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CUARESMA El Malo andaba en el asado

Asado

Cómo hacía el Diablo para visitarnos cada Viernes Santo de la infancia, en un pago perdido al que nos llevaba mi madre esos días


El Diablo nos visitaba los Viernes Santos de la infancia, andaba suelto en el patio de piso de ladrillos, de aquella casa que se ríe joven en el recuerdo. Tenía la forma del humo que salía de la cocina del fuego, con aroma a asado, el ruidito de la carne crepitando, los chorizos hirviendo en su propia grasa, los chunchulis que había sido puestos con anticipación, para que se fueran haciendo despacito.
No era él quien hablaba, era el Diablo el que nos decía: “Vení, comé, no te va a pasar nada”. Éramos chicos, imagínese, el menor tenía cuatro o cinco años y yo, el mayor, andaba por los trece o catorce. Nos ponía a prueba, nos mostraba el camino. En el fondo, pienso que mi tío se habría desilusionado si le hubiéramos aceptado. Quizás lo hacía inocentemente, como una burla a la hermana que seguía creyendo.
En el aire flotaba una promesa, si uno come, todos comen, bastaba uno solo para que también aflojara el resto. Mi madre preparaba una polenta así nomás, o arroz hervido, o fideos con aceite.
Nosotros, chicos, nos dábamos cuenta de que, si Nuestro Señor Jesucristo había muerto en la cruz, pudiendo haberse salvado con solo pedírselo al Padre, con un chasquido de los dedos, nosotros también podríamos. Pero, no era fácil con ese olorcito, ese aroma que encerraba la caña hueca en el patio de paredes blancas que todavía hoy podríamos recorrer con los ojos vendados, si volviéramos, claro.
Callaban los compañeros de trabajo del pariente, hombres rudos, fuertes, trabajadores del ingenio, quizás ellos habían aflojado también. Porque, aunque sea por superstición, sabían que aquel día es el único del año en que no está permitido comer carne de vaca. Pero, ya se sabe, hay veces que la tropa manda más que cualquier cosa.
Mi madre ni siquiera estaba de acuerdo con esas empanadas de vigilia y otras exquisiteces que se cocinaban en algunas casas los viernes de Cuaresma, como abstinencia. ¿No decían que en esos días se debía hacer un sacrificio?, entonces la comida tenía que ser sin carne, pero no un manjar, sino que fuera una más, y poquita. Tampoco desquitarse los sábados con un bife con papas: “Así no vale”, decía.
Hoy el Papa pide que se coma carne los viernes de Cuaresma, el Viernes Santo y cualquier día, porque dice que hay gente que hace ayuno y abstinencia y lo mismo peca contra el prójimo. Pobre tipo, las ideas del mundo o los jesuitas, esos negros maestros del engaño, la simulación, la hipocresía, le han mortificado del todo la cabeza. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Tal vez no sabe que los pecados contra uno mismo quizás son peores que los que se cometen contra los demás.
¿No dice el Evangelio “ama al prójimo como a ti mismo”? A pesar del amor que uno tiene consigo, son especialmente graves los pecados que se cometen contra el propio ser, hacia uno. ¿Porque peco contra mis hermanos debo comer carne los viernes? Digo, en aquellos tiempos, la gente del pago, el día que fue clavado en la cruz, los paisanos no tomaban cuchillo para matar animales o comer lo que fuere. Ni hacha ni machete.
La radio pasaba música sacra. Oiga, la música sacra era música sacra, no Fausto Papetti. No salía nadie de las casas, las calles eran un desierto, las madres rezaban el Rosario Davídico, por los hijos, por los hermanos, por el marido, por las intenciones del Papa. Era en serio la cosa.
El Viernes que habíamos muerto a Nuestro Señor, lo habíamos escupido, escarnecido, ofendido, le habíamos puesto una corona de espinas, andábamos tristes, acongojados, apenados, avergonzados de las veces que lo habíamos hecho. No es que anduviéramos solamente sufriendo por no comer carne, era lo de menos.
Mi madre nos había enseñado a reflexionar sobre aquello, para que supiéramos que todo tenía un fin, un para qué. Por eso no poníamos los codos en la mesa, para no molestar al vecino, por eso subíamos las escaleras por detrás de las mujeres y las bajábamos delante de ellas, para que, en todo caso, se cayeran encima nuestro, por eso mirábamos a los ojos al saludar a la gente, para mostrar franqueza, por eso no hacíamos ruido al tomar la sopa, para no molestar a los demás, por eso no decíamos “provecho” cuando otros comían, porque es innecesario. Con mucha más razón en la religión.
Esos tipos duros que caían al pago, digo, curtidos, fuertes, algunos apenas con tercer grado cursado y mal aprobado, nos miraban con respeto, aunque no lo supiéramos. Y cada uno, en su corazón, esperaba que no aflojemos. Quizás recordaban a sus hijos, en un barrio cerca del ingenio, haciendo lo mismo que nosotros, comiendo fideo hervido porque ese día no era para ofender a Diosito haciendo cualquier cosa.
Con el tiempo, quizás alguno de los hermanos aflojó o no le importa o lo hace por alguna superstición social, (pero no lo creo), eso no impide que el resto lo siga haciendo por convicción cristiana, aunque sea porque valgan las lecciones de nuestra infancia.
¿Cuál fue la enseñanza que quedó? La primera es el saber que no nos hace mejores el hecho de no comer carne los viernes, jamás sentimos una palabra de reproche de mi madre hacia el hermano ni de felicitación por haberlo desoído. Las buenas obras, deben quedar ocultas a los ojos de los demás, nadie se debe enterar de la limosna, de la mano tendida, del favor, de la gauchada.
Desde estos días también sabemos positivamente que el Diablo está en el humo, en el aire, en la eterna tentación de pecar, ofendiendo a Dios, que es inmensamente grande, bueno y todopoderoso.
No se cuenta esto para alabanza personal, porque hay gente que sufre mucho más por haber alabado a Nuestro Señor y lo hace en silencio, sino para mostrar que el Malo está en todas partes, acechando, en el aire de las tentaciones, que insisten, joden, picanean, incitan con tal de llevarnos al Infierno en el que arden y se queman las almas de los que aflojan ante el humo con aroma a asado, ¿ha visto cuando se pincha un chorizo y le gotea la grasita sobre las brasas, un mediodía de otoño bajo aquel cielo azul?
Es él, que sigue dando vueltas en un remolino de recuerdos viejos.
Juan Manuel Aragón
El Viernes Santo del 2024, en casa. Tomando unos amargos
©Ramírez de Velasco

Comentarios

  1. Menos mal que el "ajuste" no llega a nuestras ganas de escribir verdades. Bien Juan.

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  2. Bieeeennn Juancho querido...hermosa forma describir. costumbres. .religiosidad. mezclado con la psicología de los personajes...no es cosa facil y vos lo haces muy bien...Me alegro hermano ..te felicito y FELICES OASCUAS...

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  3. Qué bien les enseñó tu madre. Las mismas enseñanzas las recibimos en casa. Lástima qué somos los últimos en conocerlas, salvo honrosas excepciones que debe haber.

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  4. Me acuerdo que no sólo había música sacra en las radios, sino que en casa no había que prender el televisor ese día. Qué tiempos aquellos...!!

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