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ÁFRICA El búfalo tonto

Velay

"También somos gordos, fofos, nos salva el hecho de tener astas respetables, de tal suerte que los leones más avezados a veces nos temen"


En ocasiones, como esta tarde de marzo, siento que soy el búfalo tonto de la tropa, el que anda solo, dando vueltas, mascando pasto por aquí, cutipando por allá, haciendo de cuenta de que los leones no lo asustan. Muchas veces he discutido con mis compañeros, siempre les digo que tal vez sea mejor ser cebra, porque sus rayas confunden un segundo a las leonas, que son las que cazan, el tiempo suficiente como para salir disparando.
Somos visibles desde quilómetros de distancia, cuando llegamos a un lugar, nos extendemos como una gran mancha negra viscosa, acezante, ruidosa, pesada. Pesadas moles de carne, andamos como indiferentes al resto del mundo, interminables viajeros buscando siempre lo mismo, pasto tierno, sombra y lujuria.
También somos gordos, fofos, nos salva el hecho de tener astas respetables, de tal suerte que los leones más avezados a veces nos temen por ellas. Además, al ser gregarios, andamos entropados y colaboramos unos con otros cuando nos atacan, mientras las cebras, las gacelas, los otros bichos no se animan, solo salen a la disparada, nosotros también, pero al ser más pesados sabemos que en cada persecución, uno de nosotros caerá irremediablemente, así que preferimos quedarnos quietos y hacer la pantomima de una ineficaz defensa.
Será porque cuando estaba empezando a crecer, los leones mataron a mi madre, justito en el tiempo que dejaba la teta para pasar a comer rico pasto o será que nunca quise andar dando vueltas por el Serengueti buscando pasto tierno, siempre  me  molestó el statu quo de la tropa. Hasta quise plantarme ante las autoridades para hacerles dar cuenta de que las energías que ganábamos en los pastizales lejanos, antes las habíamos perdido en la peregrinación hasta llegar ahí, así que por qué no nos dejábamos de caminar y caminar y nos quedábamos quietos en un solo lado. Pero entre nosotros no hay jefes, así que no tuve a quién llevarle mi queja.
Cuando se nos acaba el pasto en una parte, empezamos a viajar para hallarlo de nuevo, un tiempo vamos de aquí para allá, otro tiempo venimos de allá para aquí. Es un hábito que nos viene quizás desde antes de la extinción de los dinosaurios. Vamos como ovejas, detrás del que va adelante, aunque nos lleve al matadero.
Me hubiera gustado ser otro animal, caballo árabe comiendo cualquier pastito en el desierto, viviendo del viento de su velocidad, sin preocuparme tanto por el alimento y la lluvia o tranquilo jumento aguatero entre los nativos africanos o buitre libre volando por el cielo azul, no sé, hormiga, abeja, veloz cervatillo, jabalí, cualquier cosa menos cansado búfalo cafre, haciéndose el liberal por la sabana africana, paseando como si no le importara nada.
A pesar de que nuestra vida y la forma de relacionarnos parecen algo caóticas, también tenemos nuestras reglas, no vaya a creer. Como otras muchas especies de animales, llegado el momento, peleamos por nuestras hembras. Cuando viajamos o estamos tranquilamente pastando, conservamos nuestras crías en el centro de la reunión, pues sabemos que los leones vendrán primero por ellas o las alcanzarán más rápidamente. Si cruzamos los ríos, al ver que un cocodrilo va hacia los mas jóvenes, nos interponemos en su camino para que nos cacen a nosotros.
Al llegar a adultos, por la noche narramos a los más jóvenes algunas de nuestras peripecias, para que aprendan y no cometan los mismos errores. Los exhortamos a seguir las tradiciones, porque no tenemos ningún fin trascendente sobre la Tierra —ni conservarla ni modificarla ni construir grandes edificios ni rimar palabras ni honrar dioses ni sufrir desaires— sino solamente ser nosotros mismos para seguir siendo lo que somos y no otra cosa.
Cuando llegamos a la ancianidad, hacemos un último sacrificio por el resto de la tropa: paseamos solitarios, como lo hago ahora, cosa que los leones nos olfateen y vengan sobre nosotros en vez de atacar a los otros. Luego, por un tiempo, andarán satisfechos, se quedarán quietos, sujetados, durmiendo la siesta tranquilos.
Atrás de aquel árbol hay uno. Más allá hay otro. Escondidos en el pastizal cercano aguardan varios. Me hago el de no verlos mientras sigo comiendo tranquilo. Aquel está a punto de saltar, levanto la cabeza sabiendo que es tarde.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Hay tanta profundidad en esta narración y los pensamientos del búfalo, son tan atinadas cada una de las cosas que expresas, que no cabe otra que el aplauso, querido Juan Manuel.

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