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Médicos de antes, operando |
Los médicos de un hospital se desesperaron pues no conocían el origen de los misteriosos vómitos de un paciente
La historia ha sido contada otras veces, incluso alguien escribió un cuento y ganó un premio, por lo que, para muchos, lo que sigue no será una novedad. De todas maneras, siguiendo los consejos televisivos de la diva gastronómica Mirtha Legrand, el público se renueva, por lo que preciso narrarla una vez más. Se basa en un hecho real. Sucedió porque uno no aprobó debidamente su escuela primaria o, mejor dicho, pasó de grado si tener los conocimientos mínimos necesarios.El mundo antiguo no conocía los telefonitos de mano, qué va, ni siquiera los soñaba en sus pesadillas más locas, eran impensadamente modernos, de una ciencia ficción que ningún escritor hubiera imaginado ni siquiera de lejos.Ahora cualquiera larga un bolazo: “Estuve en la casa que habitó San Martín cuando estaba en Méjico”, como dijo un encumbrado político de la década del 70 y el 80 de Santiago. Y usted, su vecino y todos, toman el telefonito, le consultan y al acto les avisa que José de San Martín, el Libertador de tres naciones, jamás pisó suelo azteca.
Con el telefonito se pagan cuentas, se llama un taxi, se rinde un examen, se miran y se toman fotografías, se consulta el menú de un bar, se compran entradas para asistir a un concierto de música de Mozart o ir a la cancha a ver un partido de fútbol, se pide un sanguche, se dan condolencias a los familiares por la muerte de un ser querido, se lee el diario, se consultan apuntes de estudios, se observa si hay ladrones en la casa y se avisa a la policía, se conversa cara a cara con un primo que vive en Estambul como si viviera a la vuelta, se hacen ofertas en una subasta de arte, de vacas o de estampillas, se pregunta qué lleva una empanada árabe, se averigua el estado bancario de un posible deudor, se deja una novia y hasta se consigue otra. En fin, es casi infinito lo que hace el aparatito que quizás usted está mirando en este mismo momento.
El celular también permite en ciertos casos, que la gente no necesite ir al médico. Si le duele la garganta, agarra el teléfono, se toma una foto, la manda al médico y al rato el otro le dirá: “Son anginas, tomá tal remedio”. Hay sitios de internet en los que alguien escribe sus síntomas y ahí nomás tiene la respuesta: “Usted tiene tal cosa”. No se está diciendo con esto que los médicos pueden ser remplazados por una máquina, nada que ver, pero sí que a veces su trabajo se puede hacer mucho más fácil, más sencillo. Mejor, dicho, lo que sigue no habría sucedido, si hubieran existido los telefonitos de mano con computadora incluida.
Los médicos del hospital cambiaban de guardia todos los días, casi de manera rutinaria, como en todas partes. Leían las historias clínicas de los pacientes para interiorizarse de su evolución y se aprestaban a pasar la jornada junto a ellos. Una de esas historias llamó la atención del médico que recién entraba en servicio. En una parte decía; “Vómitos de Haller”. Intrigado, fue a preguntar a un colega si conocía esa enfermedad, ese síntoma, si lo había sentido nombrar. Y no, el otro no sabía nada.
Mandó a un enfermero a su casa a buscar una enciclopedia médica, pero tampoco estaban los “Vómitos de Haller”. Trató de hablar con el que había escrito el informe, pero no contestaba el teléfono. Entonces fueron en consulta al director del hospital para saber qué hacían. El director se mostró perplejo: médico con varias décadas ejerciendo el noble oficio de curar, esa enfermedad, ese mal se le había pasado por alto.
Ya era más de media mañana, el paciente por suerte no había tenido de nuevo un episodio como el descrito en la historia clínica, cuando hallaron, al fin, al médico que había escrito el informe y lo llamaron de urgencia al hospital. Llegó tranquilo, como Juan por su casa. Le mostraron lo que había escrito. Se sonrió y dijo:
—Dice "vómitos de ayer".
Los médicos antiguos eran hijos de escuelas primarias de excelencia, pero a más de una maestra se le solía escapar un pésimo. Este fue el caso.
Consta en los anales de la medicina santiagueña como el caso de la enfermedad inexistente que movilizó a todo un hospital en la búsqueda de uno que se había recibido de médico, pero seguía con la ortografía chinguiada.
©Juan Manuel Aragón
A 22 de enero del 2024, en la Curva de Trujillo. Jugando al carnaval
Jajajsjjaajjja
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarOtro conocido le receta a una mujer un tratamiento y el marido preocupado al ver que no volvia salió a buscarla. La encontró sentada en la vereda agotada y el marido asustado le preguntó cuál fue el diagnóstico. Le dijo que tenía que tomar unas pastillas pero en la farmacia no le dieron todas. Y ella se puso a buscar la que faltaba y en ninguna farmacia había. Hasta que alguien le dijo Ud que entendió Sra? Debe tomar las pastillas en la merienda. Hasta la noche iba a seguir preocupada que no tenian la mirinda
ResponderEliminarMiu bueno.
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