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RafaelVaca |
A 220 kilómetros por hora es difícil darse cuenta de la velocidad a la que pasan las celebraciones
Una de las normas básicas del periodismo avisaba que se debía evitar la primera persona en los escritos, sobre todo porque a los lectores no les interesaba en lo más mínimo la experiencia personal del cronista. Pero esto es un diario íntimo (abierto al público), no un periódico, en el sentido de montón de papel con letritas escritas por varios. Están avisados entonces quienes deseen asomarse a las líneas que siguen.A mí, que me encanta leer y escribir efemérides, no me gustan las fechas fijas, el día del padre, de la madre, del amigo y la Navidad y el Año Nuevo. Eso de cumplir ciertos rituales porque llegó el día tal y hay que mandarse regalitos, llegó la fecha cual y se debe comer Vitel toné, una torta o chocolates. Desde chico espero que mi cumpleaños pase lo más rápido posible. De hecho, poca gente sabe la fecha y ojalá que siga así por siempre. Algunos años mi mujer organiza una reunión y eso es todo.Entiendo perfectamente que al resto del mundo le parezca súper importante festejar todo, el día de los enamorados, el de los abuelos, la semana de la dulzura, el día de la primavera, de la tradición, del folklore, del enfermero y del cochero de plaza. Si me invitan a un festejo voy con gusto para sumarme a la alegría del resto porque durante 24 horas se siente importante, querido, recordado, tampoco me voy a hacer el qué.
Ayer fue el día del amigo. Mi telefonito atronó desde la madrugada con mensajes de felicitación y respondí, como corresponde, porque todos los que me mensajearon son amigos. Pero, ¿sabe qué?, me desperté intranquilo, con una desazón en el corazón, algo me faltaba. Sol alto me di cuenta de que mi gran amigo Rafa ya no será el primero en saludarme, a las 12 y un minuto de la noche, exacto en el día del amigo y en mi cumpleaños. Estará en el Cielo, en el Infierno, en el Purgatorio, en algún otro lugar que Dios reserva a los pecadores que se esfuerzan en tener fe, no lo sé.
Repasé uno por uno los mensajes recibidos y agradecí al Cielo porque me permite seguir pagando impuestos a la amistad de tanta gente que se tomó el trabajo de mandarme un mensajito desde todos los puntos de la Argentina. Llegaron todo el día, algunos formales, otros sentidos, también hubo graciosos y a su vez los reenvié como se suele hacer en estos casos.
Recordé el 20 de julio del 69, en la casa de mi abuelo, en el campo, cuando recibimos el diario que decía, con tipografía tamaño “Segunda Venida de Cristo”, la más grande que había entonces: “EL HOMBRE EN LA LUNA”. Mi tata lloraba como un niño mientras repetía: “El hombre ha llegado a la luna, Juan, ¡el hombre ha llegado a la luna!” Si quiere la verdad, no me impresionaba tanto, a mis recién cumplidos 10 años ya había visto varias películas con naves dando vueltas en Marte. Mi tata recordó toda su vida que mi hermana María le preguntó: “¿No habían llegado ya?”
No nos dábamos cuenta, pero si hay un hito que marca los cambios de época, quizás la llegada a la luna haya sido el punto de quiebre de la historia, la puerta de entrada definitiva a este otro mundo, oprimido por las computadoras, preso de un bestial individualismo que amenaza con acabar con la vida del hombre sobre la faz de la Tierra.
El recuerdo de mi tata se enlaza con el de Rafa, por supuesto, porque ellos también fueron amigos. Quizás toman mate allá arriba, enzarzados en una eterna discusión, como las que solían tener aquí abajo. Uno de los grandes placeres de ambos era la amable conversación, la plática cordial, el razonamiento inteligente. Yo solía oírlos como si no me importara, tenía miedo de meter la cuchara y hablar macanas.
Recibí muchos saludos de los amigos ayer, cierto es, muchos muy queridos, estimados y nunca olvidados. Pero había un espacio en medio del alma, relleno nada más que con aire, porque no estaba Rafa, sentado en la cocina de casa, mateando tranquilo y contándome cómo le iba yendo en su nueva vida en Tucumán.
Todo lo que pensé ayer me hizo pensar en que el tiempo es una rueda que va davueltando cada vez más rápido.
Voy a 220 kilómetros por hora.
Pasado mañana es fin de año.
©Juan Manuel Aragón
Traigo las pupilas cansadas de recorrer los polvorientos caminos de la provincia.
Carlos Arturo Fioniolex
Por eso no lo saludé.
ResponderEliminarSoy más que su amigo: ¡Su admirador!
Un abrazo, desde mi taxi, don Simón de P....
Coincido en que las fechas fijas no tienen para mi la relevancia que sí tienen las actitudes espontáneas.
ResponderEliminarLas fechas fijas de algún modo obligan al cumplido y sirven al comercio, en cambio las actitudes espontáneas tienen el sello de la intencionalidad premeditada, que demuestra sentimiento auténtico.
Llamar a un amigo en un día cualquiera y decirle lo que se valora su amistad, definitivamente tiene un significado e impacto diferente que el saludito obligado al grupo de guasap con algún dibujo o cartelito copiado de por ahí.
Y así, la familia matriarcal que me lanzó al mundo aunque corrían tiempos de transición....hoy estaría cobrando vigencia y naturalizándose. No sé a cuánto por hora recorrí los años entre la adolescencia no permitida y esta edad avanzada en la que las máquinas ocupan el lugar de un compañero.
ResponderEliminarCoincido con Horacio y esta nota trajo a mi memoria y mi recuerdo de tantos café tomado con Rafa y Cachilo en el Ministerio de Salud en el gordo Chicho mas exacto , q personajes los dos , amigos entrañables, abrazo Juanma
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