El mundo se detendrá un instante, pararán los comercios, los ómnibus viajarán sin gente, los bares y confiterías estarán llenos de los fanáticos mirando la televisión hipnotizados, encandilados, ciegos, mirando un juego o quizás un trabajo, uno de los mejores pagados del mundo.
En noventa minutos se define la alegría de la mayoría de la gente, que sentirá el pecho henchido de orgullo si los jugadores que le han dicho que la representa, ganan un partido. Y sentirá que es mejor que otros países de porquería, porque no tienen los héroes que supo conseguir en años de potrero, sudor, barro, raspones en las piernas, pantalones cortos, botines y una sola ilusión, ganar el partido. Lo demás no importa ni el peso que tiene el punto final de este párrafo en la computadora en que lee la nota.
Cientos de miles saldrán a las calles de todas las ciudades, llevando las banderas, narcotizados, alegres, felices, contentos, con el alma ligera y una sonrisa en el corazón, porque al fin, como nación amiga del mundo, tienen algo con que felicitarse y sentirse parte de un mundo que nunca antes los tuvo en cuenta y ahora sí, como corresponde. Tienen que tomar nota de lo que es un pueblo cuando festeja, en unión, porque todos, ¡viva, viva!, son, se sienten y se saben argentinos. Hasta la muerte. Y otra vez con el ala a sus cristales, jugando llamarán.
Como si fuera un valor intrínseco, como si el lugar de nacimiento definiera la personalidad de cada uno y lo forjara diferente a los demás, es decir mejor, más hábil, más gambeteador, mejor arquero, delantero audaz, rudo defensor, sutil mediocampista. Qué más se necesita para triunfar como nación. Respuesta, nada.
El país de Lionel Messi, que antes fue de Diego Maradona y antes de antes de Mario Kempes, que forjó la personalidad de todos con sus triunfos de último momento, sus goles asestados en el instante justo y la imaginación para idearlos, antes de que ocurran.
Una nota sobre el quichua más usado en la provincia, pinchando aquí
Chauvinismo en polvo, para diluir y extraer cien litros más. El pecho henchido de nada, de vacío, aire del aire de una mañana de invierno gritando un gol que no entró, dando alaridos porque la pelota esta vez si tocó la red. Y ellos, allá, en los Estados Unidos, patria de los grandes capitales, dando lecciones de habilidad, destrza, fuerza física. Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar y otra vez a la tarde aún más hermosas, sus flores se abrirán.
La ciudad en que vivo se vestirá esos días de una soledad magnífica, ideal para salir a caminarla, a mirar cómo son sus veredas cuando a los fantasmas de los hombres los anotan como ausentes. Un solitario policía, en una que otra esquina, si es que, saludará a quien pase apurado porque se le hizo tarde y corre a buscar un televisor en cualquier parte para ver cómo se le va el alma o le queda pegada al cuerpo, según el resultado de un partido de fútbol. Los jugadores traerán la copa para, según anuncian, darle otra alegría al pueblo, como si fuera lo único que importara en esta perra vida.
Los que pasean en aviones contratados para ellos solitos, los que rebuscan en la basura, todos los días, su propia comida, los oficinistas, los que manejan una motocicleta llevando mandados, los que enseñan en las aulas de todas las escuelas y sus alumnos, los que venden, los que compran, los que trafican y su distinguida clientela, todos, pero todos, todos, todos, estarán prendidos, observando obnubilados esa pantalla de colores brillantes, oliendo el sudor, viendo la cara de los jugadores, sus gestos, sus corridas, venturas y desventuras de un pueblo que se mira sin mirarse en lo único que le da sentido de pertenencia.
Aunque sea una pelota, rellena de aire, rodando por un verde césped, yendo a ningún lado, tratando de existir, de ser, de tener vida. Pero aquellas cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día... ésas... ¡no volverán!
Juan Manuel Aragón
A 21 de junio del 2024, en la Roca y Avellaneda. Mirando a Lorenzo Lugones.
Ramírez de Velasco®
Lo que plantea la nota, crudamente descripto, es lo esperado de una sociedad que tiene trastocados los valores, al punto que, desde bebés, a los hijos lo primero que le ponen es una camiseta de fútbol y les enseñan a adorar y venerar al equipo por encima de todas las cosas.
ResponderEliminarAsí quedan de lado el respeto por las instituciones, los valores y principios que ayudaron a forjar la nación, se pierde el interés por lo que verdaderamente vale la pena exaltar y se convierte a la sociedad en hinchas fanáticos en vez de patriotas comprometidos.
Es lo que hay.