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GERENCIA Procesos de producción

Viejos procesos de producción

Cómo hace el nuevo para imponerse en una empresa que tiene una forma de trabajo que ya no rinde económicamente


Le cuento como sucedió, todos saben que soy un hombre de trabajo, no un chismoso que va a adornar lo que le está pasando. Dicen que hay veces que para aclarar los pensamientos lo mejor es escribirlos, así uno tiene un panorama más completo de lo que sucede, como si lo viera con otros ojos, desde afuera.
Yo fui el nuevo, el que un día entró porque los dueños sentían que el negocio se les había estancado. No se quejaban de los empleados, al contrario, la empresa era parte de la familia, sus hijos habían crecido en sus galpones, y sus subordinados y los obreros los habían tenido en las rodillas haciéndolos jugar a caballito, según me contaron después. Pero, ha visto cómo son las cosas, amigo, los chicos crecen, se van a estudiar a otra parte, se casan, conocen otras culturas y un día cuando vuelven, observan que lo que construyeron los viejos sigue igual, se ha estancado.
Cuando entran de nuevo en la empresa, ven a los empleados de siempre, pero más viejos, canosos, gordos, tristes, haciendo lo mismo que cuando ellos eran chicos. Y piden un cambio, un aire nuevo, una necesaria renovación, se sienten parte de la gerencia, ya no son más los niños que miraban todo con admiración y querían ser como cualquier obrero cuando fuesen grandes. Ahora en la Fábrica, en Administración, en Empaque y Expedición están viejos y parecen cansados.
Entonces, un buen día aterricé yo, recién recibido de Contador Público. Había trabajado en un estudio contable, vamos a decirlo simple para que se entienda, lavando plata, algo que no es difícil, pero requiere ser despierto y saber al dedillo a qué hora de aquí abren y cierran los mercados de Nueva York, Londres y Tokio, sobre todo.
Alguien me recomendó, me habló el hijo de uno de los dueños, después tuve una reunión con todos los primos y, finalmente un día me encontré cara a cara con los tres viejos, hijos a su vez del que había formado la empresa. Me parecieron macanudos, buena gente, humanos. Creían que estaban a tiempo de salvar la herencia recibida del padre, sólo necesitaban sangre nueva, gente con ideas, que trajera aires de renovación y nuevos negocios.
Cuando les quise explicar lo mismo que les había dicho a los hijos, lo de las nuevas tecnologías, los avances que había que poner en marcha, la necesidad de contar con otra gente, respondieron que ya lo sabían, que no me hiciera problema. Me dejaban las manos libres para atar y desatar lo que quisiera.
—Vos hacé y deshacé, para eso te hemos llamado— me confirmaron.
Ni bien entré, me di con un ambiente denso, pesado, de molestia, sabían a qué iba y no les gustó. En la primera reunión aproveché para semblantearlos. A Roberto Albornoz lo fiché desde el principio, se sentía seguro porque era conocido de los dueños, los hijos eran amigos, él era compadre de don Augusto, el que más se involucraba en la sección Fábrica, habían salido de vacaciones juntos y se conocían desde la primaria.
Fue el primero que decidí despedir. Un día lo hablé aparte, le dije que la empresa se estaba reestructurando y que, lamentablemente, con el nuevo esquema su puesto pasaría a ser innecesario. Agregué: “Pase por administración para que le liquiden la indemnización”. Podría haber empezado por Daniel Cortínez o el Gringo Zavalla, pero me decidí por Albornoz porque sabía la amistad con el viejo y quería probar si era cierto eso de hacer y deshacer. Se enfureció, me dijo que era un pendejo de mierda, que me haría echar, que no sabía quién era él, en fin.
Cuando los dueños —y los sus hijos— pusieron cara de piedra ante mi decisión, supe que había entrado con el pie derecho y me dediqué a recomponer el estado del negocio. Al final del primer semestre quedaba solamente una cuarta parte del plantel original. El resto era innecesario, sólo hice poner como supervisor a mi cuñado, Manuelito, cosa de no dejar ningún flanco al desnudo.

