como hippies o hinchas del Barcelona. Para empezar, la sotana y el hábito recuerdan que el sacerdote o monje ha renunciado al mundo...

SANTIAGO Un corazón hecho de cosas simples

El trencito Guara-Guara Repaso de lo que sostiene la vida cuando el ruido del mundo se apaga y solo queda la memoria de lo amado Me gustan las mujeres que hablan poco y miran lejos; las gambetas de Maradona; la nostalgia de los domingos a la tarde; el mercado Armonía los repletos sábados a la mañana; las madrugadas en el campo; la música de Atahualpa; el barrio Jorge Ñúbery; el río si viene crecido; el olor a tierra mojada cuando la lluvia es una esperanza de enero; los caballos criollos; las motos importadas y bien grandes; la poesía de Hamlet Lima Quintana; la dulce y patalca algarroba; la Cumparsita; la fiesta de San Gil; un recuerdo de Urundel y la imposible y redonda levedad de tus besos. También me encantan los besos de mis hijos; el ruido que hacen los autos con el pavimento mojado; el canto del quetuví a la mañana; el mate en bombilla sin azúcar; las cartas en sobre que traía el cartero, hasta que un día nunca más volvieron; pasear en bicicleta por los barrios del sur de la ciu...

FURIA Marcianos del micrófono y la banca

Comedor del Hotel de Inmigrantes, Buenos Aires, 1910 Creen saber lo que piensa el pueblo sólo porque lo nombran una y otra vez desde su atril, lejos del barro en que vive el resto Desde las olímpicas alturas de un micrófono hablan de “la gente”, como si fueran seres superiores, extraterrestres tal vez, reyes o princesas de sangre azul. Cualquier cosa que les pregunten, salen con que “la gente de aquí”, “la gente de allá”, “la gente esto”, “la gente estotro”. ¿Quiénes se creen para arrogarse la calidad de intérpretes de “la gente”? Periodistas y políticos, unos y otros, al parecer suponen que tienen una condición distinta, un estado tan sumo que, uf, quién osará tocarles el culo con una caña tacuara, si ni siquiera les alcanza. Usted, que está leyendo esto, es “la gente”. Su vecino es “la gente”. La señora de la otra cuadra es “la gente”. Y así podría nombrarse a todos y cada uno de los que forman parte de esa casta inferior a ellos, supuestamente abyecta y vil, hasta dar la vuelta al m...

CONTEXTO La inteligencia del mal negada por comodidad

Hitler hace el saludo romano Presentar a Hitler como enfermo es una fácil excusa que impide comprender cómo una visión organizada del mundo movió a millones hacia un proyecto criminal De vez en cuando aparecen noticias, cada una más estrafalaria que la anterior, que intentan explicar los horrores cometidos por Adolfo Hitler mediante alguna enfermedad, una supuesta adicción a drogas o un trastorno psicológico o psiquiátrico. Sus autores suelen presentarse como bien intencionados: buscan razones biológicas o mentales para comprender el origen del mal. Sin embargo, esas razones funcionan, en cierta forma, como un mecanismo involuntario o voluntario quizás, de exculpación. Si hubiese actuado bajo el dominio de una enfermedad que alteraba su discernimiento, los crímenes quedarían desplazados hacia la patología y ya no hacia la voluntad que los decidió y la convicción que los sostuvo. En el fondo, ese gesto recuerda otros, cotidianos y comprensibles. Ocurre con algunas madres cuando descubre...