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LA BANDA El mercado Unión

Altos del mercado Unión, en primer plano, vendedor de juguetes

Está caída una institución que otrora fue puntal de la economía bandeña, lo destrozaron las malas decisiones de unos pocos

De todos los lugares que antaño eran focos de recuerdos para quienes se marchaban de La Banda, uno en especial, el mercado Unión, siempre traía gratas saudades a quienes estaban lejos del pago. Como su nombre lo indica, era el lugar físico en que se juntaban la oferta y la demanda del pueblo. También productores de los departamentos Banda, Robles y Figueroa llevaban sus frutas, sus verduras, sus artesanías, conocían de años a los puesteros, que así se proveían directamente de las huertas de los alrededores, de mandarinas a lechuga, de miel a riendas, cabezadas, aperos, de cabritos recién carneados a tamales, chorizos, morcillas, de pescado de río a ají del monte.
Y otros cien productos que los puesteros entregaban directamente a sus clientes, junto con noticias de aquellos lugares: “Parece que la cosecha de tomate viene bien este año”, “cuando llegue el tiempo del algodón va a haber más platita en el campo”, “si quiere que le traigan un pichi, avise, que para el invierno los amigos salen a pillar”. Era una institución con vida propia y por la que respiraba la economía de miles de bandeños que, de un lado u otro del mostrador, acudían todos los días con unos pesitos para gastar o la esperanza de ganar algo.
Hoy está ocupado, en un ochenta por ciento o tal vez algo más, por vendedores de ropa traída de la Salada o la avenida Avellaneda en Buenos Aires. Por otra parte, sus carnicerías languidecen desde hace varios años, producto de la crisis general del país, las verdulerías lucen escuálidas y, por supuesto, perdió su propósito de mercado, salvo por las rebajas en el precio de la ropa que piden algunos compradores de gorras, toallas, remeras.
Tienen suerte los clientes del primer piso si luego de comer un sándwich de milanesa no se enferman: hace varios años que no hay agua corriente y deben subirla en tachos para, al menos, lavar la verdura. Mientras toda La Banda ya tiene gas natural desde hace muchos años, e incluso el café Alem, sobre la calle, cuenta con ese valioso elemento para cocinar, el primer piso carece de este elemental insumo, arriesgando a los comensales, a alimentarse al lado de las peligrosas garrafas. El agua corriente no llega a los altos del mercado, casi como si fuera un edificio de hace doscientos años.
Si alguien pidiera a los clientes de esta parte o de otras del mercado, que levante la mano si no ha visto una rata dando vueltas entre la ropa, la verdura, la carne o los puestos de comida, es casi seguro que una gran parte quedará con sus manos abajo.
Una pena, ¿no? 
Es un hecho que, desde que llegó la democracia, la Banda ha decaído hasta el punto de ser un pueblo dormitorio, parecido a Clodomira, Estación Simbolar, Vilmer, con cientos de vecinos huyendo todas las mañanas, pues no tienen oportunidades de trabajo ni esperanzas de conseguirlo en este sitio.
Otro día se podría hablar del olivar que, un buen día recuperó la comuna para los bandeños y al siguiente lo tumbó para permitir la construcción de un barrio, de la constante mugre en las calles, de la tala que se hizo de árboles inmensos, del descerebrado que volvió de Europa creyendo que había que voltear los árboles de los frentes de los negocios para hacerlos más visibles, de cómo dejaron las calles España y Alem, entre otras muchas sin una sombra, del constante nepotismo del que han hecho gala siempre sus autoridades, del ineficiente servicio de colectivos, del caos en el tránsito, de las motocicletas estacionadas en cualquier parte, de los intendentes que han pasado, desde un chaqueño, que ganó las elecciones con una tucumana en la fórmula, a quienes la ciudad les importaba menos que una chía, hasta el otro, que pretende que el día de mañana lo suceda el hijo pero, por las dudas, ya nombró a toda la parentela con altos cargos en el gabinete.
Y también se podría hablar de la belleza de sus mujeres, que sigue siendo, por ahora, uno de los pocos grandes capitales que la ciudad no ha perdido. Y su gente y los amigos y los conocidos, que siempre están volviendo en el recuerdo.
©Juan Manuel Aragón
A 14 de marzo del 2024, en Finca de Ramos. Mascando un chicle

Comentarios

  1. En 1974 a 76, trabajaba yo en el Concejo Deliberante. Funcionaba en los altos del Mercado Unión. Ya era común ver ratas paseando por parasoles. Chicha, la ordenanza, era la encargada de dejar el veneno. Yo era muy jovencita pero tengo el recuerdo de las ratas secas o sea, muertas. La falta de higiene siempre existió. Y va en aumento por lo que vemos. Cómo los empleados del Concejo Deliberante. Éramos solo 10 o 12 en total por esos tiempos. Me cesantearon y nunca me admitieron de nuevo , ningún gobierno ....¿será porque vi las ratas?

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  2. La Banda es peor que Bolivia

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