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La empresa empezó a ser más eficiente, se generaron más negocios que al final resultaron en más dinero, los dueños se dieron el lujo de irse tres meses de vacaciones a Europa, algo que nunca antes habían hecho y los hijos se dedicaron a sus profesiones, tranquilos, porque sabían que tenían las espaldas cubiertas. El modelo que impuse en la fábrica fue tan exitoso que me llamaban de otras empresas del mismo rubro, pero que no nos hacían la competencia, para que les diera una mano y las hiciera crecer.
Hubo empresas que prefirieron quebrar antes que dejar a sus empleados en la calle. Pero así es siempre, una opción de fierro digamos: o creces o te vas al tacho. Y para crecer hay que desprenderse de lo viejo, lo que no sirve, lo que estorba.
Con el tiempo, siguiendo mi consejo, Jorgito, el hijo de uno de los dueños, empezó a comprar la parte de los hermanos y los primos. Cuando se hizo con todo, trajo nuevas máquinas de Alemania que hacían en dos minutos el mismo trabajo que antes se hacía en quince días. Empezamos a jugar en ligas mayores, ahora proveíamos a casi todo el país.
En el camino me casé, tuve dos hijos, pasé de Jefe a Gerente, me encariñé con la empresa. Después me divorcié, me volví a casar, tuve un hijo más. Me fui a vivir a una casa de dos pisos, compré un lindo auto y en las vacaciones de verano me iba al Brasil a tomar sol, beber cervezas alemanas de las buenas, pasear, sentirme bien.
Nunca dejé de leer sobre nuevas tecnologías, cada vez que llegaban folletos sobre maquinarias los leía de punta a punta, fui a todos los congresos sobre aparatos más modernos, me capacité constantemente en todo lo referente a producción, procesos de elaboración más refinados, técnicas de engranajes con más opciones de manufactura.
Aquí viene lo bueno, el otro día entró a trabajar un muchacho nuevo, un rubito, ingeniero en sistemas. Me preguntó sobre las redes sociales de la empresa, si habíamos seguido en línea de los nuevos gustos de los clientes. Me dejó descolocado. Es cierto que hace un tiempo que no crecemos, pero todas las empresas tienen su techo, ¿no?, ¿o acaso la Cocacola vende todos los años un diez por ciento más?, imposible.
Hace un rato me ha llamado por el interno. Dice que tenemos que hablar aparte, porque la empresa se está reestructurando.
Tiene pinta de garca ese ingenierito, pero capaz que me equivoco.
©Juan Manuel Aragón
A 5 de octubre del 2023, en Lilo Viejo. Oteando el horizonte

Comentarios

  1. Cristian Ramón Verduc5 de octubre de 2023, 8:37

    Excelente descripción de "la máquina de picar carne humana".

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  2. Muy buen artículo, Juan Manuel. Esa dinámica de negocios del ámbito privado es la que permite a los países desarrollados seguir creciendo, y producir todos los adelantos tecnológicos y artículos de confort con que la sociedad en los países subdesarrollados como el nuestro se beneficia. Al mismo tiempo es el mecanismo que hace posible que cualquier emprendedor pueda iniciar su negocio contratando gente sin el temor al proteccionismo sindical y del estado, que lo vuelve rehén de quien contrate.
    Finalmente es el sistema laboral que hace posible que los países desarrollados tengan las más bajas tasas de desempleo en el mundo y más altas tasas de empleos calificados también.
    Y como si todo eso fuera poco, ese sistema es el que hace posible que la productividad per capita sea más alta (como lo describe claramente el artículo), posibilitando que los aportes para retiro sean mayores y el sector laboral pueda pagar el retiro del sector jubilado.
    La Argentina está condenada a seguir vendiendo materias primas agrícolas, solamente, y a contar con una reserva exigua de fondos de pensión, por no poder el sector privado implementar un sistema productivo como el que describe el artículo.

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